Agustín
Armas Hernández
Con
lágrimas en los ojos retenidas,
con
el corazón, sangrante.
El
alma angustiada, reprimida,
inmerso
en desilusión constante:
en
un mar de amarguras desasistida.
A
la clínica cada día iba a visitarte;
en
tu postrer lecho te encontraba...
...Otra
cosa quiero decirte —última ésta—: Un día que fui a verte, en el lecho estabas
triste y dolorida. Quise animarte, pero... jamás herirte. Sabedor de lo que te
gustaba contemplar el mar, en días espléndidos y con sol radiante, te dije:
«Hoy, al pasar por el muelle, he visto el mar más bonito que nunca». ¡Me
miraste con tristeza y entre suspiros contestaste: ¡ay, el mar! ¡Quién pudiera
volver a verlo! No pudieron articular mis labios lo que sentía: solo balbuceé
con dolor de mi alma: «Otros mares más puros y azules los hay, ¡madre! Es ahora
ella quien podría decirme: «Sí, Dios tiene preparados cielos nuevos, y nuevas
tierras para quienes le aman» (Apoc. XXI;1). «Y verás además mares
transparentes como el cristal, y azules cual zafiro» (Éxodo XXIV; 10 - Apoc.
XV;2). Hablamos siempre de «esta vida» y <<este mundo>>.
Luego
existe «otra vida» y «otro mundo» ¿No es así? ¡Claro que sí madre! Yo solo
deseo, y espero, gozar de la dicha del Señor, en esos lugares celestes, donde
tú estás, ¡todos los días de esa maravillosa vida!
Dios
es amor, dice San Juan. Pues, todos los que quieran gozar de esa tierra y esa
vida, con el Señor, que pongan en práctica ese verdadero amor... el de Dios. Trabajemos,
juntos, para ganar ese salario. Es el más rentable. ¡Sin duda alguna!
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