Iván López Casanova
Una gran equivocación intelectual consiste en tomar
la parte por el todo; es decir, aceptar algo que en parte es verdad, pero
concederle la totalidad de lo verdadero. Y esto ocurre con la Ciencia,
olvidando que para ella solo existe lo material y, por tanto, no puede decir
nada sobre «realidades que van más allá de la materia», como recientemente
explicaba en una entrevista periodística Félix Torán, gran científico y doctor
en Ingeniería Electrónica.
Este mismo autor exponía que «la ciencia es racional
y objetiva» y nos sirve como herramienta adecuada para el mundo material. Pero,
afirmaba Torán, la necesidad de «entender que hay una realidad que no se puede
demostrar científicamente, ni con los sentidos ni con la mente consciente, pero
sin embargo existe y es muy real». Me pregunto: ¿es tan difícil de comprender?
Porque incluso la propia ciencia nos acerca a lo que
Rof Carballo denominaba «realidades mensajeras», al ir desvelando la existencia
del lóbulo cerebral derecho –no dominante−, que nos permite captar «ese gigantesco sector de la
realidad», aquello que «no es suficiente con calificar de mundo imaginativo o
de la fantasía», y a lo que en otro momento denomina Rof Carballo sistema
ontológico de la realidad mítica. O sea, los saberes narrativos, poéticos,
míticos, etc.
También desde la mejor filosofía se van clarificando
estas cuestiones que estuvieron confusas durante el siglo XIX. Por ejemplo,
Javier Gomá lo resume de esta manera: «El postulado del positivismo (que el
mundo de la experiencia agota toda la realidad) es una creencia tan
indemostrable como su contraria».
En su charla periodística, Félix Torán concluía así:
«Si tú quieres buscar algo permanente, no lo busques en el mundo de la materia.
En él jamás vas a encontrar nada para siempre. La física cuántica sabe que todo
está cambiando constantemente. Todo material es por definición transitorio,
cambiante, corruptible y temporal».
Y contra el
absolutismo de lo material en las sociedades hiperdesarrolladas, Ernesto Sabato
en 1973 ya advierte del peligro de una «nación que salve del raquitismo físico
a los niños desnutridos, pero que no termine con el raquitismo moral de los
niños supernutridos».
Ya está bien de visiones chatas, cortas de miras,
decimonónicas y hasta poco científicas: hay un mundo inmaterial que da sentido
a la vida y del que depende la ética, la belleza, aprender a amar, las
relaciones interpersonales, el pensamiento último religioso que dota de sentido
a la muerte, a la enfermedad, al dolor, etc. Y ese universo inmaterial es tan
racional como el otro mundo material y científico, si se amplía la razón.
Porque todavía hay quienes miran la vida por el único
canuto de lo material y viven como
viajeros nocturnos. Y aun se molestan con quienes levantan la vista y
contemplan un mundo de colores, que gira enamorado, poético, espiritual,
religioso y eterno. ¿Por qué no se animan a explorarlo elevando la mirada?
Precisamente, lo detectó Jean François Lyotard quien explicaba en su obra La
condición postmoderna que el saber científico tendía a la tiranía epistémica, a
presentarse como el único saber real.
Pero el mundo inmaterial posee un idioma distinto al
de la ciencia. Por eso, me parece el momento perfecto para, con mirada amplia,
alimentar lo interior, y superar la crisis ética y de valores actual con un profundo
crecimiento personal que es la única manera de sumar y de educar bien.
Se quejaba el poeta americano del siglo XX, E. E.
Cummings, del intento de querer medir y pesar todo; y de lo absurdo que
resultaba negar todo aquello que no se podía calcular con la exactitud de un
aparato. En definitiva, se burlaba con versos crudos e irónicos de quienes no
habían ampliado su razón: «Mientras tú y yo tengamos labios y voz / para besar
y para cantar, / ¿qué nos importa si algún hijo de tal / inventa un instrumento
para medir la primavera?»
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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