Salvador García Llanos
“Hay que enganchar y hacer creer a la
población en el proyecto”, dijo el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, en el
curso de la última sesión plenaria del Comité Europeo de las Regiones (CDR),
donde no solo voces municipalistas españolas sino también autonómicas
reivindicaron la construcción de un proyecto europeo “de abajo a arriba”.
Habían sido convocados ediles, presidentes, consejeros y representantes de los
poderes públicos para hablar sobre “El futuro de Europa”. Ahora que el mandato
toca a su fin y pueden contemplar los hechos con cierto sentido de perspectiva,
independientemente de las pretensiones de reelección o de dar el salto a otras
instituciones, la idea de Europa tiene que resultarles cada vez más cercana.
Sobre todo, como una oportunidad: no es un subterfugio ni una utopía lejana ni
un clavo ardiente al que asirse en fases críticas o depresivas. Es una
oportunidad para que los poderes locales trabajen de forma coordinada con tal
de alcanzar objetivos comunes, no solo haciendo uso de los recursos
presupuestarios sino ejecutando con eficacia los programas diseñados y, lo que
es más importante, impregnando la filosofía y los valores que entrañan la gran
idea de Europa, el gran proyecto europeísta.
Por eso habla Espadas de enganchar y de
ganar credibilidad. Si queremos una Europa de todos y para todos, hay que
identificarse con los principios y seguir produciendo avances sociales que hace
unos pocos años podían considerarse impensables. Se trata de no incurrir en una
suerte de 'euroescepticismo' que recorre amplios círculos, no solo los
políticos, hasta acentuar las crisis que se van sucediendo como consecuencia de
errores, inhibiciones o probada ineficacia. Es muy difícil poner de acuerdo a
gobiernos de distinto signo, sobre todo cuando se anteponen los intereses
nacionales a cualquier otro objetivo que hay que compartir a poco que se tenga
una visión de futuro y ante la que hay que desenvolverse con generosidad.
Porque sin tolerancia y sin desprendimiento será difícil avanzar. “Debemos
aceptar -dijo Stefano Bonaccini, presidente del Consejo de Municipios y
Regiones de Europa-, y conocer tanto la parte que nos gusta de Europa como la
que nos aterra”.
Está claro que nada de eso cuaja si no
hay diálogo y si no hay cooperación entre las administraciones. Ahora que la
Unión Europea (UE) se ha visto agitada y sacudida por algunos hechos políticos
relevantes, y cuando la crisis del brexit tendrá que desembocar en un coste
social, político y económico de proporciones imprevisibles, habrá que insistir
nuevamente en el por qué Europa y por qué su necesidad. Las respuestas deben
ser más sólidas que nunca. La crisis de institucionalidad, no solo en el
territorio de la UE, sino en otras muchas partes del mundo, solo puede
afrontarse con voluntad y entendimiento, sobre todo cuando los radicalismos y
los populismos apenas dejan ver el bosque de la realidad unionista.
Por eso han hecho bien Espadas y otros
colegas en el pleno del Comité de las Regiones en ponderar nuevamente el papel
de lo local, porque es en este ámbito donde la ciudadanía puede entender mejor
que sin la solidaridad europea, aunque sea insuficiente, es difícil convivir.
Los ayuntamientos son los que acaban implementando directivas europeas que son
claves para la convivencia y la cohesión. Y ante los anuncios que se hacen para
el futuro, en materia energética, de transporte o de medio ambiente, hay que ser
consecuentes. Fue tajante, en ese sentido, el alcalde de Guadalajara, Antonio
Román, al referirse al trabajo de los gobiernos locales, tanto gestionando
recursos como compartiendo espacios y experiencias: “La Europa que sueño, la
Europa de la libertad y la solidaridad, es posible y alcanzable siempre que sea
fruto de la unión”.
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