Rosario Valcárcel
Después de
Navidad el tiempo cambia en Canarias, y se siente la calima fría y el viento
húmedo. Y en la orilla de la playa llegan desechos que las olas y el viento
arrastran entre el chapoteo sonoro del mar: piedras, cebas, conchas, zapatos
desparejados; quizás desprendidos de los pies de algún ahogado.
Y hablando de
ahogados, recuerdo, como si fuera hoy, esos días lluviosos, de truenos y
relámpagos, de tormentas de enero y febrero en que algún cetáceo alcanzaba la
orilla o bien porque estaba herido o a desovar, a mí me parecían enormes, lo
llamaban angelotes o mantas, eran oscuros y con aspecto de viejo. En aquel
entonces -yo era muy pequeña- y pensaba que se ahogaban como le ocurrió a una
amiga mía que la marea la arrastró consigo y desapareció para siempre.
Y me asustaba y me venía a mi cabeza la imagen
de una película, “Los Diez Mandamientos, que a pesar de estar dirigida también
a niños, Hollywood no la endulzó. Protagonizada por un Charlton Heston
convertido en Moisés que, con una imagen feroz abría las aguas del Mar Rojo
para salvar a Israel de manos de los egipcios. Me impresionó y mucho ver como
el ejército enemigo, los caballos y los carros se ahogaban en el mar.
Hoy en día,
las estadísticas del año 2017, nos muestran que los ahogamientos en playas,
ríos piscinas, incluso como antaño en pozos, supone en España casi la mitad de
la que se alcanzan en accidentes de tráfico, ya que se registran unos 500
ahogados por año, sin contar las oleadas africanas que desesperadas suben a
morir en nuestras playas. Estadísticas en las que Canarias no se salva. Y lo
curioso es que estos accidentes ocurren en horarios de ocio y diversión, a
plena luz del sol.
Controlar el
reloj, controlar el tiempo de la digestión para poder tirarnos al agua, esa era
la única medida que se tomaba, una medida que podía durar un par de horas y con
un calor horrible. ¡Toda una penitencia! ya que la gran bola ardiendo en el
cielo nos hacía sudar y sudar. Por eso mis amigas y yo nos reinventamos algún
juego, alguna alegría con la mirada perdida en el mar, viendo como transcurrían
esas casi tres horas.
¡Tres horas para hacer la digestión! en caso
de haber almorzado o tomado esa ensaladilla o esa tortilla que tu madre había
preparado muy temprano y con tanto amor, para disfrutar de un día de playa, en
esos días que a pesar de todo, los recuerdo como excepcionales.
Lo peor de esa
larga espera, para darte el chapuzón de nuevo, es que estabas prácticamente
vestida, ya que, en tiempos no tan lejanos, no podíamos estar en la playa solo
con el bañador, había que ocultar todo el cuerpo, estar tapadas. Las normas
morales y religiosas lo prohibían y,
llegué a oír que el Obispo Pildain y Zapiain excomulgaba a todo el que no
cumpliera dichas normas.
Ahora parece
que el secreto para evitar los famosos cortes de digestion es sumergirnos en el
agua, poco a poco, para evitar los cambios bruscos de temperatura. Lo cierto es
que nuestros padres hacían lo que podían, incluso cuando aparecía algún niño
casi inerte y entrechocando los dientes, ellos se armaban de valor y hacían el
papel socorristas.
La muerte por ahogamiento ha tenido para la
literatura y la poesía en particular, un aire romántico, pero la realidad es
que este tipo de muerte es rápida, dolorosa y muy triste. Y son desgracias que,
muchas veces, se pueden evitar si desde el seno familiar, colegios, monitores
de tiempo libre… enseñamos a grandes y sobre todo a los más pequeños a nadar, a
saberse mover en un medio acuático. Les enseñamos el significado de las
banderas que informan sobre el estado de un mar, de un mar que puede ser
despiadado.
Les enseñamos los peligros de ese azul que
forma parte del setenta por ciento de nuestro planeta. Les enseñamos a respetar
al mar.
Foto La Playa
de Las Canteras, obra de Daniel Rodríguez Báez
blog-rosariovalcarcel.blogspot.com
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