Salvador García Llanos
Al Puerto de la Cruz lo
que le falta ahora mismo es ilusión.
Pero no es un
apriorismo de diferenciación política, como en principio pudiera pensarse, sino
una percepción contrastada en las conversaciones y en los paseos de este tiempo
veraniego en que la ciudad parece agotada, los vecinos y los allegados, los
profesionales y los jubilados convergen en una escasa motivación, en una
propensión al escepticismo, en una progresiva incredulidad y en una cierta
incapacidad para hablar de una alternativa o de un porvenir basado en algo, en
un modelo, en una concreción palpable y aceptada. ¿Dónde aquellas discusiones
portuenses, aquellas infinitas conversaciones convertidas en sustanciosos
debates y en las que los intervinientes dominaban los temas como si de
auténticos expertos se tratare?
¡Ah! Aquella frase
memorable: “En el Puerto, cualquier bobo es catedrático”.
Ahora como que no queda
sitio ni para eso, para el humor doméstico. Se recurre a utilitarismos
nostálgicos, a los recuerdos de otras épocas más fecundas en las que, no
importando el sustrato ideológico, se pensaba en el engrandecimiento de la
ciudad, en sus potencialidades y en un porvenir más o menos venturoso. Aun
existiendo diferencias de criterio, había razones para mantener encendida la
llama de las iniciativas y el progreso social.
Si ilusión es sinónimo
de anhelo, esperanza, fe, deseo, seguridad, ánimo o confianza, no parece en
estos momentos que esos sean los hechos que inspiren a los portuenses. Hasta
cuesta que se identifiquen con las convocatorias culturales que se han ido
consolidando durante los últimos años y significan un cierto reclamo para
proyectar el nombre de la ciudad. Y hasta sorprende que muchos ignoren aún el
funcionamiento de un Consorcio de Rehabilitación Urbanística, en realidad
concebido para impulsar el desarrollo turístico, empeño en el que, por un lado,
aún no son reconocidos los logros que paulatinamente va cosechando, mientras
que, por otro, la gestión del área, pese a los indudables afanes voluntaristas,
no dan para retomar el peso y el liderazgo de otras épocas. El sector privado,
por cierto, en otra prueba de esa carencia de ilusión a la que aludimos,
tampoco sobresale.
“La ilusión despierta el empeño y solamente la paciencia lo
termina”, dice una frase de autor anónimo que sirve para interpretar sus
valores. Pero ya no se despiertan empeños en el Puerto y la paciencia parece
condenada a mejor vida. Hay una especie de resignación generalizada. Da igual
si se materializa un proyecto como si no; es indiferente si se demora o no; la
queja de la falta de mantenimiento es una letanía; no duele que se prolonguen
las imperfecciones o los deterioros de los servicios públicos. No se aprecia
ilusión por nada: ni siquiera por innovaciones o por proyectos, tampoco por
conservar al mejor nivel posible lo que se posee. La vida municipal, sin
seguimiento crítico y con muy escaso reflejo mediático, salvo escasas
excepciones, se reduce a una sucesión de postureos, de ensalzamientos de una
actuación cuando se está ahí para eso y de polémicas estériles alimentadas en
redes sociales para poner en evidencia la pobreza de legítimas demandas. Pero
causas mayores, como el reciente suspenso en la evaluación parlamentaria de la
transparencia, o el clientelismo descarado en donde teóricamente no puede ni
debe hacerse, o el funcionamiento irregular del complejo turístico 'Costa
Martiánez', o los desmanes en la ocupación de la vía pública, o el abandono
palpable en ciertos barrios, o la decadencia de las fiestas en general, son
capaces de generar opiniones. Tanta desidia, equivalente a desinformación, es
un virus dañino para cualquier cuerpo social.
Antes no era así pero la sociedad portuense de ahora se ha
vuelto conformista. La ilusión es motor y aliento de nuestros deseos. La
ilusión es lo que nos debería estimular, a la vez que impulsa las acciones que
se lleven a cabo para materializar cualquier aspiración. ¿Desde cuándo no brota
una idea que los portuenses puedan abrazar para hacerla suya, para potenciarla
con orgullo sin que doble el campanario localista o se desvirtúe por el mero
origen de su parto?
Sin ilusión, no hay motivación ni emprendimiento. Esto es
lo inquietante: una sociedad aletargada, pasiva, indolente y hasta temerosa. La
sociedad portuense, antes, no era así. Y visos de cambio, no se aprecian.
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