Víctor Yanes
El neoliberalismo, con su santificado misticismo de dólares
o euros, tiene su credo; ciertos veganos, de elevada brillantez espiritual de
buenos alimentos, tienen su credo; los hombres del catecismo antiguo y mugroso
también tienen su credo; ciertas feministas tienen su credo para una
interpretación absoluta de la realidad; algunos discípulos de Buda, que meditan
y no regresan, también poseen su credo; las madres dominantes y los padres
alcohólicos y pasotas también tienen su credo. Tienen su credo los dañados por
la historia que se sienten con el derecho a montar un escenario de terror que
decore sus vidas. Los animalistas tienen su credo, los vegetarianos y los
defensores de la carne asada también tienen su credo. Los fumadores, los
abstemios de la liga antidroga, tienen su credo; y los del cinturón de castidad
mutilando el pene, tienen su credo. Tienen su credo los millonarios que no
quieren tributar a la hacienda pública patria por el enorme tamaño de su
patrimonio. Tienen su credo hasta los poetas que se creen incluso
indispensables poetas.
Nuestra principal riqueza es la diversidad y bajo las
manifestaciones de buena voluntad que reconocen la urgencia de confluir y
conciliar, subyace un fuerte deseo de acatar el mandato del enconamiento
filosófico, político, sexual, emocional o de cualquier otra índole. Debe ser
que los sentimientos humanos de profundo desamparo, arruinan siempre los buenos
propósitos de promover la empatía en nuestras relaciones, sonando la democracia
con la música monótona de un mantra repetido que favorece la existencia de
cursos acelerados de cosmética política.
Y en medio de todo este lío capital, el agujero de la
grotesca emocionalidad continúa creciendo. Me planteo quién está dispuesto a
dar un paso al frente y desertar de la obediencia al orden establecido, porque
por orden establecido también podemos referirnos, hoy en día, a un patrón de
conducta que basa su razón de ser en la dictadura de las emociones desbocadas.
Sabemos de sobra que es más fácil agarrarse al efluvio emocional y desde ahí
crear un mundo de amigos incondicionales y ruines adversarios, que elaborar un
juicio honesto y sin trampas sobre la realidad, sobre quiénes somos nosotros
mismos, antes que defender, en ocasiones violentamente, ideas que se suponen
podrían transformar situaciones injustas.
Vamos directos hacia el caos, hacia la incineración final
de cualquier esperanza. Las graves dificultades a la hora de analizar con
sosegada racionalidad situaciones sociales enormemente conflictivas, nos están
precipitando hacia la guerra total. Cada grupo humano que defiende una loable
postura ideológica se encierra, no en pocas ocasiones, en la burbuja endurecida
de su credo, terminando por convertirse, dichos grupos, en garantes de una
postura intransigente que no permite la confluencia simple y necesaria de seres
humanos, que viven sus vidas, en convivencia inevitable.
¿Se trata entonces de intentar intervenir en la realidad
social de un país sin promover siquiera un modo de escucha, abandonando la
atmósfera ya enrarecida de nuestra propia verdad? Con la hipersensibilidad
emocional, amigos, cualquier intento de cambio real se hace imposible. Triste
individualismo, presente en las organizaciones, grupos humanos políticos,
culturales, espirituales incluso, que estiman que la utilidad de sus
argumentaciones es tan evidente como urgente y necesaria y que no han de ser
directamente confrontadas ni puestas sobre la afilada mesa del debate plural.
Así nos va, caminando con paso firme hacia el embudo grasiento del impulso
emocional y fanático por el que se seguirán perdiendo clarísimas oportunidades,
pintadas de un razonable cambio de paradigma. Talento hay, pero orgullo de
estúpido narcisista herido, también. Divide y morirás. Es el fin de la
política, amigos.
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