Iván López Casanova
La pregunta más esencial para muchas familias, en
cuanto a cuestiones educativas, es esta: ¿por qué se resquebraja, cada vez con
mayor frecuencia, la formación familiar al llegar la adolescencia? Y como esta
dolorosa fractura educativa ha ido creciendo en la medida en que nuestras
sociedades van siendo más plurales y heterogéneas, resulta clave repensar cómo
afrontar la salida de los hijos al mundo social complejo, situación que ocurre
en la edad adolescente.
En este sentido, me parece que la mayor parte de
los padres y madres proporcionan a sus hijos una buena educación moral, unos
valores, unos conocimientos sobre lo que está bien y lo que está mal. También,
les dan una explicación sobre las diversas conductas morales equivocadas que se
dan de facto en la sociedad para que no las imiten, para que las rechacen.
Pero, este discurso −necesario, obviamente−, se mueve, básicamente, en el
ámbito de la verdad práctica. Ahora bien, ¿basta con esto?
Mi respuesta es negativa. Porque siendo muy
importante, se queda corto. Porque el adolescente educado en lo moral, tenderá
a buscar un grupo de personas que piensen como él. Pero en sociedades
heterogéneas y en la gran crisis de la cultura que atravesamos, en El imperio
de lo efímero – como reza el título de Gilles Lipovetski−, de lo banal, de la
vulgaridad, el adolescente no encontrará suficiente apoyo para convivir en un
grupo que mantenga vivo sus valores familiares. Y posiblemente, tal vez después
de algunos intentos infructuosos para que sus amigos comprendan su mundo ético,
acabe mimetizándose con lo que hace la mayoría, pensando que la educación
familiar es, sencillamente, irreal.
Para superar esta situación resulta esencial sumar
a la educación moral la explicación cultural del mundo pluralista que
habitamos. Es decir, añadirle la belleza de la comprensión de que cada persona
tiene el derecho sagrado a construir su propio mundo ético interior y a
difundir sus convicciones. Esto lleva al adolescente a mirar positivamente a la
sociedad democrática, y le permite sostener su modo concreto de comprender el
mundo, recibido de su familia, y que todos deben respetar −así como él lo hace
con otros modos de entender la vida−. En suma,
a comprender que puede tener amigos con otras convicciones distintas a
las suyas. Ahora puede amar la sociedad plural, y proponer su formación
familiar, su ejemplo, para intentar embellecer la vida social con los valores
morales aprendidos en su infancia feliz.
Javier Gomá lo expone con perfecta claridad: «La
solución al problema educativo de la juventud no es educativa sino cultural. Si
toda la cultura conspira con toda la fuerza de persuasión que tiene para que el
niño o el adolescente se libere, si se exalta desde todas las tribunas su
derecho a ser libre, su derecho sobre su cuerpo, su tiempo y su vida, sin dar
nunca instrumentos que orienten un uso cívico de su libertad ¿qué podemos
esperar?».
Solo se logra una formación integral explicando a
los hijos lo moral y lo cultural,
dotándoles de un profundo amor a la verdad moral e idéntico amor a la
libertad interior –propia y ajena−, y logrando que entiendan la existencia de cosmovisiones
culturales diversas. Deben asumir que muchos amigos educados de otra manera no
pueden comprender el mundo moral recibido en su familia: son jóvenes influidos
por el ambiente de fuerte escepticismo moral que Gomá explica como víctimas del
caducado ideal romántico que aspira a no tener limitación alguna de la
libertad, el paradigma que expanden a los cuatro vientos todas las producciones
de Hollywood; pero que termina en vidas vagabundas y sin ninguna fecundidad.
Decía Ortega y Gasset que «hablando cada uno con
el fondo moral insobornable de sí mismo es como mejor comprendemos, como
entendemos mejor a los demás». Buen resumen de esta formación familiar que une
belleza y verdad sin escepticismo. O sea, educar para la pluralidad.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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