Lorenzo de
Ara
He de
reconocer que hay días que no sé qué preguntar en un programa de radio. La
jornada se me hace cuesta arriba. Como si escalara el Everest. Sin oxígeno. Hay
personas (personajillos) así. Muy pocas neuronas, pero con la habilidad
suficiente para aferrarse al poder durante años. Poder local, por ejemplo. Son
aburridos, simplones, torpes, planos, ruines y mucho más insanos que el cáncer
de próstata. Son jodidadamente aburridos. Naturalmente, los hay también en la
oposición política, y en la economía, en el periodismo, en la cultura. Y es que
en el mundo local se dan las condiciones perfectas (siempre y cuando el listo
sepa hacerse pasar por inteligente) para que el mendrugo de dos piernas gatee y
ponga su bandera en lo alto de la cresta de la popularidad.
A veces, a
lo largo de una semana larga, servidor tiene la tentación de callar. Cerrar la
boca ante el micrófono. A veces la locura cobra más violencia, y de lo que se
tiene ganas es de mandar a tomar por culo al invitado que está a un palmo del
entrevistador.
Cuando
salí aborrecido de Canal 6 Teidevisión, cuando mantuve un aislamiento casi
enfermizo y nada quería saber de los medios de comunicación, de políticos
inextinguibles, de compañeros de profesión sin cojones, o sea, sin
personalidad; durante ese año y medio, aproximadamente, sólo una persona acertó
al describir lo que me pasaba: “Te pueden los complejillos”.
De regreso
a la profesión, gracias a la familia Reyes y a Gente Radio (ya vamos por la
segunda temporada), descubro, más empachado que asombrado, que las preguntas a
realizar no han cambiado, que los problemas son los mismos, que los
protagonistas (lo más tóxico de todo este rollo) también son los mismos, que la
profesión local (salvo la excepción que honestamente siempre mantiene encendida
una pequeña luz para la esperanza) es jodidamente presuntuosa.
Juré que
no regresaría. Pero regresé. Con los mismos defectos, con las mismas
limitaciones, con las mismas dudas, con los demonios que siempre me han
acompañado desde que inicié esta odisea en el Diario de Avisos, pasando luego
por gabinetes de prensa, radios, televisiones, asesoramiento de políticos y,
hoy, otra vez, en la radio, dulce hogar.
Pero hay
días que los invitados me lo ponen difícil. Muy difícil. Hay en ellos una
gansada tan nauseabunda, una apariencia tan sonora, una pudrición mental tan
oscura, que, por unos segundos, mientras los observo, en mi cabeza me pregunto
qué coño hago aquí, por qué estoy sentado ante una persona (político) que
apesta a la nada más brutal.
Y no hallo
respuesta. De momento.
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