Salvador García Llanos
Primero fueron los patios; luego,
los balcones.
Casi inopinadamente, cuando una
tarde recorría la Villa clásica y señorial, en busca de dinteles, jambas,
postigos y carpintería artesanal, atravesó el zaguán abierto y quedó embelesado
cuando contempló la belleza y la armonía de aquel patio. Muchos encantos.
Tantos, que allí mismo brotó la idea de reunirlos y plasmarlos documentalmente.
Dedicó los domingos y festivos a un recorrido por las localidades de la isla.
Salió en busca de esos espacios sobresalientes, frondosos, pletóricos de
frescura, bien decorados con elementos de distinto tipo, pero, sobre todo, con
profusión vegetal que revelaba, está claro, un esmerado cuidado de las más
variadas especies. Viajó por las islas para fotografiar sin descanso. En
Fuerteventura y Lanzarote contó con la colaboración de sus respectivos cabildos
que cedieron testimonios gráficos registrados en sus archivos.
Ahí, en esa chispa y en ese
recorrido, al cabo de numerosos disparos fotográficos desde muy distintos
ángulos, surgió el libro titulado “Patios singulares de las Islas Canarias”
(Publicaciones Turquesa, Santa Cruz de Tenerife), aparecido en 2008. Fue
prologado por el abogado, ensayista y escritor, Alfredo Herrera Pique, quien
fuera senador del Reino, director del semanario 'Sansofé' y presidente del
Museo Canario. Quienes han accedido a ese volumen seguro que dan fe de la
calidad de la edición, en la que llama la atención la hermosura de las
fotografías en color, obtenidas por el autor en un 95 %. Seguro que algunos de
ustedes recuerdan con agrado la presentación del libro, en marzo de 2009, a
cargo del inolvidable doctor Enrique González González.
Primero, los patios canarios.
Alguien tenía que inmortalizarlos y le tocó a Tomás Méndez Pérez que cursó el
bachillerato, por cierto, en un colegio al que rendimos tributo en este mismo
Instituto hace unos meses con la presentación de una publicación sobre su
historia: ¡quisimos tanto a ese colegio de segunda enseñanza, “Gran Poder de
Dios”!
Tomás apuntaba desde niño las
maneras de un dibujante que se curtió primero en la academia de José María
Perdigón y luego en la Escuela de Magisterio de La Laguna, donde el pintor
Mariano de Cossío le aleccionó adecuadamente. Ya era maestro titular de
enseñanza primaria en 1950. Tres años después, ingresa por oposición en el
cuerpo de magisterio nacional, en Las Palmas de Gran Canaria. Ejerció en Moya,
en La Caleta de Interián, en Los Silos, y desde 1959 hasta su jubilación en 1993,
en el colegio “Nuestra Señora de la Concepción”, en La Orotava natal.
Varias distinciones, algunas de
ámbito nacional, adornan su desempeño profesional. Y para que nada falte en
este apresurado recorrido biográfico, su especialización en caligrafía propició
que ejerciera como perito calígrafo durante treinta y ocho años en los
tribunales de justicia de Tenerife.
Colaborador habitual de los
rotativos tinerfeños El Día y La Tarde, es miembro y socio numerario del
Instituto de Estudios Canarios y del Instituto de Estudios Hispánicos de
Canarias. Autor de varios libros: “La ermita del Calvario y su Real y Venerable
Hermandad de Misericordia”, “Antología de semblanzas del Teide”, “La influencia
y presencia de los portugueses en el poblamiento de Garachico”, “Garachico,
cinco siglos”, “Antecedentes históricos del Teide y Las Cañadas”, publicado en
el año 2000, “La Orotava, cien años en blanco y negro (1858-1958)” y el ya
mencionado “Patios singulares de las Islas Canarias”. En todos ellos, vuelca su
genuina pasión científica y estética por la naturaleza, por la historia y por
los valores patrimoniales de nuestra comunidad.
Y hoy Méndez Pérez nos convoca
aquí porque ahora toca hablar de balcones, los que ha ido localizando,
describiendo y clasificando (las tres tareas básicas), junto a su esposa, a su
nieto y a sus amigos del colectivo cultural “La escalera”, destinatarios de la
dedicatoria de un libro cualitativamente editado, Balcones tradicionales de las
Islas Canarias, (éste es su título) y que ha prologado el profesor de Historia
Moderna de la Universidad de La Laguna, Adolfo Arbelo García, quien sienta
algunas premisas del “balcón como elemento destacado de la arquitectura
doméstica isleña que se expande con rapidez con el paso de los siglos por todas
las islas”.
Escribe el profesor Arbelo que
“el estudio, sustentado en una investigación exhaustiva y minuciosa, constituye
una aportación imprescindible y necesaria que desde hace tiempo demandaba la
historiografía sobre el patrimonio isleño”.
En efecto, el autor inició el
trabajo de campo con una modesta cámara fotográfica, la Kodak 174, retirada del
mercado, por cierto, tras un controvertido pleito judicial. Recorrió Tenerife
de punta a cabo e incursionó en las tripas visibles de otras islas para contrastar
los remates y los alardes de las edificaciones ya fuera en ámbitos rurales ya
en tipologías urbanas. Mejor o peor conservado, restaurado o de nueva
confección, no hubo balcón que se resistiera a Tomás Méndez Pérez, si se nos
permite la expresión. Los de haciendas agrarias, los situados en ermitas,
conventos o iglesias, los de casonas de la elite insular o los de viviendas más
modestas, los de haciendas agrarias o los de casas capitulares, de sectores
intermedios y clases populares, fueron auscultados desde todos los ángulos para
brindarnos una obra original, cien por cien atractiva.
Es como si hubiera querido
sublimar este precioso poema titulado ‘Balcones’, del guatemalteco Hugo
Cuevas-Mohr, uno de los primeros autores de videopoemas en youtube. Dice:
“Construimos paredes
para atraer el horizonte.
Fabricamos techos
para acercar el cielo.
Abrimos ventanas
para darle paso al tiempo.
Labramos puertas
para palpar al mundo.
Creamos balcones
para ser más infinitos...”.
La secuencia es extraordinaria y
los dos últimos versos, “creamos balcones/para ser más infinitos…”, culminan
una concepción existencial. En la vida nos planteamos retos y avances,
probamos, queremos y anhelamos… Al final estamos ahí, en los balcones, para
contemplarlos y para gozar o padecer, desde posiciones privilegiadas, los
logros y los sinsabores. Imaginamos una infinitud que no precisa adjetivos, que
vamos explorando y que admiramos sin cesar.
Tomás Méndez Pérez nos ofrece las
Canarias de los balcones, nada que ver, por cierto, con el concepto empleado en
un debate ideológico-político reciente a propósito del modelo territorial. Aquí
sigue asomando más gente que banderas, salvo en época de fiestas o
celebraciones varias. Aún es posible observar, como escribe Carmen Camacho en
Diario de Sevilla, “vecinas en las barandas, toldos, ropa tendida, tiesto y
charla al fresco”. Esa es la vitalidad de los balcones que “son la calle en la
casa, la casa en la calle, una fracción liminar y en lo alto”, dice Camacho.
Balcones abiertos y descubiertos,
clasificación a partir de la cual el autor establece trece subtipos diferentes
de la primera modalidad y cinco de la segunda, con profusión fotográfica y
breves textos histórico-descriptivos, dan contenido al libro que hoy
presentamos, un estudio riguroso, exhaustivo y científico del balcón canario,
tal como apunta el profesor Arbelo García en su prólogo, que concluye
despejando las dudas sobre los orígenes del balcón tradicional canario.
Miren por donde, quienes creíamos
en antecedentes andaluces, debemos beber en otras fuentes: en el norte
peninsular, Cantabria, Euzkadi, Navarra, Aragón, Asturias, Galicia e incluso
Catalunya, es donde hay que situarlos. El prologuista remata precisando que
Méndez, basándose en una amplia y variada documentación, establece “el máximo
esplendor del balcón canario en la centuria del siglo XVIII, época en la que
aparece con mayor frecuencia la ornamentación en los cojinetes con motivos, de
tipo vegetal, o geométricos. No obstante, alude a la existencia, más bien
aislada, de balcones parecidos a los nuestros en el sur y en Levante. Como en
Cazorla, por ejemplo, al norte de Jaén donde se contemplan “balcones de madera
con balaustres torneados y cubiertos con un pequeño tejadillo”.
Pero nos interesan, sobre todo,
las vicisitudes de las balconadas de las islas, hechos a los que se refiere el
autor, como las solicitudes hechas al rey Felipe II por los regidores de San
Cristóbal de La Laguna y Santa Cruz de la Palma para que fuesen regulados su
construcción y su uso, en previsión de incendios y de conflictos entre vecinos
de salubridad e higiene. El monarca llegó a prohibir la dotación como tal.
Hasta el movimiento surrealista,
en su célebre reunión de Tenerife en 1932, se ocupó de los balcones
tradicionales aunque éstos no salieran bien parados en sus reflexiones y
críticas artísticas.
Vicisitudes también registradas
en América y de las que habla con profusión el que fuera catedrático de
Historia del Arte Hispanoamericano de la Universidad de Madrid, Enrique Marco
Dorta, quien visitó varios países invitado por artesanos canarios.
Y otro testimonio analítico muy
valioso, el del profesor de Historia de América de la Universidad de La Laguna,
doctor Manuel Hernández González, quien informa a Tomás Méndez de la profusión
de estos elementos constructivos y distintivos en ciudades de distintos países,
desde Estados Unidos a Puerto Rico, desde Cuba a Venezuela y Colombia. En
ciudades como San Juan, La Habana, Maracaibo, Coro, Bogotá, Cartagena de
Indias, los balcones proliferan acaso para probar de alguna manera una
proyección de la geografía, de la arquitectura y del costumbrismo de las islas.
En Balcones tradicionales de las
Islas Canarias, Méndez Pérez se ha esmerado para describir las fachadas de las
casas con balcones y hacer una síntesis de sus promotores, a lo largo, como él
mismo dice, de pagos, lugares y pueblos de las islas. Su obra no es un
minucioso rescate de fotografías antiguas o actualizadas sino un canto a los
valores patrimoniales de las islas, un relato riguroso desde el punto de vista
cronológico, complementado con una clasificación que permite contrastar la
variedad de la tipología: balcones cubiertos, cerrados de tablas, con y sin
escaleras; balcones de mampuesto y cristales; los cerrados de cristales, con
balaustres y cojinetes; aquellos cerrados de celosías; los cubiertos, de
antepecho de mampostería, de tablas o de cuarterones; también los hay de
listones verticales y cruzados y ejemplos gráficos de balaustres planos
recortados también aparecen.
Las páginas se van sucediendo y
despiertan el interés textual y visual del lector que va descubriendo rincones
desconocidos o de otra época, que va recreándose en testimonios de un
patrimonio histórico y artístico que refleja la creatividad y el tesón de los
canarios.
Un glosario de términos que
facilita la lectura y comprensión de la amplia terminología que se deriva del
estudio de los balcones isleños -volvemos a remitirnos al prólogo del profesor
Arbelo García-, suplementa una obra de doscientas páginas de indudable interés
bibliográfico.
La escritora y actriz grancanaria
Josefina de la Torre, vinculada a la Generación del 27, se hubiera sentido
encantada con su lectura. Ella, que imaginó a la persona amada, “Tú en el alto
balcón de tu silencio...” que olvidó la señal para su barco hasta perderse en
la niebla de un encuentro y dejar sembrada la incertidumbre. Desde cualquiera
de estos balcones, hubiera escrito o declamado con elegancia estilística.
Y es que siempre fueron elementos
aptos para la inspiración poética. Que se lo digan al autor realejero Juan
Marrero González, con uno de cuyos poemas, “Balcones canarios”, seleccionado
también para su libro por Tomás Méndez Pérez, concluimos esta presentación:
“Adustos y recios balcones
canarios
en donde la tea al cedro hermana,
la fuerza del Cuzco a la paz
castellana...
Firmeza y nobleza de los
campanarios.
En tórridos días templados
solarios,
el aura bebiendo en la fresca
mañana,
luciendo claveles con gracia
gitana,
en noches de luna rezando
rosarios...
Así os he visto y os tengo
guardados
adentro del alma... Cual templos
sagrados,
adonde el recuerdo es gozo y
tristeza...
El libro más bello de niño leído:
del mar a la cumbre mi valle
florido
llenando mis ojos de luz y
belleza”.
Adustos y recios, sí señor.
Templos para albergar los preciados bienes de los recuerdos. Desde donde la
contemplación de la luz y la belleza se convierte en un ejercicio sugerente.
La lectura de las páginas de
Balcones tradicionales de las Islas Canarias, también. Compruébenlo.
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