Isabel Miranda De Robles
El verdadero amor de una pareja está al final no al
principio.
Amar lo bonito, lo saludable, lo fuerte, cualquiera
puede.
Desvelarse en una fiesta, bailando, es fácil, pasar en
vela una noche al pie de una cama es otra historia.
Todos huyen de la palabra compromiso, pero al final de
cuentas a eso se resume el estar junto a alguien en la vida.
Pero compromiso conmigo mismo, no con la pareja, esto es:
saberse ganar el amor y la voluntad cada día, dar lo que esté en mis manos y en
mi corazón para que no tenga duda que me preocupo por él y que haría lo que
fuera por su bienestar. Y que sea cada quien, quien elija si cuida la fortuna
que es tener un verdadero cómplice de vida, un honesto socio en el negocio de
vivir.
La vida será la lotería, la ruleta y el azar quien habrá
de decidir
a quién le tocará cobrar las primeras ganancias de esa
unión, de esa inversión de tiempo, amor y atención.
Porque nunca se sabe a quien tumbe primero las veleidades
de la existencia, que ser joven y guapo no asegura la salud, ni la fuerza de
espíritu, ni la fortuna emocional.
Es hermoso el principio, ¿quién lo podrá negar?, las
rosas, los chocolates, las manos unidas, las miradas de ternura, los besos, las
risas, los planes; pero si logramos que perduren hasta el final, entonces
podremos llamarlo amor.
Que te dé, de contrabando, un trocito de chocolate el día
que digan que no lo podrás comer más, una mano extendida para subir la escalera
cuando tus rodillas ya no te sostengan más, una mirada de ternura el dia que
una mala noticia te haga llorar, una caricia que nos cierre los ojos y una oración
que nos encamine al más allá, después de una penosa agonía.
Y un ramo de rosas, las más sinceras, aparentemente sobre
un mármol frío, pero en realidad son sobre un cálido corazón que se supo ganar
el más sincero amor hasta el final, hasta el adiós, como se prometieron.
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