Rosario Valcárcel
Quintana
Después de una semana
sin ordenador y sin móvil, casi fuera del mundo. Al llegar de nuevo a casa, me
he enterado de la triste noticia. Una gran mujer, madre, abuela, profesora,
escritora: Julia Gil, ha muerto.
Durante un tiempo
bastante largo Julia, vive una larga enfermedad, vive la cercanía de la muerte,
esperando su terrible condena sin esperanza de indulto. Vive una muerte que se
ensaña con ella, el último trance de un destino cruel, de un destino que cada
día la estrecha con más fuerza, la abraza, e igual que una serpiente pitón, la
ahoga, la ahoga.
Pero Julia era una
mujer fuerte que sobrevivía con voz serena, que concebía la vida como un viaje,
como una larga travesía por los vaivenes de la literatura, por las tinieblas de
la paz y de la solidaridad, porque ella estaba segura de viajar en la dirección
correcta y quizás para sentirse más viva comienza a publicar, y aunque lo hace
tardíamente, escribe y escribe, quizás como una especie de liberación
terapéutica.
O simplemente con ese
deseo de reencontrarse con la verdad o con los paisajes que conoce, como el
libro de poemas “Ciudad de espumas” Un libro en donde descubrí la cercanía de la poeta, en donde sentí que
caía bajo su magia, que me acercaba a sus emociones. Noté fluir esa corriente
que ella crea entre el narrador y el lector.
Y sentí la emoción que
lo sostiene y lo alimenta, el canto a las cosas pequeñas, los olores, los sonidos que se quedan en el camino. Ese
refugio al que todos terminamos volviendo, a la memoria.
Sebastián de la Nuez
que prologó “Ciudad de espumas” señala “tienen las poesías de Julia Gil
elementos narrativos y descriptivos integrados en un monólogo interior que
apresa la intimidad y la complejidad de la vida (…)
Y es cierto porque
Julia se inserta en las historias de los pueblos, concretamente en éste
poemario se mete de lleno en la ciudad del Puerto de la Cruz y al igual que los
juglares nos cuenta cosas sobre la realidad insular, los errores urbanísticos,
la belleza y la destrucción del paisaje.
Así lo vemos en el poema titulado
“PLATANERAS”
Desde mi cueva todavía puedo/ sobrevolar un campo de
plataneras / -con palmeras y una
hermosa araucaria- / flanqueado cada vez por más dúplex.
Ese refugio al que
todos volvemos, ese refugio que es el manantial interior, los sueños y las experiencias entrañables,
como en el libro “Once trapecios al trasluz” en el que Julia Gil nos regala un
conjunto de relatos, cargados de ternura y de sentimientos, siempre nuevos y
siempre hermosos, y como suele ocurrir con muchos relatos infantiles –que son,
en principio, cuentos para niños- los de ella van destinados a cualquier edad.
La llegada de su nieta le ha hecho descubrir de nuevo el mundo, un mundo que en
sus palabras parece no tener fin.
…La niña
va caminando por la hierba y encuentra a su abuela recostada en el tronco de
una higuera con su traje blanco. Se abrazan y le ofrece a su nieta el olor de
los manzanos y el roce de las hojas de los sauces, mientras la brisa esparce
sus melenas…
Nos envuelve, quizás
sin proponerlo en el mundo real, en el de las luchas diarias, los problemas
familiares, los niños, los animales domésticos y la naturaleza. Contados en esa
frágil frontera donde lo cotidiano se funde con lo maravilloso hasta rodearnos
en un entorno biográfico como el último libro titulado “Simbiosis con Bruno”
que presentó en la Feria del libro de Santa Cruz de Tenerife, 2017 y que lo
dedica a uno de sus nietos.
Julia Gil nació en Santa Cruz de Tenerife.
Estudió Filología Románica en la Universidad de La Laguna. En 1999 vio la luz
su primer libro de poemas: Tiempo de pasión. Tiempo de destrucción. Otros de
sus poemarios son Grabados en mi infancia (2000); Vuelo, posada, remanso
(2003), De olvidos y de existencias (2004) y Ciudad de Espumas (2007). Con Ediciones
Idea publicó la novela Como tú eres así (2006), el libro de relatos Once
trapecios al trasluz (2010) y los poemarios Ruta de las setas (2009)
Casada con el profesor
universitario José Luis Escohotado, Julia Gil tuvo cuatro hijos y cinco nietos.
A partir de los años
ochenta no escamoteó un solo esfuerzo en ayudar y colaborar activamente con colectivos pacifistas y de
solidaridad, en esas zonas que amurallan vidas de hombres y mujeres,
especialmente en pueblos
centroamericanos, infundiendo la esperanza de que quizás algún día podremos
vivir en un mundo mejor.
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