Salvador García Llanos
Se han cumplido dos años del presente mandato municipal y
no parece que exista mucho entusiasmo para presentar balances. El Puerto de la
Cruz no es una excepción y la mitad del ciclo se cruza sin alardes. Ni gobierno
ni oposición están muy dados a prodigarse, unos con logros para hacer
propaganda y otros con ánimo fiscalizador bastante menguado. Cuando se vengan a
dar cuenta, dentro de poco, ya contarán el tiempo que resta: entre compromisos
políticos, celebraciones de obligado cumplimiento y fiestas de guardar, 2019
aparecerá en el horizonte y todo cobrará ritmo de apremio, el que marcan
ciertas necesidades y las voluntades que saltan de la renovación a la
reelección, pasando por frustraciones, discrepancias, luchas, afanes, especies
y maledicencias de la vida municipal. La política local sigue inalterable en
algunas cosas características, con su carga de murria, con vocación rutinaria,
sin que haya variables de gran fuste o de elevada consideración.
Tras dos años, llama la atención que aún no se conozca el
contenido de la alianza política que permitió a Lope Afonso (PP) acceder a la
alcaldía. No es la primera vez que sucede: ya en el pasado, en pactos de las
mismas organizaciones políticas (Partido Popular y Coalición Canaria) en el
ámbito local, se dio la misma circunstancia. A estas alturas, cuando se supone
que la transparencia es una exigencia, deberían haber intentado, al menos, una
presentación o un texto de mínimos. De hecho, Afonso anunció en un pleno que se
haría público el documento. O no lo han redactado o no hace falta. Siquiera
para salvar las formas, para evitar que se dijera que lo único que importaba
era asegurarse el reparto de las concejalías y de las retribuciones. A pesar de
ello, bastante bien han escapado: no ha habido gran repercusión en ese ámbito.
Se ve que al ciudadano le importan más otras cosas, no lo que se quiere hacer
con su municipio, su forma de gobernarlo y cómo administrar sus recursos. En
ese sentido, la parsimonia y la indolencia de los portuenses empiezan a ser clamorosas.
No hubo censura, por cierto, como revoloteó su fantasma
durante unos cuantos meses del primer año.
Hasta en eso ha salido beneficiada
la actual alianza gubernamental. Pese al costo interno que ha significado para
Coalición Canaria, si bien quedaron despejadas las incógnitas a raíz de la
ruptura de su alianza con los socialistas en el Gobierno autónomo. El camino
allanado para quienes se oponían a un pacto de otro signo, acaso motivados por
diferencias políticas y personales inducidas desde dentro y desde fuera, hasta
alcanzar niveles de incompatibilidad. Pero el antecedente desde el punto de
vista de funcionamiento partidista no es nada bueno. Aunque, respetando -como
siempre hacemos- la vida interna de las organizaciones políticas, ese es otro debate
del que quizá un día nos ocupemos.
Tampoco hay presupuesto. No vale con decir que otros muchos
ayuntamientos están igual o que se está a la espera de algunas determinaciones
de otras instancias para preparar las cuentas públicas, mejor entendido, las
cuentas de todos. Algunos ajustes para ir cancelando préstamos u operaciones de
tesorería han valido, según se ha explicado, para ir aliviando las obligaciones
financieras, pero no sabemos hasta qué punto inciden en la deuda estructural,
sobre todo si, por otra parte, aumentan las dosis de clientelismo para el Capítulo
I y el gasto descontrolado en ciertos capítulos presupuestarios. Otros
ayuntamientos canarios y españoles también se han congratulado de reducciones
de los saldos de la deuda pública; habrán operado en direcciones similares.
Falta ahora que se nos diga cuáles son las medidas para evitar caer en
situaciones similares a medio y largo plazo o en hipotecas y en qué notarán los
ciudadanos esas mejoras. ¿Rebajarán el IBI, por ejemplo?
Hay una curiosa doble sensación experimentada al cabo de
dos años: por un lado, la mayoría de las actuaciones que el gobierno local ha
acometido han sido fruto del concurso de otras administraciones pública,
especialmente, del Cabildo Insular. Nadie puede negar la sensibilidad de esta
institución, principalmente, de su presidente. Nada que objetar, entonces, a la
que puede ser una buena y fructífera relación. Son muchísimos los ciudadanos
que se quejan, entre complejos y victimismos, de abandono e insensibilidad por
parte de gobernantes de otras instituciones, a los que también se culpa de los
atrasos o de los desfases apreciados en la ciudad frente a otras localidades
que se han desarrollado, cuando menos, a otro ritmo. Quizá, por fin, se dieron
cuenta en el Cabildo de que llegó el momento de acreditar lo contrario, de ahí
que se haya volcado. Bien es verdad que aún se esperan soluciones en asuntos
tales como la estación de guaguas o la piscina deportiva municipal. Del
proyecto el puerto del Puerto, ya no se habla tanto, acaso para impedir más
confusión o más escepticismo.
Por otro lado, está la inquietud demostrada por amplios
sectores de población que, principalmente en redes sociales, ha criticado
desidias y estampas múltiples de falta de mantenimiento o diligencia y ha
apremiado soluciones, con fotos que prueban y juicios críticos que ponen en
evidencia sus razones. Esto no entra en contradicción con alguna idea expresada
anteriormente: la preocupación por lo más próximo, por lo cotidiano, por lo
transitado a diario, es muy superior a debates políticos que parecen dejar a
sus protagonistas o promotores, aunque sea sobre cuestiones básicas o
elementales. Es positivo que los ciudadanos reaccionen y cuando vean que las
situaciones de abandono y desarreglos se prolongan, expresen sus quejas y sus
demandas. Que lo hagan, además, con educación y corrección, en medio de tanta
difamación y de tanto insulto como circulan impunemente, es de agradecer.
Que no se engañen quienes crean que los golpes de imagen,
los titulares mediáticos favorables y algunas actuaciones efectistas -saludadas
con alarde propagandístico digno de mejor causa- han ido propiciando una mejor
impresión y un clima político de mayor simpatía o con descendencia. Que no se
engañen -aunque todo eso sirva de base para una proyección individualizada o de
avances positivos en la gestión- porque el malestar ciudadano existe y no
parece que remita. Especialmente en barrios donde, salvo excepciones como el
arreglo de la calle Tegueste, en Punta Brava, las carencias y los problemas de
mantenimiento se han ido agudizando.
Otra cosa es que el malestar vaya acompañado de una
impresión escéptica, es decir, de no ver alternativa. Pero eso, junto a
cuestiones de las que también hay que ocuparse, es materia de otra entrega.
(Continuará)
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