Siete estrellas sobre el mar Caribe
Jeanette Ortega
Carvajal
El tiempo, el clima y nuestro organismo andan atolondrados.
Conciliamos el sueño de madrugada. Nos levantamos temprano a pesar de que no
tenemos un horario que cumplir y aun contando con 24 horas, no nos rinde.
Todo el día estamos cansados, quizás porque la monotonía
agota, al menos eso hemos comprobado y para colmo, paradójicamente y por
estrés, muchos padecemos de insomnio. A más de uno he visto en la calle con la
mirada perdida, arrastrando su cuerpo cual zombie de la serie de ficción The
Walking Dead. ¿Ficción, dije? Ya yo no sé. Solo sé que ocurrió lo que nadie
jamás imaginó: la ficción alcanzó la realidad y nos obliga a vivir en ella.
Propongo, no por viveza sino por justicia, que coloquemos
un año menos a nuestra edad y no por quitárnosla, es una deuda que la vida debe
saldar, pues 2020 fue un año perdido. No lo vivimos. No lo disfrutamos… poco y
pocos trabajamos, así que lo mejor es que este año no sumemos años a nuestros
años.
Tal vez suene ególatra, pero a partir de ahora nos
referiremos solo a Venezuela. Dirán algunos: “El mundo entero está padeciendo
lo mismo”. ¡No! Me atrevo a contradecir esta idea porque nosotros, aparte de la
pandemia, arrastramos y nos han arrastrado durante veintiún años hacia la
barbarie y la desintegración. Fuimos un país lleno de oportunidades para
extranjeros a quienes recibimos con tanta calidez, que lograron amar a esta
tierra como propia y eso no ocurre en cualquier parte.
No podemos negarlo. Nadie puede hacerlo. Venezuela padece
de un deterioro a todo nivel: social, político, económico, educativo y de
salud. Hay irrespeto a la libertad, a la vida, al pensamiento libre. Tenemos
además un elevado índice de inseguridad, de corrupción y una descomposición moral
y ética realmente preocupante. Ni hablar de las carencias de los servicios
básicos como agua, luz, gas y ahora, por increíble que suene, escasez de
gasolina en el país latinoamericano con la mayor reserva petrolera en el mundo.
¡Es muy grave!
La pregunta no es: ¿qué nos pasó? La pregunta es: ¿qué nos
hicieron? Y al encontrar la respuesta comenzamos a quebrarnos… No comparo
dolores ni penurias. Cada país carga su cruz. Cierto. Pero la nuestra es esta…
y cómo pesa… cómo duele.
Estamos expuestos frente al mundo. Clavados con los brazos
abiertos como Jesucristo sobre la cruz… han pasado tantos años y sin embargo no
nos ven, solo fingen hacerlo. No nos miran. Dicen querer ayudar y no lo hacen.
¡Saben!, ¡porque lo saben!, y nos llenan solo de palabras, de promesas, de
esperanzas, de informes que contienen pruebas irrefutables sobre actos
terribles que deberían ser repudiados, pero solo eso tenemos. Es inconcebible
que después de haber vivido tanta historia, lo que hoy padecemos siga repitiéndose…
al parecer nadie ha aprendido nada.
No sabemos cuánto tiempo más hace falta para que el mundo
se dé cuenta de cuánto y cómo nos han destruido. ¿Cuántas injusticias y nuevas
torturas deben sumarse al informe sobre la violación de los derechos humanos en
Venezuela? ¿Será que hacen falta más páginas?
La verdad es que quería escribir algo bonito y diferente.
¡Lo juro! Quería, por esta ocasión, no desgarrarme ni desgarrarlos por dentro y
es que… ya estamos tan rotos. El país completo está roto y Dios, repito, eso
duele. Como duele cada hogar enlutado, cada madre que lloró por un hijo, un
amigo o un familiar muerto o injustamente torturado o preso por haber aspirado
a la libertad. ¿Cómo se cura tanto dolor? ¿Cómo se repara tanto daño? ¿Cómo se
pegan tantas familias fragmentadas y dispersas en tantos y lejanos continentes?
¿Cómo pretenden que nos recuperaremos solos si estamos tan heridos?
Tal vez un milagro. Sí… tal vez. Pero ese milagro debe ser
aglutinado no en una persona, sino en lo maravilloso que sería un país unido y
esto no es incitación al odio, es incitación al amor… gente buena, hay.
Venezolanos y extranjeros preparados que logren consolidarse y trabajar en
beneficio de un país acorralado que siente que está muriendo, también hay.
En esta lucha se debe esperar como recompensa lo más
valioso: el rescate de la libertad, de la dignidad pisoteada por el egoísmo y
la corrupción que tienen tanto o más poder que este virus que está matando a
nuestros seres queridos alrededor del mundo.
No se triunfa contra un gigante de la maldad dejando solos
a quienes se atreven a pararse frente a ellos con una resortera y un par de
piedras.
Juro que quise escribir algo bonito. Quería obsequiarles
una historia linda, algo que los hiciera reír o tal vez contarles un cuento
como hago con mi hija cuando la veo triste pero, la realidad me desvió y hasta
el título tuve que cambiar. Sin embargo, en esta ocasión, al final, aferrarme a
la esperanza me dio otra visión.
Dios quiera que pronto, el glorioso y bravo pueblo, como
hicieron los valientes libertadores de todos los tiempos, logren cantar en
democracia el Himno Nacional de Venezuela. Cuando eso ocurra, lloraremos de
alegría porque en la noche, sobre el azul del mar Caribe, brillarán nuevamente
siete estrellas.
@jortegac15
¡CUANTA VERDAD!
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