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martes, 29 de septiembre de 2020

PUBLICADO EN “EL NACIONAL” Septiembre 28, 2020


Siete estrellas sobre el mar Caribe

 Jeanette Ortega Carvajal

El tiempo, el clima y nuestro organismo andan atolondrados. Conciliamos el sueño de madrugada. Nos levantamos temprano a pesar de que no tenemos un horario que cumplir y aun contando con 24 horas, no nos rinde.

Todo el día estamos cansados, quizás porque la monotonía agota, al menos eso hemos comprobado y para colmo, paradójicamente y por estrés, muchos padecemos de insomnio. A más de uno he visto en la calle con la mirada perdida, arrastrando su cuerpo cual zombie de la serie de ficción The Walking Dead. ¿Ficción, dije? Ya yo no sé. Solo sé que ocurrió lo que nadie jamás imaginó: la ficción alcanzó la realidad y nos obliga a vivir en ella.

Propongo, no por viveza sino por justicia, que coloquemos un año menos a nuestra edad y no por quitárnosla, es una deuda que la vida debe saldar, pues 2020 fue un año perdido. No lo vivimos. No lo disfrutamos… poco y pocos trabajamos, así que lo mejor es que este año no sumemos años a nuestros años.

Tal vez suene ególatra, pero a partir de ahora nos referiremos solo a Venezuela. Dirán algunos: “El mundo entero está padeciendo lo mismo”. ¡No! Me atrevo a contradecir esta idea porque nosotros, aparte de la pandemia, arrastramos y nos han arrastrado durante veintiún años hacia la barbarie y la desintegración. Fuimos un país lleno de oportunidades para extranjeros a quienes recibimos con tanta calidez, que lograron amar a esta tierra como propia y eso no ocurre en cualquier parte.

No podemos negarlo. Nadie puede hacerlo. Venezuela padece de un deterioro a todo nivel: social, político, económico, educativo y de salud. Hay irrespeto a la libertad, a la vida, al pensamiento libre. Tenemos además un elevado índice de inseguridad, de corrupción y una descomposición moral y ética realmente preocupante. Ni hablar de las carencias de los servicios básicos como agua, luz, gas y ahora, por increíble que suene, escasez de gasolina en el país latinoamericano con la mayor reserva petrolera en el mundo. ¡Es muy grave!

La pregunta no es: ¿qué nos pasó? La pregunta es: ¿qué nos hicieron? Y al encontrar la respuesta comenzamos a quebrarnos… No comparo dolores ni penurias. Cada país carga su cruz. Cierto. Pero la nuestra es esta… y cómo pesa… cómo duele.

Estamos expuestos frente al mundo. Clavados con los brazos abiertos como Jesucristo sobre la cruz… han pasado tantos años y sin embargo no nos ven, solo fingen hacerlo. No nos miran. Dicen querer ayudar y no lo hacen. ¡Saben!, ¡porque lo saben!, y nos llenan solo de palabras, de promesas, de esperanzas, de informes que contienen pruebas irrefutables sobre actos terribles que deberían ser repudiados, pero solo eso tenemos. Es inconcebible que después de haber vivido tanta historia, lo que hoy padecemos siga repitiéndose… al parecer nadie ha aprendido nada.

No sabemos cuánto tiempo más hace falta para que el mundo se dé cuenta de cuánto y cómo nos han destruido. ¿Cuántas injusticias y nuevas torturas deben sumarse al informe sobre la violación de los derechos humanos en Venezuela? ¿Será que hacen falta más páginas?

La verdad es que quería escribir algo bonito y diferente. ¡Lo juro! Quería, por esta ocasión, no desgarrarme ni desgarrarlos por dentro y es que… ya estamos tan rotos. El país completo está roto y Dios, repito, eso duele. Como duele cada hogar enlutado, cada madre que lloró por un hijo, un amigo o un familiar muerto o injustamente torturado o preso por haber aspirado a la libertad. ¿Cómo se cura tanto dolor? ¿Cómo se repara tanto daño? ¿Cómo se pegan tantas familias fragmentadas y dispersas en tantos y lejanos continentes? ¿Cómo pretenden que nos recuperaremos solos si estamos tan heridos?

Tal vez un milagro. Sí… tal vez. Pero ese milagro debe ser aglutinado no en una persona, sino en lo maravilloso que sería un país unido y esto no es incitación al odio, es incitación al amor… gente buena, hay. Venezolanos y extranjeros preparados que logren consolidarse y trabajar en beneficio de un país acorralado que siente que está muriendo, también hay.

En esta lucha se debe esperar como recompensa lo más valioso: el rescate de la libertad, de la dignidad pisoteada por el egoísmo y la corrupción que tienen tanto o más poder que este virus que está matando a nuestros seres queridos alrededor del mundo.

No se triunfa contra un gigante de la maldad dejando solos a quienes se atreven a pararse frente a ellos con una resortera y un par de piedras.

Juro que quise escribir algo bonito. Quería obsequiarles una historia linda, algo que los hiciera reír o tal vez contarles un cuento como hago con mi hija cuando la veo triste pero, la realidad me desvió y hasta el título tuve que cambiar. Sin embargo, en esta ocasión, al final, aferrarme a la esperanza me dio otra visión.

Dios quiera que pronto, el glorioso y bravo pueblo, como hicieron los valientes libertadores de todos los tiempos, logren cantar en democracia el Himno Nacional de Venezuela. Cuando eso ocurra, lloraremos de alegría porque en la noche, sobre el azul del mar Caribe, brillarán nuevamente siete estrellas.

@jortegac15

¡CUANTA VERDAD! 

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