Agustín Armas Hernández
SEGÚN el sabio refrán: «La ocasión hace al
ladrón». Y también al héroe, veámoslo. Leía yo en una revista de hace años, la
tragedia del ferry británico «Heraid off free Enterprise», accidentado en las
costas belgas, y los actos de heroísmo de varios pasajeros. Ello hízome
recordar el famoso naufragio, ya lejano, entre los peñascos de «Punta Brava»,
Puerto de la Cruz.
Hasta primeros del siglo XX, «La Brava» (actual
«Punta Brava»), dormía el sueño de los tiempos. No era más que una lengua
volcánica/rocosa que se introduce provocativa, desafiante en el Mar Océano del
norte tinerfeño, rincón aislado, distante en la costa de un pueblito, también
rebautizado, antes «Puerto de Orotava» hoy Puerto de la Cruz.
Grandes masas rocosas semisumergidas unas y
aflorando a la superficie otras han sido motivo de alarma y preocupación para
todos los marinos y capitanes de barcos que con frecuencia solían visitar el muelle
portuense en aquellos años…siglos XVII-XVIII-IXX para cargar los ricos frutos
del fértil valle de La Orotava. No eran infundados estos temores, pues... en la
madrugada del 11 de diciembre de 1910, un grito desgarrador hirió el espacio
etéreo ¿Qué pasa? se preguntaban los desvelados y soñolientos portuenses, como
intuyendo que algún fatídico acontecimiento ocurría en ese preciso momento.
Eran las cinco matinales de la citada fecha, un
fuerte temporal de viento y mar gruesa batía la costa norte tinerfeña. Se
trataba de un barco, un gran barco, el «Titlis». Las rocas del «veril de la
brava» rasgaron su vientre, hasta las mismas entrañas.
Un agricultor de la zona, alarmado por el rugir de
la sirena del buque agonizante, después de acercarse al lugar y ver lo
ocurrido, corre hacia el Puerto de la Cruz y avisa a las autoridades locales.
Seis personas se dan prisa en llegar donde estaba el barco encallado; eran
Sebastián Castro Morales (el que más tarde dirigiría las operaciones de
salvamento), Francisco Álvarez García, Gregorio Montes de Oca García, Isidro
Ramos, Pedro Mesa López y mi propio progenitor, Ángel Armas Álvarez.
«¡Manos a la obra!» gritó don Sebastián, dando
ánimo a sus compañeros, mientras se acercaban al carguero siniestrado.
Más... uno de
ellos (-al cual conocí muchos años después del incidente-) viendo, que barco y
tripulación se hundían por momentos, arrebatado de valentía, coge una soga
—preparada previamente— y se lanza de risco en risco hasta llegar cerca de la
proa, donde estaba concentrada la desesperada tripulación. «El Titlis» era un
vapor noruego de acero, aparejado de goleta, que fue construido en los
astilleros «Neyland» (Oslo) en 1904.
Tenía un tonelaje bruto de 1.407 toneladas, una
eslora de 231 pies 35 de manga y 20 de calado; venía al mando del capitán
Kristian Andersen, con una tripulación de 18 hombres, de los cuales 4
desaparecieron, arrebatados por las olas, cuando agarrados de la susodicha
cuerda intentaban llegar a tierra firme.
Después de este catastrófico acontecimiento que
conmovió el corazón de todos los portuenses, concretamente el día 15 del mismo
mes, el comité de turismo de la localidad organizó una función benéfica —según
folleto de la época— en ayuda de los marinos supervivientes y familias de las
víctimas, gran éxito tuvo dicha acción, que se celebró en el cinematógrafo del
ex convento de monjas. (Este convento fue pasto de las llamas el año 1925).
Reinaba en
Noruega en aquellos años el rey Haakon VII y, de acuerdo con su gobierno
decidió galardonar con medallas y pergaminos alusivos la gesta de estos
valientes e intrépidos socorristas portuenses. Sin su intervención, hubieran
perecido todos los tripulantes del buque.
Durmieron durante muchos años los restos del navío en las profundidades.
Pero llegaron tiempos nuevos y sofisticadas técnicas tanto para escudriñar las
entrañas de la tierra como las profundidades marinas. Pues, bien, el año 1980,
los alumnos del colegio «Montessori» de Santa Cruz de Tenerife realizaron una
serie de actividades en el Puerto de la Cruz que, —con la colaboración de la
Escuela de Buceo de Tenerife y otros ciudadanos portuenses— culminó extrayendo
del lecho marino la hélice del «Titlis».
En un acuerdo muy inteligente, el 25 de junio de
1980, dicha hélice fue donada al populoso barrio de Punta Brava y quedó en un
sencillo pedestal para que todos, tanto lugareños como foráneos, recuerden no
solamente a los fallecidos en el naufragio, sino también a los valientes
portuenses que arriesgaron sus vidas por el prójimo.
Al acto de entrega de la hélice, entonces ubicada
en la plaza de Manuel Ballesteros, (en la actualidad instalada en un jardín
frente a la Iglesia de Punta Brava) asistieron además de las autoridades
locales, el cónsul de Noruega, señor Limberg representación del Cuerpo Consular
Acreditado en Tenerife, el jefe de la Policía Nacional, párroco del barrio,
alumnos del colegio Montessori con su director, familiares de los que
intervinieron en el rescate de los náufragos y mucha más gente.
El barrio
portuense de Punta Brava empezó a crecer y tomar auge en la década de los años
50, cuando la corporación municipal con su ilustre alcalde don Isidoro Luz
Cárpenter decide donar solares de aquella zona rocosa a personas necesitadas
del lugar.
Hoy, sin duda,
es Punta Brava el barrio más bonito y populoso de la ciudad turística. Una gran avenida que lleva el nombre del
recordado Paco Afonso —el que fuera alcalde de la ciudad y gobernador de
Tenerife— une el barrio con el centro de la ciudad.
Algunos me dicen que a ver si llego a ser tan
heroico como mi recordado padre. Si el
Señor me concede una ocasión, que también me dé fuerzas para no degenerar de
mis antepasados. Lo mismo deseo para los
descendientes de los demás socorristas.
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