Salvador
García Llanos
Presidente
de la Asociación de la Prensa de Tenerife
Pregón
de las fiestas de la Villa de Candelaria
(A la
memoria de Juan José Acosta de León, empleado público del Ayuntamiento)
Candelaria
(Tenerife)
Salón
de actos del Ayuntamiento
Agosto
8/2018
<<Solo
sé, de manera definida,
que en
esta noche de la duda incierta,
tengo
una puerta que orienté a la Vida
y una
ventana a lo Infinito abierta...>>.
Sirva
este pensamiento poético del escritor y periodista tinerfeño Luis Álvarez Cruz
para que el pregonero agradezca, en primer lugar, la oportunidad de serlo; y
afronte el trance con decidido afán tanto de estar a la altura de las
exigencias de lo que la fiesta simboliza como de corresponder a quienes la
preparan con tanto esmero: al pueblo candelariero.
Alcaldesa,
prior, señoras y señores capitulares, dignísimas autoridades, representaciones,
amigas y amigos:
Conste
que la puerta no es para llenar de vivencias personales y utilitarismos
nostálgicos un cometido que asumimos con el entusiasmo y la responsabilidad que
se aceptan estos encargos. Todo lo más: admitan que el relato será otra prueba
de la vocación latente para plasmar ideas y contar cosas. Es la puerta
orientada a una existencia muy pegada al oficio, alternado con el ejercicio de responsabilidades
públicas en distintas instituciones que, aunque parezca paradójico, fortaleció
aquél, el oficio, labrado en un aprendizaje permanente que nos ha llevado a
recorrer caminos y escenarios en pos de conocer mejor la historia, el
costumbrismo, los sentimientos y la idiosincrasia de los pueblos.
La
ventana al Infinito, pues, está abierta. Desde ella, contemplamos el Soneto del
sur, del mismo Álvarez Cruz:
“Primero
fue la tierra, la tierra ensimismada
en un
sueño grandioso y un parturiento afán;
la
tierra interminable, generosa, sagrada:
la que
nos da la vida, el reposo y el pan.
Tal
como ésta del sur, que arde al sol, impregnada
del
sudor de los hombres que por la historia van
trazando,
surco a surco, la leyenda dorada
cuyo
héroe asume la forma de un titán.
Canta
el agua en la acequia. Quema el sol en la altura.
El
hombre de estas tierras sabe el hambre y la hartura
del
pegujal arisco que escarba con tesón.
Hombre
del sur, ¿qué siembras en la heredad que labras?
Siembras
algo inaudito que tiembla en mis palabras
¡porque
tú echas al surco tu propio corazón!”.
Desde
la ventana, nos asomamos a los hitos que tan admirablemente glosara en su obra
investigadora y de cronista el profesor universitario Octavio Rodríguez Delgado
cuya antología de textos descriptivos, recogida en La evolución de un municipio
a lo largo de cinco siglos, constituye la primera entrega de la colección
bibliográfica Crónicas de Candelaria.
Desde
la época aborigen hasta la aparición de la Virgen, el aluvión de 1826 que
arrambló el castillo de San Pedro y la primitiva imagen, el último incendio de
1789 que destruyó el convento y la basílica, la construcción de ésta, romerías,
fiestas, costumbres y promesas infinitas, la peregrinación perdurable..., la duda
incierta se va despejando ante los testimonios escritos y orales que nutren la
historia de Candelaria.
Hay una
bendición celta: “Que el camino salga a tu encuentro. Que el viento siempre
esté detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y hasta que nos
volvamos a encontrar, que Dios te sostenga suavemente en la palma de su mano”.
El
pregonero también es peregrino. Igual que el cristiano que se dirige a Lourdes,
o quienes van a Santiago de Compostela, o el musulmán de camino a La Meca, o un
hindú hacia Ganges, hay tanto que descubrir. Nos emplaza el periodista y
político peruano Ricardo Palma: “Cumple con la gratitud del peregrino, no
olvidar nunca la fuente que apagó su sed, la palmera que le brindó frescor y
sombra, y el dulce oasis donde vio abrirse un horizonte a su esperanza”.
Peregrino
del norte insular, como debió sentirse la inquieta viajera y escritora
irlandesa, Olivia Stone quien, durante nueve meses, acompañada de su esposo,
recorrió todas las islas. Sus impresiones quedaron reflejadas en Tenerife y sus
seis satélites, libro publicado en Londres en 1887. No visitó Candelaria,
apunta Rodríguez Delgado, pero aludió a la localidad:
“Cuando
Diego de Herrera -escribe- vino a Tenerife en 1464, se llevó a un joven que,
tras ser instruido en la religión católica, se convirtió en devoto de la
Virgen. Posteriormente, cuando Herrera viajaba entre las islas, este guanche,
bautizado con el nombre de Antonio, sintiendo aparentemente deseos de regresar
a su hogar, logró escaparse. Inmediatamente informó a sus compatriotas de que
la imagen que habían adorado durante tanto tiempo sin saberlo, era, en
realidad, la Virgen María. De aquí surgió, sin lugar a dudas -es la tesis de
Stone- la idea de que los guanches ya adoraban a la Virgen antes de la conquista”.
Otra
peregrina procedente del norte tinerfeño, la poetisa y escritora cubana,
académica Dulce María Loynaz, premio Cervantes de Literatura en 1992, residente
en la isla en la segunda mitad del siglo XX, nos traslada hasta la Candelaria
de entonces, cómo se llegaba, cómo se desenvolvían los peregrinos:
“El
camino va por el sur, que es tierra fragosa metida entre barrancos y cráteres
más o menos apagados; pero hoy -detalla la fecha del 15 de agosto- el paisaje
cobra súbita vida animado por el desfile de automóviles y carretas engalanadas,
con palmas, campesinos cabalgando en camellos lentos y gentes que van a pie a
cumplir votos salidos casi todos de sus casas desde la noche, en peregrinación
al santuario.
“Bajando
por los enjutos senderos desovillados, subiendo por hondonadas y torrenteras,
afluyen sin cesar hilos hormigueantes de romeros, entreverados algunas veces
por gente un tanto ajena a ardores místicos: vendedores de frutas, juglares y
solteras en busca de novio”.
Loynaz
es rotunda al afirmar que “aquí puede decirse que la devoción a Nuestra Señora
de Candelaria es sincera y de firme
arraigo popular. Cada uno, a su modo, invoca a la Virgen, la mima, la acompaña,
la emplaza muchas veces y otras muchas conversa tranquilamente con ella. Porque la Candelaria es la patrona de las
islas por derecho propio. Ella llegó primero y conquistó por su sola presencia
majestuosa”.
La
autora cubana deja unas líneas ilustrativas de cómo se vivía entonces la
festividad:
“Al
áspero rasgueo de las guitarras hace coro la resaca barriendo las arenas; la
muchedumbre gira como un inmenso carrusel de feria arrastrando en su remolino
la bella copla desgarrada:
<<Todas
las canarias son
como
ese Teide gigante:
mucha
nieve en el semblante
y fuego
en el corazón>>”.
Pero
nadie como un poeta inmenso, como un gomero universal, Pedro García Cabrera,
cantó a Candelaria, con tanta plétora metafórica, con tanto sentimiento
intimista, con su valentía explícita. El poema, exquisito, de su Vuelta a la
isla, merece ser reproducido:
<<Tengo
pintadas de un verde
gemelo
de las tuneras
la
finca de mis amores
mis
barcas candelarieras.
Con
ellas salgo a pescar
cuando
asoman las estrellas;
cho
Juan gobierna la mía,
yo
llevo la de mi suegra.
Pero
esta noche la mar
tiene
muy mala madera;
se ha
puesto toro y no hay muro
de
lluvia que lo detenga,
tajamar
que la domine
ni
timones que la entiendan.
Esta
noche no podrán
ir a
ganarme las perras.
Son de
talantes esquivos
varadas
en la ribera
e
íntimamente cordiales
si las espumas
las besan.
Y qué
gusto da mirarlas
por
esas mares afuera
como
dos buenas muchachas
columpiando
las caderas.
Pero
este dichoso sur
se está
comiendo una breva
aunque
las sardinas campen
como si
nada ocurriera.
Y no
veré sus gorgoras
ni
empuñaré la jareta.
Las
sardinas son muy suyas
y van
formando una pella,
solo si
huelen toninas
se
desparraman y riegan.
Desde
que tengo razón
son las
sardinas mis perlas,
mis
relámpagos del gozo,
mis
hierbas de curandera,
mis
higos chumbos del mar,
mis
cheques de Venezuela.
En
torno de sus puñales
mi
noche está dando vueltas.
Las
quiero como a mí mismo,
son los
frutos de mi hacienda.
Por los
planchados azules
quedan
a la descubierta
los
almidonados fuegos
que
burilan las candelas.
Y
viéndolas se me van
las
angustias que me arenan,
ardiendo
en sus argentíes
la obra
muerta de mis penas.
Esta
noche no será:
ni
agenciaré mi molienda,
ni
podré pegar un ojo,
ni dar
fondo a la tristeza,
que yo
me la paso en blanco
cuando
se pone tan negra.
Si
siguen así las cosas,
la
Virgen me favorezca,
que si
todo viene a pelo
soplando
el viento a derechas,
me
basto solo y me sobro
con mis
brazos y mis piernas>>.
Hablemos
un poco de la imagen. Si no, el cometido del pregonero quedaría incompleto. Es
casi imposible iniciar un aporte sobre la descripción de la Virgen de
Candelaria sin plasmar algunos rasgos de sus características iconográficas
actuales. La vela de color verde es símbolo de la antigua vela con la que
acudían los peregrinos que se dirigían -y continúan haciéndolo- para pedir o
agradecer su intercesión. El verde es también un innegable color de esperanza.
Esperanza que mueve a todo aquel que con una petición se dirige a la
Virgen. Mientras, el niño Jesús sostiene
en su mano un pajarillo.
Con
todo, resalta el historiador realejero Javier Lima Estévez, conocer a la imagen
es también valorar someramente su historiografía, aproximarnos a los motivos de
su presencia entre nosotros y su festividad el 2 de febrero y la celebración
del 15 de agosto; celebración, ésta última, que nos trae hoy ante ustedes. Los
primeros aportes históricos permiten situarnos ante la obra de fray Alonso de
Espinosa. Sería autor de un trabajo bajo el título Del origen y milagros de la
Santa Imagen de Nuestra Señora de Candelaria, publicado en Sevilla en 1594,
pero redactado en 1581. En ella, el dominico nos aproxima a uno de los primeros
relatos para saber del pasado aborigen pues sus páginas enlazan apartados con
referencias a la antigüedad del pueblo guanche desde diversos puntos de vista.
Al mismo tiempo, es una oportunidad para situarnos ante el conocimiento de la
llegada de la imagen de la Virgen de Candelaria, concatenándose en la parte
final del trabajo milagros y sucesos asociados a personas desde distintos
ángulos.
En
concreto, fray Alonso de Espinosa recopila cincuenta y siete milagros; milagros
que narran curaciones, rescates y otros hechos sin explicación racional y en los
que se demuestra, por parte del dominico, rindiendo los guanches cultos en la
cueva de Achbinico que, con posterioridad, sería cristianizada bajo la
advocación de San Blas. De tales milagros nos detendremos en uno, en concreto
el milagro cincuenta y seis que dice así:
“Cuando
ciertos gomeros, por celos de una pariente suya, mataron a su señor Hernán
Peraza, su mujer doña Leonor de Padilla, con el dolor de la muerte de su
marido, hizo en los gomeros gran castigo. A unos hizo ajusticiar; a otros
llevar cautivos a España; y a otros echar con piedras pesadas a la mar. Y como
algunos morían sin culpa, porque no todos la habían tenido en la muerte de su
señor, no pudo dejar de imputársele alguna a la sobredicha señora, y aún
notarla de cruel. Sucedió, pues, que muchos de los tres que con pesos al cuello
echaban a la mar, para que en ella fuesen anegados, invocando a Nuestra Señora
de Candelaria, patrona de todas estas islas, salían luego a la orilla y playa
de la mar, vivos y sanos, sin peligro alguno; de que no poco admirados los que
los veían salir, decían los libres que Nuestra Señora de Candelaria les
sostenía los pesos y los traía a la playa vivos”.
También
el cronista Juan Núñez de la Peña, en su Historia de las Islas Canarias, obra
impresa en 1676, mencionaría que “aún en nuestros días, estas divinas
procesiones –se refiere a los cultos que se empezaban a manifestar- han sido
vistas con frecuencia, y cuando al día siguiente la gente descendía a la playa,
la encontraban llena de gota de ceras y trozos de vela de un color amarillento,
cuyas mechas eran de una desconocida sustancia, porque no era lino, ni algodón,
sino algo parecido a seda blanca torcida”.
Si
avanzamos en el tiempo y nos adentramos en los siglos XVIII y XIX, encontramos
referencias de notable interés para comprender tal proceso en relatos de
viajeros de diferentes nacionalidades. Personas que, a pesar de llegar con
otras creencias religiosas, no dudaron en acudir a fuentes documentales y
contrastar testimonios para intentar ofrecer a sus contemporáneos datos sobre
el origen y la evolución del culto de la imagen de Nuestra Señora de Candelaria
entre los canarios.
Por
citar un ejemplo de esa labor, destacamos el texto del médico y marino inglés
George Glas bajo el título Descripción
de las Islas Canarias. Entre sus páginas, nos traslada ante una descripción de
su llegada. Asimismo, una breve reseña sobre una imagen que define como
“pequeña, como de unos tres codos o tres pies de alto; el color de la cara es
atezado, las prendas azul y oro”. Destaca la presencia de ciertas letras
romanas para las que no tendría explicación hasta recurrir a la ayuda de
Gonzalo Argote de Molina, Provincial de la Santa Hermandad de Andalucía,
obteniendo la siguiente interpretación: sobre la chaqueta cerca de la nuca unas
iniciales cuya traducción sería: “Eres ilustre (o gloriosa) en el Padre, Hijo y
Santo Espíritu, y Madre del Redentor Jesús”; en la faja las palabras: “María
parió a nuestro más alto Rey, dio libertad a todos los aprisionados en el reino
del infierno”; al borde de la manga, cerca de la candela verde, cuatro
palabras: “os he dado la vida eterna”; y finalmente en el faldón de la prenda
figuran las siguientes palabras: “Esta jamás abandonará Nivaria; su piadoso
nombre invocado, las Islas Afortunadas no temerán ningún adversario”.
El
polígrafo realejero José de Viera y Clavijo (1731-1813), en la Historia General
de las Islas Canarias, matiza cómo Francisco López de Gómara señaló en Historia
General de las Indias, que la imagen de nuestra Señora de Candelaria la
adquirieron a través de los cristianos europeos que merodeaban por nuestras
costas; afirmando que, a pesar de no ser su objetivo criticar la autenticidad
de la aparición que relataron el padre fray Alonso de Espinosa, Antonio de
Viana, fray Juan de Abreu Galindo y Juan Núñez de la Peña, quienes ensalzaron
nuestras islas con la posesión de una estatua fabricada por los ángeles en el
cielo, traída por éstos a Tenerife y celebrada por los mismos en sus playas.
Expone Gómara que los citados historiadores fijan la aparición por los años de
1392 o de 1393, época en la que con bastante frecuencia llegaban a estas islas
las embarcaciones de los cristianos. Para Viera, “por cualquier parte que se
mire, el hallazgo de la santa imagen de Nuestra Señora de Candelaria
es digno del aprecio y admiración de todos los canarios, sensibles a las
glorias de su país”. Y se pregunta al mismo tiempo y nosotros recogemos ese
mismo interrogante que emitimos ante el público presente en este recinto:
-¿Perdería
acaso su estimación por haber sido la imagen obra excelente de un escultor
humano o porque la hubiesen desembarcado en las riberas de Tenerife algunos
cristianos piadosos?
También
el relato del polígrafo realejero recoge la aparición de la imagen, afirmando
que no detendrá su mirada en hacer reflexiones acerca de las maravillosas
circunstancias de esta historia, “bien que en el discurso de la obra presente
se nos ofrecerán algunas ocasiones favorables de proseguirla, sin que hayamos
adelantado hasta aquí otras noticias que las que ha fijado entre nosotros la
voz de una tradición respetable, aunque nacida quizá entre los mismos bárbaros,
promovida entre los pobladores de Tenerife y sostenida noventa y cinco años
después de su conquista por los escritos de fray Alonso de Espinosa, dominico,
quien, como advierte, «la alcanzó y pudo sacar a luz de entre aquellos oscuros
tiempos, sin que hallase cosa alguna escrita que le satisfaciese”.
Dejando
a un lado el siglo XVIII y acercándonos al XIX,
no podemos obviar una cita a la descripción del aluvión de 1826,
concretamente al texto redactado por el sacerdote Antonio Santiago Barrios. En
el mismo se proporcionan diversos detalles que permiten también advertir el
triste final de la imagen, siendo reemplazada la misma por una nueva obra del
destacado escultor orotavense, Fernando Estévez de Salas (1788-1854). Se trató
de un proceso complejo, tal y como describe el profesor y cronista oficial de
Candelaria, ya citado, miembro del Instituto de Estudios Canarios y
vicepresidente de la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias, Octavio
Rodríguez Delgado, en un artículo en su blog con el título “El terrible aluvión
que azotó Tenerife en 1826 y sus irreparables daños en Candelaria”.
En esa
aportación, apunta cómo incluso antes de solicitar una nueva imagen, llegaron a
pedir “que se les cediese la imagen de la Virgen del Socorro, que se veneraba
en su ermita de Güímar, pero los vecinos de este pueblo se opusieron a ello
frontalmente. Por este motivo, una vez perdida la esperanza de que apareciera y
creyendo necesario el que se colocara otra en su lugar, al año siguiente
encargaron una nueva imagen”.
Sin
embargo, en la ermita de Santa Úrsula, ubicada en el municipio de Adeje, existe
otra talla que bien pudiera tratarse de la imagen original, pues los marqueses
de Adeje solicitaron con anterioridad a su desaparición una copia y pudieron en
realidad entregar el resultado de su petición y no la original, que se guardó
en la Casa Fuerte.
Es esta
una cuestión sobre la que han reflexionado historiadores como Gerardo Pérez
Fuentes; María Jesús Riquelme en su obra La Virgen de Candelaria y las Islas
Canarias o incluso el recordado catedrático Jesús Hernández Perera. Todo ello
en atención a los rasgos y características que definen la imagen y describiendo
sus particularidades.
Para
los historiadores y otros especialistas, es lógico pensar en la posibilidad de
que la imagen tuviera varias copias y que la que se encuentra en la actual
ermita de Adeje sea una más dentro de ese proceso.
Llegados
al siglo XX, el pregonero desgrana someramente algunas vivencias, algunas
remembranzas, sencillamente para hacer más cercana y más personal esta visión
que ya no es, por tanto, la mirada de otros. En la memoria se almacena el
recuerdo de aquella peregrinación, vivida junto al agustino padre Federico, que
realizó la Virgen de Candelaria en el año 1964. Recorrió pueblo a pueblo de la
isla, un periplo que duraría más de tres meses por una misma finalidad:
recaudar fondos para la construcción de un nuevo seminario, un espacio que,
abierto a la formación de futuros sacerdotes, garantizara que éstos continuasen
difundiendo la fe entre la población y desarrollasen la tarea pastoral.
De
aquellos años de adolescencia, ya salpicada por la emigración familiar, quedan
las conversaciones domésticas sobre la excursión a Candelaria; las reservas de
asientos en los camiones adornados por hojas de palma; el paso, siempre
inquietante, por la 'Cuesta de las tablas' de la Carretera Vieja y el impacto
que significaba asistir a un encuentro de fútbol que se interrumpía cuando
pasaba la guagua.
No
sería ni la primera ni la última vez que la Virgen emprendió una peregrinación
pues ya desde el año 1994 ha cumplimentado una serie de visitas, destacando en
ese año por la conmemoración del quinto centenario de Santa Cruz de Tenerife y
en La Laguna en 1997, decretando a partir de entonces el obispo la
peregrinación cada siete años, a Santa Cruz y luego La Laguna.
Dentro
de unos meses, concretamente en octubre, con motivo en esta ocasión del
bicentenario de la Diócesis Nivariense, se vivirá una nueva exposición de
fervor y entrega hacia una imagen que, como Patrona de Canarias, es un símbolo
que agrupa a los canarios, proyecta su significado al exterior y nos cohesiona,
sin lugar a dudas, como pueblo. Y atentos todos, porque, con toda humildad
decimos que hay que evitar la instrumentalización del hecho religioso.
Su
presencia une a su vez América y Canarias, o Canarias y América, tal y como
reflejaría el recordado David Fernández en su obra Biografía de Candelaria,
citando cómo en el país venezolano su culto se extiende desde el Distrito
Federal, al Estado Anzoátegui, y por los estados Apure, Aragua, Bolívar, Carabobo,
Cojedes, Falcón, Guárico, Lara, Mérida, Miranda, Nueva Esparta, Portuguesa,
Sucre, Táchira, Trujillo, Yaracuy y el Estado Zulia.
No cabe
duda de que el mar ha unido ambas orillas durante siglos a través de un proceso
constante y continuo en la historia de Canarias: la emigración. A través del
mar llegó la imagen al lugar y un día triste del año 1826, recordado para los
anales de la historia, desapareció a través del mar. El fervor del pueblo
recuperaría de nuevo una talla que hoy, desde su Santuario, mira al mar y
extiende su visión ante todos.
El
pregonero se acerca al final. Lo hace deseando venturas y felices
celebraciones. Los candelarieros de Araya, Barranco Hondo, Las Caletillas, Las
Cuevecitas, el Casco, Punta Larga, Malpaís, Igueste, Santa Ana, Playa La Viuda
o El Pozo, se agrupan junto a isleños de todas las latitudes, para dar vida a
una singular estampa de peregrinación, para compartir la solemnidad y también
la alegría, el desenfado, los motivos lúdicos y propios de la fiesta popular.
Serviría
un poema del recordado Juan Pérez Delgado, el célebre e inolvidable Nijota,
quien, de forma magistral, reflejaría el carácter único de una celebración como
ésta bajo el título “Candelaria, hace cincuenta años”:
<<Gran
calor. Noche serena.
Arena.
Miles de ruidos.
Arena.
Gente, estampidos.
Silbos,
cantos, más arena.
El mar,
la playa, una calle
(la de
la Arena). Más gente
al por
mayor y al detalle.
Vino y
cerveza caliente.
Un
cantar, un grito, un nombre.
Un
baile, una discusión.
Un
acordeón y un hombre.
Otro
hombre y otro acordeón.
Alegres,
pícaras danzas
de
doncellas y donceles.
Guanches
con pieles y lanzas.
Guanches
sin lanzas ni pieles.
Una
parranda, una racha
de
estribillos de mal gusto.
Cachetada
a una muchacha
por
madre de ceño adusto.
Uvas de
Arafo en su cesta,
Vendidas
por guapas mozas.
Si la
sed es más molesta
¡Gaseosa,
gaseosa!
Fea
caída en arena
debida
a ruin empujón.
Trifulca
a trompada plena.
Guardia
Civil en acción.
Maldiciones,
vivas, gritos,
ajijídes,
oraciones.
Guitarras,
hueseras, pitos,
panderetas,
acordeones.
Trajes
de chillonas telas.
Cien
mujeres de rodillas
con
una, dos, tres, diez velas,
y
chiquillos y chiquillas.
Ruido
del mar, ronco ruido.
Grave
canto clerical.
Aquí y
allá el gran chillido
de una
mujer con un <mal>.
La masa
espesa se soba.
Y entre
el gemido y la trova,
entre
el grito y la plegaria
un
ciego empieza una <loba>:
<<¡Oh,
Virgen de Candelaria!>>.
Serviría.
Pero hay una estrofa del himno mariano que parece más apropiada:
<<Candelaria,
pueblo venturoso
relicario
de tu imagen santa,
horno y
centro del amor isleño,
cuna y
fuente de la fe canaria>>.
Hasta
aquí, prendado de candelas y flores de genios y artistas como son y serán
siempre Martín González y José Aguiar, hemos venido a pregonar con el ánimo de
descubrir “cultivos de medianías, tabaibales y balos, basaltos que se elevan
-como ensalzaría el poeta e investigador, miembro de la Asociación Española de
Etnología y Folclore, profesor Manuel Pérez Rodríguez- hasta coronarse de una
crestería de coníferas que juegan con las brumas atrevidas de la vertiente
norte”. Y entre las que pueden advertirse personajes nacidos en la localidad
como Antonia Tejera Reyes, médium conocida como la Iluminada de Candelaria;
Valentín Marrero Reyes, canónigo honorario de la Santa Iglesia Catedral de La
Laguna; Pedro Domínguez Torres, jugador de fútbol; Domingo Barrera Corpas,
boxeador profesional aspirante al título mundial; Dimas Coello Morales, pintor
y poeta, entre muchos otros.
La
puerta orientada a la Vida no es más que el deseo de seguir escribiendo y
comunicando. Y por la ventana al Infinito entran aires que, como los de este
año en Candelaria, solo impulsan los deseos de innovar, hacer más cosas y
agradar.
Gracias, candelarieros, por esta
oportunidad.
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