Iván López Casanova
Mi gran descubrimiento literario del pasado 2017,
en la forma y en el fondo, ha sido Adam Zagajewski. Ahora bien, ningún mérito:
le concedieron el Premio Princesa de Asturias de las Letras ese año, y entonces
lo leí. ¿Dónde hay que firmar para que le concedan el Nobel de Literatura?
Porque cuando lo nominen, presumiré de haberlo propuesto.
Denuncia este autor polaco en Solidaridad y
soledad «la extraña y exasperante polifonía de opiniones del siglo XX» a favor
de una espiritualidad oscura y desconfiada, de un «tono escarnecedor y
negativo» omnipresente en toda la literatura, filosofía y cultura. Y ante esa
postura, él se rebela: «La tradición niezscheana parece dar una forma diferente
a la percepción del mundo y la cultura, una forma que podría definirse como
espiritualidad negativa».
Su principal característica consiste en ofrecer
unas doctrinas en las que se describe al ser humano actuando por motivaciones
bajas. Pero, se pregunta irónicamente Zagajewski, «¿cómo podemos saber qué es
alto y qué es bajo si toda jerarquía parece sospechosa?». El resultado final de
esa mentalidad nihilista conduce a rebajar la temperatura del ambiente, hasta
llegar a un «Ártico espiritual» que atrofia la posibilidad de alcanzar una
propuesta ética.
Citando a autores concretos como Sartre, Musil o
Gide −y jugando con la ironía, de nuevo−, el escritor polaco afirma que la
espiritualidad negativa «se erigió en juez de la realidad humana, en juez
severo y perspicaz (. . .). Veían a generales estúpidos, a capitalistas
avarientos, a curas obesos. . .». En definitiva, dirigían su burla primero
contra la hipocresía de la conducta que había olvidado su conexión viva con
unos valores y, en un segundo momento, ya dirigían su escarnio directamente
contra los valores mismos.
Pero Zagajewski nos descubre también al otro
enemigo de la sana espiritualidad: «la espiritualidad excesivamente positiva».
O sea, las ideologías. Aquellos escritores que se vendieron a una ideología
–nazismo, comunismo, etc.− y metieron en ella la realidad, incluso a fuerza de
martillazos. Y nos advierte contra el riesgo intelectual de pensar que una sola
idea sencilla −nación, religión, igualdad de género, etc.− lo explique todo: la
historia, la sociedad y la persona.
Por último, con honestidad, señalará el poeta
polaco un asombroso rasgo en relación con los escritores de las
espiritualidades criticadas: «Puesto que ambas son radicales, les cuesta poco
hallar medios de expresión fuertes. La espiritualidad negativa en particular
está dotada de un innegable talento artístico».
A esta necesidad de desembarazarse del pensamiento
nihilista se ha referido Javier Gomá en varias entrevistas periodísticas: «La
gente tiene sed de interpretaciones que les sirvan para entender sus
experiencias, pero se encuentran con autores como Nietzsche que quedan muy
lejanos». Y también: «El Zaratustra de Nietzsche es una figura muy pretenciosa,
energuménica y bárbara, casi ridícula».
Estamos en un momento especial de la cultura en el
que podemos comprender bien los efectos positivos y negativos de los burlones y
los ideólogos, y superarlos. Y reiniciar la aventura cultural de vivir y
expresar un pensamiento que quepa entre las dos distorsiones de la
espiritualidad, que tan bien nos ha descrito Zagajewski, «sin dejarse llevar
por la desesperación ni condenar a la civilización contemporánea».
Una espiritualidad positiva tiene como ejes la
pretensión de verdad ética, una verdad humilde y buscada con tesón; el esfuerzo
por trascenderse en una cultura de la donación y la persona; recuperar una
mirada positiva sobre lo espiritual para salir de la asfixia consumista y
materialista que nos envuelve, abierta y sin complejos ante la trascendencia
religiosa; por último, un ideal cívico de ejemplaridad.
En definitiva, «aspirar a algo más grande, a otra
realidad, sea esta cual sea y aunque no sepamos definirla en términos exactos»:
el mundo indefinido y real de los valores del que escribe Zagajewski. Pero si
alguien reclama una idea más exacta, nos propone dos experiencias de
espiritualidad positiva perfectas: la de enamorarse y la de la santidad.
Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de
pensar.
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