Salvador García Llanos
Cuando creíamos que ya estaba todo dicho -solo en la
historia de este blog hay más de ocho entradas alusivas concretas- y a la
espera de avances concretos en la resolución de los trámites orientados a la
restauración del inmueble y a la restitución del uso turístico, Gabriela
Gulesserian publica en Diario de Avisos un reportaje con título inquietante:
“El primer gran hotel de España, en el Puerto de la Cruz, se cae a pedazos”. Y
eso refresca un asunto que ya resulta lacerante. La entradilla no es menos
cruda: “[El recinto], declarado Bien de Interés Cultural (BIC), y sus
alrededores se encuentran en un total abandono”.
Es como si pesara una maldición, después de cuatro
concursos públicos y sus correspondientes modificaciones de pliegos de
condiciones que finalizaron sin adjudicación. En efecto, la rehabilitación
imposible, el rescate que nunca llega. El citado reportaje describe una
realidad doliente, una estampa de abandono que se agrava y solo es mitigada por
la escasa actividad que intramuros se desarrolla, la que produce el Instituto
Volcanológico de Canarias (Involcan). El aspecto de los alrededores es de
notable abandono. Lástima porque en pleno centro del parque del mismo nombre,
la situación deprime. El pabellón de eventos y congresos apenas es utilizado.
Un informe técnico cifró en 1,8 millones de euros (que
debería correr por cuenta del adjudicatario) el importe de la restauración del
inmueble cuyo valor histórico y patrimonial es indudable, no en vano fue
declarado BIC. Como era de prever tras el cierre de las instalaciones del
antiguo casino, el paso del tiempo sin soluciones efectivas y palmarias
envolvió la desidia y hasta desató especulaciones sobre el destino de la
edificación. Nos empeñamos en que debía ser restituido el uso turístico: un
destino como el Puerto de la Cruz merece establecimientos de máxima categoría.
Eso se salvó, pero luego no ha habido suerte: las condiciones no han sido
suficiente reclamo para inversores y compañías turísticas.
Y así ha ido apagándose, hasta la oscuridad casi
absoluta. El brillo de otrora ha dejado paso a ese abandono prolongado. La
firma de Adolph Coquet, arquitecto francés, autor del proyecto de construcción,
así como todo el patrimonio natural del entorno, merecen otro tratamiento.
Desidia o mala suerte o falta de incentivos, lo cierto es
que la capacidad de gestión no sobresale. Acaso pueda hablarse ya de un gran
fracaso colectivo a la hora de rescatar el Taoro, donde habita el olvido y
donde se alimenta la frustración.
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