Evaristo Fuentes Melián
Los
abusos o violación a cargo de los cinco sevillanos de La Manada en Pamplona tiene varias lecturas. Recuerdo a
bote pronto dos películas: La trastienda (Jorge Grau, 1975), una las primeras
películas españolas en que se vio un
destape femenino integral, en la persona de María José Cantudo; la trama
transcurre en los sanfermines pamplonicas; un médico se enrolla con una enfermera (encarnada en la
Cantudo), mientras que su esposa por la
Iglesia y el Juzgado le pone los cuernos subrepticiamente (¿redundancia?) con
su mejor amigo en, precisamente, la trastienda de su local comercial.
La otra
película es la memorable Los cuatrocientos golpes (F. Truffaut, 1959), una
película francesa que transcurre en un colegio público, en el que un buen
chico, encarnado en Jean Pierre Leaud (que ahora, ya casi anciano, acaba de
estrenar otra película) termina por malearse. El profesor principal en Los
cuatrocientos golpes ---son tiempos de De Gaulle presidente--- lo tiene claro,
su lema es “Acción, reacción”; es decir, que si un alumno se pone gamberrete
hay que reaccionar con la contundencia necesaria para devolverlo, cual oveja descarriada, al redil de la buena
conducta y disciplina.
En
medicina y en construcción también hay acción y reacción. En medicina se vacuna
para que el cuerpo humano reaccione y se defienda. En construcción, la
estructura de los edificios se realiza para que reaccione y soporte la carga,
el peso (acción) que va a llevar dicho edificio.
Pero el
domingo 29 de abril en cierta tele privada al delito (acción) del quinteto de
La Manada se ha respondido con una reacción excesiva, morbosa, superando con
creces todo atisbo de ejemplificación. Lo cuento: llegaron a poner en esa tele,
en un espacio rectangular de 3x1 metros, unas sogas o cuerdas, como si fuera un
auténtico ring boxístico, y se introdujeron en ese pequeño recinto cinco
hombres fortachones y el conductor del programa, para demostrar lo estrechos
que estaban los cinco de La Manada y la pobre chica violentada.
Espectador
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