Juan Calero
Después de haber leído Calles/ Carrers, de
momento, su penúltimo y bellísimo libro, ¿qué nos puede deparar André Cruchaga
tras el título en latín Ars Moriendi?
Para conocer la obra de uno de los poetas más
significativos de nuestros tiempos, hay que situarlo en un pequeño país
centroamericano, El Salvador; un territorio convulso entre guerras y guerrillas
interminables, estremecido social y naturalmente por estar enclavado a los pies
del Cinturón de Fuego, en la costa más difícil del Pacífico. Tanta muerte en
vano, y un poeta, dedicado al arte más
noble, como la docencia, quizás,
sorteando espantos de palabras gastadas por tanta lluvia, entresacando belleza
contra el páramo en medio de ese panorama desolador de la violencia, sorteando
su piel contra la aridez de la locura bajo la lluvia, que no es lluvia, porque
no moja, son piedras filosas que rajan como penas, el dolor por tanto riesgo.
Ars Moriendi significa, el arte de morir. Este
título fue acuñado por primera vez en la primera mitad siglo XV a la unión de
dos textos interrelacionados, en latín, que contienen consejos sobre los
protocolos y procedimientos para una buena muerte y sobre cómo morir bien, de
acuerdo con los preceptos cristianos de finales de la Edad Media, durante un
período en el que los horrores de la peste negra y los consecuentes
levantamientos populares estaban muy presentes en la sociedad.
Leer a Cruchaga es entregarse a un campo minado.
La poesía nos ayuda a adentrarnos en el mundo
personal o imaginario de los autores, y a su vez, adentrarnos durante años en
la obra de determinados autores nos ayudará a mejorar nuestra percepción de la
literatura.
Como Góngora en su tiempo, la obra de Cruchaga
quizás no corresponda a la Vanguardia poética de nuestros días, sino que va más
allá y supera los límites de nuestra paciencia. Su obra podemos traducirla como
fragmentos de vivencias sociales. Dentro de cada poema, como en parte de su
obra también hay amor más allá del amor, no solo el amor a un cuerpo desnudo,
sino al amor de esa escasa porción que nos toca y cada día se renueva con sus
múltiples caras.
Atesoro varias de sus publicaciones en papel de su
ya tan dilatada obra, como también confieso llevar alimentando un archivo con
aquellos poemas diarios que me resultan imprescindibles. Ni él mismo sabría
seleccionar diez de sus poemas, de sus alrededor seis mil ya escritos, para
incorporarlo a un encargo de publicación colectiva; así me confesó una vez y me
pasó esa responsable y difícil tarea.
Los poemas de Cruchaga saben a tierra con cenizas y escombros, y qué es la
vida si no los escombros con tierra y ceniza que vamos dejando a las
generaciones venideras. Su obra no se caracteriza precisamente por la
limpieza puramente musical de una
sinfonía de imágenes, la obra de este poeta trasciende abocada a tertulias y
análisis más allá de nuestra generación. No soy el más indicado para este
análisis, dado mi resumir de palabras, solo expongo una obra admirada
diariamente durante años para el disfrute de los que no han tenido el placer de
leerlo.
En una época, el canto, la poesía y la danza
formaban parte de un único dromenon. Poco a poco fueron independizándose unas
de otras, convirtiéndose en arte. En ese proceso se fueron diferenciando la
poesía de la narrativa mediante el verso rimado. Whitman, el padre del verso
libre, rompió los cánones creando el verso libre y éste en su proceso de
renovación fue acercándose de nuevo al texto narrativo, que es lo que define la
obra de Cruchaga.
Pero la obra del poeta contemporáneo difiere de la
prosa, la buena poesía contemporánea dice algo que la prosa no podría decir en
modo alguno. Para leer a Cruchaga
tenemos que derribar nuestras estructuras lógicas, debemos alcanzar una especie
de estado de trance en el que las imágenes, las correspondencias y los sonidos
de sus metáforas se combinan de una manera totalmente diferente.
Es tal la profusión de imágenes contrapuestas por este poeta que sirve de materia prima
para toda creación. Añade además a sus textos párrafos en cursiva, como
aclarando o añadiendo otro poema dentro del mismo. Cualquier poema de Cruchaga
puede ser el móvil para un corto de ciencia ficción.
La poesía es la menos técnica de las artes. Como
dijera C. S. Lewis, La poesía moderna es demasiado difícil para la mayoría de
la gente. Cuanto más refinado y perfecto se vuelve un instrumento para el
desempeño de determinada función, es natural que menos sean las personas que
necesiten, o sepan, utilizarlo. Así pasa con la poesía vanguardista, se limita
cada vez más a perfeccionar formas nuevas de decir y así pierde interés el gran
público ya que no está preparado a recibirlo.
La culpa no es de la poesía, ni de los poetas,
sino del perfeccionamiento al andar de la primera. Para leer poesía necesitamos
de un talento que se asemeja un tanto al talento de escribirla, de ahí que se
cierre el círculo de lectores alrededor de la sublimación de un poeta nada
comercial, con personalidad propia y estilo tocado por los dioses, como
Cruchaga.
Inevitablemente este proceso es paralelo a una
disminución constante del número de sus lectores. Hay quienes lo achacan al
elitismo que han alcanzado los poetas, otros a los medios de información, las
redes sociales, la moda…
Tomando las palabras del poeta polaco Adam
Zagajewski, tras recibir el Premio Princesa de Asturias, 2017: No está de moda
detenerse en medio de un prado primaveral ni la reflexión. La falta de
movimiento es nociva para la salud, nos dicen los médicos. Un momento de
reflexión es peligroso para la salud, hay que correr, hay que escapar de uno
mismo.
Por otra parte, el sistema de enseñanza de la
literatura no ayuda, sigue aprisionado por las arcaicas herramientas que ha
hecho ineficaz su estudio. Qué poeta actual no sufrió en tiempos de
adolescencia con aquellos clásicos impuestos. Sólo el tiempo y el amor a este
oficio nos hace volver a su lectura y estudio personal. La gran mayoría no
volvió a su estudio y quedó con la gris explicación del docente de turno.
Hay quien se empeña en que este vacío de lectores
de poesía sea temporal y la invasión de las modas actuales de paso a otra
poesía nueva o renovada y pueda volver a tener un público más masivo.
La obra conocida de André Cruchaga se rige por su
honestidad al mundo que le rodea y nos hace disfrutar de ello. En mi caso,
vengo siguiéndolo desde hace años sin habernos plantearnos una amistad
literaria, luego cuando se dio el caso, surgió la admiración mutua por nuestra
obra, y por supuesto, entre el mayor y el menor poeta. Que no quede duda de
André Cruchaga como uno de los grandes poetas de nuestra época.
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