Evaristo Fuentes Melián
Los
sanfermines de Pamplona son fiestas populares muy conocidas, precisamente por
el desmadre que en muchos casos protagonizan los jóvenes y no tan jóvenes de
ambos sexos. Sucede igual que en las fiestas mayores de muchas ciudades y
pueblos de España y del extranjero. No es mi intención con estas líneas hacer
alusiones a sucesos recientes, solamente quiero contar mis vivencias personales
en este tipo de festejos populares.
Pongo dos
ejemplos dentro de Tenerife: Tanto las fiestas patronales con el baile de magos
de La Orotava, como las fiestas del Puerto de la Cruz con la embarcación de la
Virgen del Carmen, a lo largo del último medio siglo, se fueron convirtiendo
cada vez más en multitudinarias, hasta llegar al cenit, a la cima, a la cúspide de asistencia de una muchedumbre
incontrolada, tanto local como foránea. El baile de magos orotavense llegó a
tener unas cinco orquestas repartidas por el casco urbano de la localidad; el
desmadre fue tal, que tengo como testigo una serie de fotos del día siguiente
temprano, con basura por varias calles, restos de meados, vestigios de otras
acciones fisiológicas y actos <deshonestos> que se deben practicar en
casa y en privado… (A buen entendedor con pocas palabras basta).
Por su
parte, pasó lo mismo el año en que culminó la embarcación portuense con
asistencia multitudinaria y desordenada; tuve una experiencia personal muy desagradable y acongojante, de
tal modo que me recluí en mi casa por temor a perder mi integridad física en
manos de gamberros rompiendo escaparates y mobiliario público urbano por las
calles de la ciudad.
Menos mal
que en ambas fiestas, los últimos años ha ido en descenso la curva de jolgorio
desmadrado, tanto en el Puerto como en la Villa. El ambiente festivo, con la
ayuda de refuerzos policiales, ha vuelto a su cauce normal, sin desmedidos
alborotos incontrolados e incontrolables. E improcedentes e inaceptables.
Espectador
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