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sábado, 25 de febrero de 2017

ESTÁS MUERTA

José Sebastián Silvente

Ahora puedo ya mirar tu rostro en paz. Ahora puedo hablar sin temor a tu envenenada lengua.

Ahora, por fin, la hiel de mi existencia, de esta existencia que tu perfidia carcomió un día tras otro, dejará de amargar mi alma.

Ahora me puedo detener, sin miedo, a mirar tu fisonomía; estás muerta y no me harás más daño.

Recorro lentamente con mis ojos los contornos de tu cara macilenta: tu labio inferior, descolgado, abierto en mueca estúpida, y me recreo contemplando tu patética imagen, semejante a la de un bruto, tu frente pequeña, tus ojos pequeños… todo en ti es mezquino, ruin, bajo y despreciable.

Tu cabeza, dolicocéfala, soporta un cráneo pequeño; un cerebro desmañado y torpe, tus cabellos, gruesos y groseros, tu nariz desproporcionada, tus grandes manos y tus pies divergentes… discordantes.

Ahora puedo mirarte sin temor: estás muerta; ya no eres nada; no me intimidas.

Pronto morderás el polvo y yo escupiré blasfemias en la tierra para impedir que crezca allí rastrojo alguno.

Estás muerta, aniquiladora de piedades, soberana del rencor, custodia de la ira.

No quedará un resquicio en el infierno para dar cobijo a tu alma negra.

Yo me quedo aquí repudiando y maldiciendo tu gélida conciencia, tu negra catadura, la sempiterna mugre de tu ser perverso, y la mala hierba de toda tu existencia, desecada en la esencia de la nada.

Estás muerta; estás muerta y, sin embargo, sigues torturando mi mente, flagelando mi sosiego.

Me pregunto en qué mal sueño me enteré y cómo pude amarte un día; me pregunto si realmente te amé. 

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