Iván López Casanova
Sostiene George Steiner que el ser humano padece
una sed de lo absoluto y cuando no la llena de religión comienza a buscarla en
propuestas ideológicas que hacen como de «teologías sustitutivas» –el marxismo,
la psicología freudiana, etc.−. Mi impresión es que después de la caída de las
ideologías, ocurre el mismo error con el amor de pareja: la absolutización del
amor. Pero, ¿no es más real comprender su fragilidad y, por eso mismo,
cuidarlo?
En Los cuatro amores, C S Lewis afirma sobre el
amor de pareja: «Entre todos los amores él es, cuando está en su culmen, el que
más se parece a un dios y, por tanto, el más inclinado a exigir que le
adoremos. Por sí mismo, siempre tiende a convertir el hecho de estar enamorado
en una especie de religión». Y en seguida aclara: «El verdadero peligro, me
parece a mí, no es que los enamorados se idolatren el uno al otro, sino que
idolatren al propio eros».
Pero si se absolutiza el amor, cuando ocurre una
contrariedad, o si la otra persona comete errores o no termina de superar un
defecto de base, adviene una fuerte decepción: se culpa, entonces, al dios
caído −eros−, y se afirma la imposibilidad del amor para toda la vida; o se
inculpan mutuamente por problemas que sencillamente forman parte de la
condición frágil y dinámica de la vida, y que se podrían resolver desde la
fidelidad de un amor incondicional sin idealizaciones místicas. «Debemos
realizar los trabajos de eros cuando eros ya no está presente. Esto lo saben
todos los buenos enamorados», concluye C S Lewis.
Precisamente porque somos personas frágiles, el
amor necesita de la promesa de fidelidad para siempre, porque sin ella llevamos
al eros a prometer lo que no puede cumplir, a aspirar a una especie de amor
perfecto, y en cada momento, para mantener la unión firme. Y eso es imposible.
Con realismo, Lewis afirma la importancia de «rechazar como intolerable la idea
de que [el amor conyugal] pudiera ser transitorio». Pero, en seguida, anota:
«¿Podemos estar en esta desinteresada liberación durante toda una vida? Apenas una
semana».
Otra consecuencia negativa de la absolutización
del eros deriva de pensar que la nostalgia de infinitud se llena con la
experiencia del amor. Relata Platón en El Banquete que Eros nació de un dios,
(Poros, abundancia) y de una humana (Penía, pobreza). Y este mito expone bien
que el amor es un reflejo de lo infinito, pero deja un poso de insatisfacción.
Y desendiosando el amor, por tanto, cuidaremos a la persona amada para que esa
falta de plenitud sea lo más tenue posible.
Con profundidad maravillosa lo ha descrito Gustave
Thibon: «Dichosos entonces si descubrimos que ese ser impotente para saciar
nuestra sed sufre también nuestra misma sed, y de este modo logramos asociar
nuestras dos miserias en una única plegaria». Se trata de comprender que el
amor real necesita de la voluntad de hacer feliz a la otra persona en su anhelo
de felicidad ofreciéndole, en primer lugar, nuestra fidelidad por encima de los
vaivenes de la vida: ¡cuánto alegra la persona cuyo compromiso es indudable por
encima de cualquier circunstancia!, ¡cuánto contribuye a la construcción de una
afectividad sólida en sus hijos!
Además, hay que regalar otros dones. Señalo dos:
compartir la intimidad, que es lo que más enamora, porque lo que más encanta es
la belleza de la interioridad de una persona que, además, nos hace entender por
qué actúa exteriormente. El segundo, reír. Un enamorado se ríe. Y si no puede,
siempre sonríe; porque deja voluntariamente su corazón a la vista y eso es, al
menos, sonreír.
Bien lo sabía Emily Dickinson: «Puede que no me
necesiten – pero puede que sí − / Dejaré mi Corazón a la vista − / Una sonrisa
tan pequeña como la mía puede ser / Precisamente lo que necesitan −».
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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