Iván López Casanova
Aprovecho que esta semana hemos celebrado el Día
Internacional de los Derechos del Niño, para escribir de uno fundamental: los
hijos tienen el derecho a la autoridad de sus padres. Lógicamente,
distinguiendo bien entre autoridad y autoritarismo, y rechazando esto último
como algo muy negativo. O sea, para realzar la importancia de ser verdaderos
padres y madres de los hijos, y para desterrar el rol de padres y madres
amiguetes, colegas y pandilleros.
A esta cuestión se ha referido el filósofo y sociólogo Gilles
Lipovetsky en De la ligereza, libro de 2016 en el que ofrece un diagnóstico
sobre la cultura actual. Concretamente, le dedica un parágrafo que titula
«Padres cool, hijos frágiles» (padres guays, podría ser la mejor traducción
castellana).
Lipovetsky da cuenta de los aspectos positivos −definitivos− del fin del autoritarismo
familiar. Pero en seguida añade las sombras negativas ofrecidas por las
encuestas sociológicas: «La educación permisiva, en efecto, favorece
el desarrollo de niños inquietos, hiperactivos, ansiosos y frágiles, porque
se han educado sin reglas ni límites, sin figura que represente la autoridad (.
. .). Está demostrado que este estilo educativo priva a los niños y más tarde a
los adultos de recursos psíquicos suficientes para resistir la confrontación
con la realidad, para adaptarse al mundo exterior, soportar las frustraciones y
los conflictos».
Y aun nos deja más inquietos cuando este filósofo
postmoderno, uno de los intelectuales franceses más destacados, muestra algunos
escalofriantes datos y reflexiones en relación con la falta de autoridad
educativa familiar: «En Francia, el 20% de las chicas y casi un chico de cada
diez ya han intentado suicidarse antes de cumplir dieciséis años. La lógica
educativa cool tiende a producir inseguridad psicológica, desestructuración de
la personalidad, incapacidad para dominar los impulsos y deseos. Tal es la
ironía de la ligereza hipermoderna». ¿Se puede decir más claro?
Por supuesto que no juzgo a nadie ni deseo emitir una
absurda simplificación, pero no conviene engañarse ni desconocer los dolorosos
efectos sobre los hijos de la falta de autoridad y de la fragmentación
familiar. Es lo que visto desde el lado complementario, Gregorio Luri lo
expresa así: «Cuando me preguntan cuál es la principal obligación de los padres
no dudo en contestar que es la de quererse».
La mejor autoridad familiar va de la mano del logro de
una vida de familia alegre y de una comunicación con los hijos llena de
sinceridad y de criterio ético. De conversar con ellos a solas cuando se han
comportado de modo equivocado y de corregirlos con claridad pero sin
desesperanza. De explicarles el mundo complejo en el que tendrán que crecer. De
saber decirles que no cuando hay que hacerlo. De llevarlos cortos de dinero
para que valoren las cosas y no se hagan consumistas.
Además, hay que formar su conciencia en los temas básicos
de la vida: Dios, el sentido de la existencia, el amor, la felicidad, la
sexualidad, los deseos, las virtudes, la pluralidad y la tolerancia con quien
piensa distinto a nosotros, etc. En el fondo, dotarles de una identidad
familiar fuerte para que no sean pasto de la propaganda o de lo que hace todo
el mundo. Para ello, exigirles también para que sean buenos estudiantes, porque
solo así poseerán una personalidad recia para superar las dificultades.
«La primera carta de amor que leí fue el rostro de mis
padres», escribía en Twitter el poeta Jesús Montiel. Porque otro rasgo
fundamental que se aprende en la familia es el del amor incondicional. Y, por
ejemplo, comer juntos y nunca discutir delante de los hijos va aparejado al
crecimiento de chicos y chicas estables, con una autoestima fuerte.
La autoridad familiar provee de un estilo familiar de
alegría y confianza, de una identidad familiar con contenidos que forman la
conciencia y las virtudes, y de la seguridad del amor incondicionado.
A todo
esto tienen derecho los niños.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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