Agustín
Armas Hernández
ECOLOGISTAS e instituciones científicas nos
advierten desde todas partes sobre la creciente contaminación de nuestro
planeta. Ríos y lagos, campos y ciudades se van progresivamente infectando por
los residuos de fábricas y centrales nucleares, productos químicos, gases de
coches y aviones, polvo levantado por los vehículos, etc. También quedan
contaminadas las costas de los inmensos mares. Quiero yo también levantar mi
humilde voz contra ese deterioro constante de la naturaleza, recordando cómo
eran nuestras costas hace tres o cuatro décadas, y lo que son actualmente.
Amaneceres de días claros, cielo de un azul intenso, sol radiante, chorros
impetuosos de luz. La mar imitando el color del cielo, como almas gemelas que
quieren ser.
Comienza la primavera tinerfeña. Un día cualquiera
de la década de los años 50. Preludios, sueños con el verano cercano. Todo
invitando huir a la playa, nadar, zambullirse... coger mariscos, pescar.
Transcurre lenta la primavera, casi ya comienza el verano. Fluyen a la
superficie del agua las primeras algas, que como frutas maduras desprendidas
del lecho marino son. La brisa suave encrespa las ondas de la mar, como
queriendo la superficie limpiar. Se acumulan en la orilla de la playa las algas
en mayor cantidad. A sal y yodo marino mi querida Ranilla empieza a oler ya.
En los años
de esa década empezaron a llegar a Tenerife y más -concretamente al Puerto de
la Cruz los primeros artilugios relacionados con la pesca subacuática marina,
gafas, aletas, tubos —para respirar— escopetas, puñales, etc. Todos estos
primeros artefactos, fueron traídos al Puerto de la Cruz, por unos franceses
que practicaban la pesca bajo el agua. Vinieron a Tenerife atraídos por la fama
de su belleza y benignidad del clima, asegurándoles, además, que en el litoral
norte tinerfeño encontrarían variados y abundantes peces. No sufrieron
decepción, pues entonces la fauna y flora isleña eran realmente generosas y de
belleza exuberante.
Empezó sin duda, con estos extranjeros galos el
despertar de la afición —de los vecinos portuenses— por la pesca submarina;
para extraer de las profundidades peces, moluscos o crustáceos sin olvidar a
ese sabroso animalito de la familia cefalópoda «el pulpo».
Un conocido
ciudadano portuense excelente persona, y gran mecánico, aficionado de siempre a
la pesca, entabló, de tal forma amistad con los dichos submarinistas, que
consiguió de ellos le vendieran todos los aparatos que habían traído. Logrando,
además, incluyeran en el moderado precio el aprendizaje para su manejo. Después
de algunas lecciones —muy breves— osó aventurarse en su primera inmersión
acuática. ¡Sorpresa! ¡Qué cantidad de
peces tendría que haber en la costa portuense de los años 50 para que en el
primer safari a las profundidades marinas (y no tan profundas, pues era entre
La Cebada y la orilla en San Telmo) —inexperto todavía— lograra capturar «11
kilos de peces»! Variada y linda fue la presa 3 viejas, 2 abades, 2 sargos, 3
lisas, ¡inolvidable! Este fue el
comienzo para este gran deportista que, con otras dos, que se unirían después,
serían las tres más grandes, populares y exitosos, submarinistas pescadores y
mariscadores que ha tenido el Puerto de la Cruz. Después, otros aficionados habrían,
pero... en eso nos quedamos: en puros aficionados, y digo «nos» porque entre
ellos se encontraba un servidor de ustedes, el que estas líneas escribe.
Una excursión al litoral de Icod de los Vinos —con
vistas a mariscar y pescar— en la que participaron los Teachers antes
mencionados y los Pupils también aludidos. ¡Qué maravilla!, ¡descubrir todo un
mundo de variado colorido, quietud y paz! multitud de peces de variados colores, el
lecho marino cubierto casi por completo de lapas, grandes, pequeñas y...
almejas, eran tantas, debajo de las rocas y musgos que se desbordaban, saliendo
incluso de debajo de la misma arena. Una familia de moluscos y crustáceos jamás
vista; el éxito de esta excursión fue rematada, de vuelta, con una gran
parrillada de pescado y mariscos en el antiguo Restaurante Rancho Grande del
Puerto de la Cruz. En esos años deambulaban por estos lares del mundo
submarinistas Ranillero, tres grandes deportistas pioneros con nuestros
portuenses en el descubrir la belleza del mundo subacuático isleño.
Pues bien,
los años no pasan sin dejar huella en las personas, que paulatinamente vamos
envejeciendo. Si unos pescadores se retiran surgen otros, como el caso del
finlandés/español Sommerschielo Peter, que comenzando desde muy joven hoy sigue
en pleno apogeo como pescador submarinista. Eso sí, pescando solo en los
lugares o zonas permitidas. Existen, en la actualidad, otros jóvenes
submarinistas- mariscadores portuenses dedicados casi exclusivamente, y como
medio de subsistencia familiar, a este trabajo del marisqueo. Cada día que pasa
se encuentran en el mar menos pescados y mariscos. Como todos sabemos, el descubrir de la
ciencia tiene su precio pues a veces los inventos repercuten también
negativamente, como en el caso de las gafas acuáticas. Si a ello, unimos la
contaminación del litoral dentro de poco, —y si no se pone remedio— ni peces ni
mariscos, ni algas encontraremos. ¿Volverá a sonreír la primavera en nuestros
litorales? Así lo creemos y esperamos.
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