Iván López Casanova
Que la ilusión
juega un papel esencial en la vida es sabido, pero la importancia crucial de su
contrario, el cansancio -la desilusión crónica-, lo aprendí de Christian Bobin
para quien resulta decisivo, «como los celos, la mentira o el miedo». Porque
estos pueden asomar a veces por nuestra existencia, pero el cansancio aparecerá
siempre en dos realidades fundamentales: el trabajo y el amor de pareja.
Bobin explica
que el cansancio golpeará en la puerta de la existencia, y que ante él solo
existen dos actitudes: superarlo o dejarse vencer. A esto lo denomina la
victoria del amor o del sueño. «El amor lo desgasta [al cansancio] como el agua
a la piedra. El sueño lo amontona como agua sobre agua». Además, describe
espléndidamente los síntomas del cansancio: «¿Cómo se reconoce a la gente
cansada? En que hacen cosas sin parar. En que hacen imposible que entre en
ellos un descanso, un silencio, un amor».
La mejor
exposición que conozco sobre la necesidad de la ilusión para superar el
cansancio, la he leído en Los cuatro amores de C. S. Lewis. Allí, distingue
entre los amores necesidad, que nunca desaparecen y que, por tanto, no
necesitan de tarea especial alguna para no sucumbir al cansancio; y los amores
de apreciación: estos sí requieren de frecuentes ejercicios de renovar la
ilusión para no caer en la rutina y el cansancio con el paso del tiempo.
El mejor
ejemplo de amor necesidad lo ofrece el amor a los hijos: aunque se porten mal,
nunca desaparece −incluso crece, porque, entonces, precisan más cariño−, y no
hay que hacer nada especial para mantenerlo. En cambio, el amor conyugal o el
amor al trabajo profesional concreto y diario sí necesitan de un continuo
reilusionarse para que no sea abatido por el tedio y el cansancio, o para que
no crezca una corteza que aísle e incomunique poco a poco. Y por ello, se
insiste tanto a los matrimonios sobre la necesidad de volver con la imaginación
a los tiempos del noviazgo, por ejemplo, o sobre la importancia de encontrar
actividades que rompan la monotonía y faciliten el recuerdo del primer amor.
También
Hermann Hesse se refiere al cansancio en su novela Shiddhartha. Como muchos
conocen, cuando este inquieto joven llega a la edad de cuarenta años, junto al
triunfo externo en su vida amorosa y profesional, se relata que «el mundo y la
indolencia fueron invadiendo el alma de Shiddhartha hasta colmarla,
entorpecerla, agotarla y adormecerla». Entonces, «los rasgos de la
insatisfacción, del carácter enfermizo y malhumorado, de la desidia y la
ausencia de amor» se fueron apoderando lentamente de su corazón. En definitiva,
«el cansancio fue envolviendo poco a poco a Shiddhartha como un velo».
Asimismo,
Hesse narrará la sanación del protagonista: «Pero recuperó el conocimiento a
orillas de un río, debajo de un cocotero y con la sílaba sagrada Om en los
labios; ahora, al despertar, contemplaba el mundo como un hombre nuevo».
Nos sirve.
Porque para superar el cansancio, conviene recordar que el amor de pareja se
asienta sobre un cimiento invisible que debe ser alimentado en el silencio y en
la espiritualidad que permiten soñar con el bien del otro e imaginar su
felicidad. Solo así se rompe con la tendencia al egoísmo, a la cosificación y
la rutina que crecen con la prisa, el materialismo y el ruido cotidiano. Así se
recomienza el amor en cada jornada, aunque vayan pasando los años −«¡ahora que
ya no soy joven: ahora he de empezar de nuevo, como en la infancia!», pensará,
feliz, un renacido Shiddharta−.
Se trata de
apuntar alto, de no olvidar ese algo místico que alienta en este tipo de amor,
de no perder nunca la ilusión de enamorado, de no ser un enano espiritual.
«Volé tan alto, tan alto que le di a la caza alcance». Así, san Juan de la
Cruz.
Iván López Casanova, Cirujano General.
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