Agustín Armas Hernández
Muchos esperaban, aunque pocos lo deseaban, que
con el pasado eclipse de Sol vendría el fin del mundo. ¿En qué se basaban?
Pues, en que era el último que se daba en ese siglo y milenio que terminaban.
Aparte de coincidir, también, con otros acontecimientos largamente anunciados
para estos tiempos. De entre ellos destacar los siguientes: las profecías de
San Malaquías (1094-1148), referentes a los Papas; las videncias y cálculos del
médico y astrólogo francés Michel de Nostradamus, quien ya en 1555 predijo el
último eclipse de Sol ocurrido el miércoles 11 de agosto. Además, si a todo
ello se le unen las catástrofes de toda índole que ocurrieron, y siguen
ocurriendo, en nuestro planeta, no es de extrañar que muchas personas pensaran,
y sigan con la misma idea, que algo tendría que ocurrir con este acontecimiento
del tan traído y llevado eclipse.
Existe un dicho popular que dice: «Cuando el río suena,
agua lleva». Entonces, ¿qué pasó, que no se cumplieron los augurios de
agoreros, videntes, futurólogos, etc., que con tanto bombo y platillo
anunciaban el fin del mundo conocido? Nada de nada. Agoreros de mala muerte.
Falsos profetas. Videntes que no ven más allá de sus narices. Charlatanes que
aprovechan los medíos de difusión para darse a conocer y de este modo explotar
a los pobres incautos, hombres de poca fe, a los cuales sacan el dinero. Pero,
no todo es falso. Ellos saben muy bien que algo va a ocurrir, puesto que se lo
consultan a sus espíritus. Y esos espíritus, aunque sean demonios, no pueden
negar lo que está a la vuelta de la esquina. O sea, el cambio inminente. El
enemigo maneja a su antojo a los que no tienen fe, haciéndoles ver que viene el
fin del mundo, cuando lo que va a ocurrir es una corrección a la humanidad,
como antaño las hubo. Algunos ejemplos podrían ser el de Sodoma y Gomorra, la
torre de Babel, el Diluvio, el hundimiento de la Atlántida, etc. El hombre
económicamente está, y vive, mejor que nunca, aunque no todos lo estén pasando
bien.
El problema está en que se ha alejado de Dios, perdido como oveja sin
pastor. ¿Lo hará el Señor volver a su redil? El cambio se acerca. ¿Es que no lo
vemos? ¡Qué torpes somos! El siglo y milenio, aparentemente, son largos, pero a
los ojos de Dios no lo son. Volvamos nuestras miradas al todo Poderoso antes de
que sea tarde, antes de que su ángel apriete del todo el pulsador y se cumpla
lo anunciado por sus verdaderos profetas. ¡Rasguémonos las vestiduras!,
¡arrepintámonos de nuestras culpas! Es la única forma de doblegar el corazón de
Dios y, por ende, la corrección que ha de venir no sea severa sino benévola.
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