Lucio Albirosa
El café del cine teatro Imperial suele albergar charlas entre
humanidades del arte y celebridades estampadas bajo el vidrio de sus mesas. Al
lado del ventanal que da justo a calle Pescara, en la foto viva entremezclada
de frío y neblina, fluye el vapor de dos medianos sin azúcar y la mirada fija
de Marcelino como pronunciando lejanías, leyendas o veracidades extraviadas en
un ayer que tal vez, ni vos ni yo ni los otros supieron.
El barro de la lucidez abrió el diálogo y la primera coincidencia sobre
la llaga nunca cerrada. Y es que la historia oficial nos cuenta de un lugar al
que sus nativos llamaron “Valle de los guanacos” donde supieron convivir con
misterios y la naturaleza; los hombres, delgados adoradores de relámpagos,
rayos, luna y estrellas, también nos cuentan de sus arcos, flechas y
boleadoras, de ceremonias presididas por el más anciano y embrujos de machi y
cuestiones ya sabidas de memoria en lo común y cotidiano de aquel origen
primero del sitio traído ahora a la mesa.
De repente, una helada brisa ingresa al café junto al señor que restamos
importancia y fue entonces cuando la voz de Marcelino crujió lentamente para
destapar agonías encendidas y contarme que ahora, en nuestro tiempo actual, en
medio de las noches, sobre el territorio de la arena y la piedra, allí donde el
sol deja sobre el lomo del día sus estelas de fuego, en lengua milcayac se oyen
clamores brotando desde 1561, cuyos sonidos emergen dolor y cortados silencios.
Los mismos silencios con los cuales los invasores escribieron la página del
Huentota vendida al mejor postor ciego y sordo, de un entonces conveniente
hacia las generaciones venideras.
Las paredes del café ahora son un hielo quemando secretos que nunca
serán ceniza. Por el viejo Diamante, sobre la greda de Guanacache, entre la
arcilla del sitio de la ciénaga (Guaymallén), las voces de los caciques
Guaquinchay y Tabalqué e infinitos desnudos ante inclemencias, resuenan en las
venas y la carne de los pocos ahora aferrados a la herencia devastada de
aquellos agricultores avasallados, ultrajados, desterrados y mutilados por el
brillo mortal de espadas, látigos y una cruz ajena de piedad – piedad jamás
mencionada en los libros sagrados cubiertos desde siempre con el polvo de tanta
injusticia. Ninguna denuncia podrá jamás describir el oprobio, las matanzas
incontables y forzadas desapariciones.
Un telar sangrío hilvana todavía la desgracia, vacíos y crudo
padecimiento. Tal vez la garganta o el canto del cacique Azaguate traiga ahora
el grito incesante e inmortal de los verdaderos dueños ancestrales del cuyum;
mientras que a la sombra del día los mendocinos se acuerden de su Dios por
alguna razón y al mismo tiempo caiga sobre el desierto lavallino una lágrima de
Hunuc Huar intentando contar verdades desconocidas.
Todo aparenta suceder de nuevo aquí y ahora. El rostro del huarpe se
hundió en la paz mineral que citara un poeta en la zamba del riego, mientras
que en paralelo, la sangre derramada por el conquistador cubre totalmente al
Huentota para luego citar con límites en el mapa un lugar llamado Mendoza,
fundada el 22 de febrero de 1561.
Nos bebimos la frialdad de los medianos. Pedimos dos más y ni cuenta nos
dimos cuando la moza los dejó sobre la mesa. Mi mirada atropelló de golpe la
frente de mi amigo; él, inmóvil de manos y con memoria encendida, trato de
hablar nuevamente repasando hojas exentas de toda censura posible. Bajó su
frente hacia la taza y una lanza trizó el cielo y su congoja de nubes.
Las agujas del reloj marcaban el mediodía. Atravesamos la puerta rumbo a
la calle y la vereda no quiso atestiguar el peso dolido de nuestras almas y el
coraje peregrino imprescindible para pisar, viviendo, los lamentos.
Nada de lo detallado en este relato carece de veracidad, solo discrepan
las fuentes y el tamaño longitudinario de aquel dolor vigente que el tiempo
nuevo no ha logrado cubrir completamente, aún con su gran sombra de historia
oficial.
Lucio Albirosa
En: Denuncia en llamas y otras manifestaciones,
Ed. Huentota,
Foto: cementerio huarpe, Mendoza, Argentina.
Foto: Laura Piastrellini (Marcelino Azaguate,
cacique huarpe y cantautor). Mendoza, octubre 2017
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