José Sebastián Silvente
Justo antes de que muriera una estrella,
observé una de las más hermosas imágenes del universo.
Un tremendo crepúsculo se expandió por unos instantes,
destruyendo a ese
pobre sol moribundo.
Sus mares de lava
cubrieron su último poema
y así es como se hizo leyenda.
Las estrellas se marchitan lentamente… dócilmente.
Sus vidas se convierten en un morir incesante
y por eso alguna se inmola repentinamente
poniendo fin a su triste si no, en un sublime gesto de
rebeldía;
como el último
romántico del universo;
como el cisne más hermoso, en su postrer y épico canto.
Por tanto, cuando veas tú ese enorme destello,
admira la belleza de su muerte
y escribe una oda, con letras eternas,
en lo más recóndito de tus pupilas.
Pero haz que no te alcance su agónico gemido,
porque allí sólo quedará la oscura nada:
sólo lívidas cenizas, ya despojos,
como lágrimas en el vacío.
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