Agustín Armas Hernández
Nosotros,
los hombres, y también las mujeres, siempre y a través de los tiempos hemos
tenido anunciadores de acontecimientos, tanto si son agradables como
desagradables; los agradables (que suelen ser muy pocos) los acogemos más o
menos con aceptación y hasta con agrado. Pero lo que la mayoría no acepta, son
aquellos catastróficos o desagradables, anunciados ya hace muchos años y no
tantos, por profetas, videntes, futurólogos, astrólogos, etc. A estos
anunciadores o profetas (que con dolor
de su alma tienen que anunciar estas
correcciones divinas) se les trata inmediatamente de fanáticos, locos e incluso
anormales, prefiriendo ignorarlos, pues son los motivadores del despertar de
conciencias dormidas y sin escrúpulos, prefiriendo la diversión, bailes, fútbol;
boxeo, bingos, banquetes y negocios con sustanciales beneficios, etc.
Sin embargo, los que en este planeta Tierra
habitamos solemos (no de ahora, sino siempre, mejor dicho, más ahora que antes
cuando había más fe) hacernos una serie de preguntas: ¿por qué si hay un Dios
todopoderoso, bueno y justo, permite ciertos acontecimientos? tales como: (ya
no las guerras que hacemos los hombres donde perecen muchas personas incluyendo
niños y ancianos) sino el hambre, epidemias, sequías, terremotos, lluvias, torrenciales
y accidentes tales como: ferroviarios, aviación, etc. muriendo niños inocentes,
algunas respuestas como vemos las tenemos clarísimas, ocasionados por el
hombre, las guerras y algunos ocasionados por fallos humanos.
Pero como vemos la pregunta clave es ¿por qué los
niños inocentes? naturalmente a los que estas preguntas suelen hacer, yo les
aconsejaría que leyeran la biblia o sagradas escrituras con mucha paciencia
sobre todo cuando no se tiene fe, pues si la leyéramos sin esa fe y paciencia, diríamos
como San Agustín «esto es paja» pero cuando el citado santo pensó y leyó
pacientemente, expresionó: ¡esto es la verdad de la vida!
El Altísimo
no hace excepciones, siembra y recoge, luego aparta la cizaña del trigo.
Posdata: leamos lo que nos dice San Paulo en su
primera carta a los Corintios.
¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!
"Hermanos: el hecho de predicar no es para mí
motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el
Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero
si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer
el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la
predicación de esta Buena Noticia. Me he hecho débil con los débiles, para
ganar a los débiles; me he hecho todo para
ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por Evangelio, para participar
yo también de sus bienes.”
Palabra de
Dios.
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