José Peraza Hernández
Es el año 1.495. Un niño nace en
Montemar-o-Novo, (Portugal). Un niño que se verá influenciado por la época. Es
el Siglo de Oro español; el de Íñigo López de Loyola (1.491-1.556); el de
Teresa de Jesús, (1.515-1.582); el del Maestro de Ávila (1.500-1.569) y el del
niño que acaba de nacer, Juan Ciudad o de Dios.
Para comprender su vida hay que
situarse en su época y sobre todo, en el ambiente social por entonces reinante.
Se trata de un periodo histórico cifrado en la aventura, de inquietud y
conmoción. Y todo esto se vive como si de una enfermedad se tratara.
Estamos en los tiempos de la
Reforma (1.517) y de los grandes descubrimientos geográficos (América, 1492) y
esos dos hechos constituyen los ejes fundamentales en torno a los que gira la
sociedad de la época.
Todo es movimiento a lo largo de
este siglo XVI. No es de extrañar, pues, que Juan de Dios, sienta como también
en su sangre hierve la aventura. Una aventura que en él será doble: la del
hombre y la del santo, en interacción.
Ya cuenta ocho años y aparece su
primera aventura: Huye de la casa paterna y se emplea como pastor en Oropesa,
(Toledo), bajo las órdenes de Francisco Cid Mayoral, hombre de confianza de don
Francisco Ávarez de Toledo, Conde de Oropesa y Señor de aquellas tierras.
Pero aquella vida de tranquilidad,
donde jamás ocurre nada, acaba por aburrirle y le decide a meterse en un
ambiente de guerra: Fuenterrabía debe de ser conquistada (1.523) y allá se
encamina Juan de Dios. Será para él una experiencia, muy triste y amarga, la
experiencia que bordea la muerte. La realidad le hace tornar a su tranquilo
lugar de Oropesa, hasta que de nuevo siente como la sangre hierve en sus venas,
sin recordar sus antiguos sufrimientos.
Vuelve de nuevo a la milicia. Esta
vez, el lugar está muy alejado; pero eso no importa cuando se tiene el corazón
joven y el cuerpo sano y vigoroso. Es en Viena (1.532) y la lucha tiene
carácter de Cruzada. Pero la milicia no va con Juan. En su ánimo repercute la
violencia, la sangre derramada, el horror del combate.
No obstante, siente que precisa
algo, un motivo en su vida, algo que todavía ignora qué puede ser. Ha de
caminar, ha de buscar, quiere encontrar la luz. El no lo sabe, pero se está
preparando para una empresa misteriosa.
La ciudad de Ceuta construye sus
murallas (1.535) y hacia allá va Juan que se emplea en las mismas como peón de
albañil.
Regresa a España y con su vuelta,
un nuevo cambio de trabajo: su nuevo oficio es el de librero ambulante. Se
trata de un empleo que cae bien a su carácter. Estamos ya en el año 1.538 y sus
andanzas se desarrollan por Gibraltar, Málaga y Granada, ciudad donde instala
su librería en la puerta "Elvira".
Vende libros pero también los lee,
porque su ansia de saber es insaciable. Intuye que se está preparando para
algo, pero continúa sin saber qué puede ser.
Juan de Dios ya cuenta cuarenta y
tres años. Ha vivido y ha visto mucho. Entonces comienza su gran aventura, la
aventura cargada de entrega, fraguada en una larga etapa experimental. La
fecha: 20 de enero de 1.539.
Granada, en la Ermita de los
Mártires. Es la fiesta de San Sebastián en la cual predica Juan de Ávila. Y así
este hombre que, en resumidas cuentas, es el instrumento del que Dios se vale
para iluminar a Juan Ciudad, influye en éste de forma decisiva. El
arrepentimiento por sus pecados será el comienzo de su doctrina y el de su obra
caritativa en Granada y en la Iglesia.
La obra a la que se entrega es muy
dura y difícil, al tiempo que sencilla: Lo que puede dar de sí para un hospital
con todas las exigencias que Juan lleva en su mente. Recorre los calles y a sus
ojos no escapa la miseria que contempla: Habla su corazón y su mente busca con
desesperación un remedio para tantos desamparados, hambrientos, tullidos,
vergonzantes y enfermos. Quisiera poder remediarlos a todos y piensa en un
hospital digno para los enfermos. No los quiere ver amontonados en el suelo o
en camastros comunes, tal como era la costumbre de aquel tiempo. Rompe con la
citada costumbre y divide las salas de su hospital por enfermedades y procura a
cada enfermo una cama individual, limpieza, ventilación, asistencia día y noche
y un riguroso orden de meditación. Es como si hubiera intuído lo que pasado el
tiempo será un hospital moderno.
Los últimos once años de la vida de
Juan de Dios fueron de una entrega total, generosa, de una abnegación
sacrificada, consagrándose totalmente a la idea que había iluminado su alma. Y
es que, en el inmenso corazón de este hombre, cabían todos: Los de su hospital
y los de fuera. Para él sólo bastaba que alguien padeciera una necesidad.
Para él, el hombre siempre y en
cualquier circunstancia era su hermano. Y así, amado y querido por todos,
falleció en Granada el 8 de marzo de 1.550. Los rasgos fundamentales del
personaje aparecen, en seguida, a través de la síntesis de su doble aventura:
la del hombre y la del santo. Pueden concretarse en: su entrega total sin
reservas, sin condiciones y sin condicionamientos, su gran abertura hacia los
demás, su fortaleza sin límites, su caridad activa. Su testamento son los
enfermos: Testamento que la Orden de San Juan de Dios ha interpretado según las
necesidades de cada momento histórico. Pero sobre todo: Amor a toda persona sin
discriminación.
Amor y defensa de la justicia, la
promoción humana, los derechos de los enfermos, la solidaridad con los pobres y
los que sufren. La orden de los Hermanos de San Juan de Dios fue aprobada por
el papa San Pío V el 1 de enero de 1.572. Desde su primer momento ha sido una
Orden laical aunque desde su fundación se concedió que algunos Hermanos
pudieran acceder al sacerdocio para ejercer dicho ministerio entre los enfermos
y en sus comunidades y obras hospitalarias. A lo largo de su historia la Orden
de los Hermanos de San Juan de Dios se ha ido extendiendo por todo el mundo,
haciéndose presente en aquellos lugares donde el dolor y la enfermedad
precisaban de su asistencia: guerras, epidemias, enfermos de todo tipo y
necesidad.
Esta Orden Hospitalaria se dedica
al servicio de la Iglesia en la asistencia a enfermos y necesitados con
preferencia hacia los más pobres, comprometiéndose a prestarles todos los
servicios necesarios, incluso con peligro de la vida. La orden Hospitalaria de
los Hermanos de San Juan de Dios sigue las obras y enseñanzas del Santo a quien
consideran como su Fundador. Atiende a los pobres, los enfermos y los
marginados: desde el campo de las siquiatrías crónicas hasta la asistencia en
zonas deprimidas del mundo rural, pasando por los ancianos, los enfermos
crónicos, los drogadictos y los minusválidos físicos y psíquicos, los
alcohólicos, todos los marginados, niños deficientes y las Misiones.
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