Salvador García Llanos
La voluntad pedagógica divulgativa es innegable en
La sima del olvido (Boliche Productions), el largometraje documental de Juan
José Monzón, proyectado en la noche del viernes en el Instituto de Estudios
Hispánicos (IEHC). Tal es así que la obra termina resultando un antes y un
después en el contexto de la lucha por la memoria histórica en Canarias.
La
sima es Jinámar, en Telde (Gran Canaria), una localización que inspiraba -e
inspira- miedo, temor, una suerte de tabú que realizaciones como la de Monzón,
con la voluntad antedicha, va quebrando. Porque el documental, confeccionado
desde distintas perspectivas metodológicas, contiene valiosos testimonios que
nos trasladan a los horripilantes hechos contextualizados en la represión en
plena guerra incivil y a su terminación. Jinámar es el punto final, el último
disparo, el empujón, la barbarie, el abuso, el afán asesino... pero también el
oscurantismo, lo insondable, el olvido...
Este
es el valor de La sima del olvido, hecho sin apasionamiento ni artificialidad,
sin sesgo revanchista alguno. Este es un trabajo holístico que enriquece el
imaginario colectivo. Los historiadores e investigadores aportan el fruto de
sus trabajos. Familiares descendientes de personas que desaparecieron para
siempre en la sima explican con lujo de detalles cómo fueron sacadas de sus
domicilios, cuando operaban las brigadas del amanecer. Geólogos explican las
características de esta chimenea volcánica demostrando que no tenía salida al
mar, como tantas veces se repitió. Bioarqueólogos, genetistas y profesionales
de la medicina forense exponen detalles de la investigación científica. El
periodista y escritor José Luis Morales, autor del libro Sima de Jinámar, va
conectando aspectos de su trabajo investigador, incluso el de las amenazas
recibidas. Las imágenes de la entrada y alrededores de la chimenea tomadas
desde drones son muy ilustrativas, como el descenso del propio Juan José Monzón
haciendo de espeleólogo hasta el fondo de la sima, siguiendo los pasos y la
búsqueda incansable de Juan Cantero que no puede por menos que emocionarse
cuando va describiendo sus experiencias en búsqueda de restos, de más pruebas y
hasta encontrar una ajada y supermarchita corona de flores que allí quedó acaso
como último tributo a quienes murieron en la oscuridad más horrenda.
La
trama discursiva está construida con rigor y tiene todo el sentido de mostrar,
sin distorsiones artificiales, sin recursos cinematográficos, lo que allí pudo
haber ocurrido. Un cráneo con un orificio, otros restos óseos, algunos objetos
recuperados son las pruebas, válidas para seguir investigando. La resistencia
hasta el empujón final del 'Pollo florido', un destacado practicante del
deporte vernáculo, es otro episodio emotivo. El papel del obispo Pildain, con
sus luces y sus sombras, es también interpretado para sustanciar el temor que,
en la población, durante mucho tiempo, suscitaba todo cuanto rodeaba los
sucesos de la sima.
Que,
con este documental, por cierto, ya no es tanto del olvido. Ahora aspira a un
museo de sitio, con un lugar en la historia. Para que esa parte tan desgraciada
no vuelva a repetirse.
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