Iván López Casanova
Leo durante estos días de vacaciones el maravilloso
libro Elogio de las familias sensatamente imperfectas de Gregorio Luri, en el
que se recoge esta cita de Umberto Eco: «somos lo que nuestros padres nos
enseñaron cuando no intentaban enseñarnos nada». O sea, que tal vez sea más
importante sentar bien los puntos cardinales de la familia y desconfiar de las
pseudociencias y de otras fuentes de desinformación −como las redes sociales,
las cuales se han convertido en los nuevos pedagogos con sus dogmas virales−.
Porque resulta necesario rescatar el sentido común en
la educación familiar. Y así lo hace Luri, desde sus páginas iniciales, en las
que nos revela su experiencia interior –de hecho, las introduce con un «solo
puedo hablar de lo que creo»− sin complejos ni miedos ante lo políticamente
correcto: «Soy plenamente consciente, porque así lo he vivido, de que los
padres y las madres tienen estilos educativos diferentes y complementarios que
provocan efectos complementarios en la socialización de sus hijos».
Lógicamente, con estas premisas, y para ser
consecuente, el filósofo y experto en educación español declarará que, para la
educación de los hijos, la existencia de padre y madre ligados afectivamente
son «un chollo psicológicamente», y que, en este sentido, no todo es lo mismo y
cuando escribe no tiene «presentes de manera espontánea todos los modos de
familia posibles». ¿Más sinceridad? «Cuando me preguntan cuál es la principal
obligación de los padres no dudo en contestar que quererse», sentencia.
Pero aún les transcribo otra preocupación de Gregorio
Luri, porque la comparto: «A veces tengo la sensación de que la figura del
padre está desapareciendo de los discursos sobre la familia porque no se le
perdona que no sea una madre». En efecto, pienso que ya está bien de ir más
allá de lo real y de que, por combatir a favor de la igualdad entre varón y
mujer, se llegue a perder toda la maravilla de la complementariedad de los
sexos. O sea, que los niños pierdan lo que le puede aportar su madre y, con
igual valor pero distinto, lo que le puede ofrecer su padre.
También, en el libro Diccionario de la adolescencia,
Joseph Naouri y Philippe Delaroche se hacen eco de la proclamación de esa
muerte del padre, pero, con idéntico realismo, explican su falsedad: «Nos basta
para ello escuchar los testimonios de esos jóvenes, tan numerosos, que se
niegan justamente a la desaparición total de esta figura paternal a la que
ellos siguen considerando, en su gran mayoría, como algo fundamental para su
propia construcción», para la formación de su propia identidad.
En suma, Luri explica que «hemos convertido la
infancia en un mito romántico. El niño es presentado como un ser inocente que,
además, según nos dicen, es moralmente bueno y un científico y un artista en
potencia». Y advierte, entonces, que esta ficción resulta muy dañina, pues como
consecuencia conduce y «justifica la inacción de muchos padres que no soportan
decir no a sus hijos».
Entonces, bajo la mirada real de la infancia, nuestro
insigne educador español nos aporta el resultado de un estudio de 2017 en el
que se buscaba la respuesta a la pregunta sobre cuál era el hábito familiar con
una repercusión positiva mayor en los resultados escolares de los hijos. «La
respuesta fue: hacer juntos una comida diaria, sentados alrededor de la misma
mesa». Asombroso resultado que confirma la necesidad de recuperar el sentido
común: los padres como principales educadores en el ámbito familiar y, por
tanto, su autoridad como un derecho de los hijos.
Por último, Luri aclara que «hay hábitos familiares
que intelectualmente suman y hábitos familiares que intelectualmente restan»:
el ejemplo como el factor más decisivo en la educación. Y también insiste en la
responsabilidad, porque todos los hijos «quieren un padre que se vaya a la cama
cada noche con su madre». O sea, el sentido común familiar.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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