Evaristo Fuentes Melián y Graciano H. Sánchez
Graciano me lleva tres
quintas, y empezamos a tratarnos amistosamente cuando yo cumplí los 18 y don
Antonio Santos (sénior), entonces en la directiva, me hizo socio del viejo
Liceo de la orotavense calle de San Agustín. Algunos recuerdos invernales de aquel
Liceo suele describirlos a la perfección mi amigo S.L., casi con lágrimas en
los ojos. No había llegado la dichosa tele e íbamos al cine al menos tres veces
por semana, dieran la película que dieran. Las tardes noches de invierno a
veces se ponían lluviosas, la plaza del Kiosco se oscurecía y se ponía triste,
a pesar de la sin par alegría de Anita en su tiendita, como un ser viviente
formando parte de la plaza. Oscurecía, caía la lluvia o la llovizna, las
losetas formaban charquitos, cuando a las siete y cuarto de la noche nos íbamos
al cine, primero uno, luego dos cines, este último a las siete en punto. Y ahí,
más de una vez, aparecía Graciano para decirme “vamos”.
Y cuento dos anécdotas: 1ª.- Una vez, en
martes santo, al encontrarme con Graciano en la puerta del Liceo, acera de los
sillones de mimbre, me dijo “vamos”. Y fuimos a la obligada procesión del
martes santo, en la parroquia Matriz de la Concepción, a ver al Señor Preso
acompañado por San Pedro el de las famosas lágrimas.
2ª.- Otra vez, en el comienzo del verano, en
el inolvidable baile vespertino del Jueves de las Alfombras en el Liceo viejo
(aún con el patio sin techo), probablemente con la magnífica orquesta
Casablanca de Los Realejos, Graciano y yo sacamos a bailar a dos chicas que no
eran de La Villa, que habían venido invitadas por alguna familia del casco principal; recuerdo
con alegría que al final del bailoteo, las acompañamos a la vivienda donde se
hospedaban; pero no recuerdo (¡mi senectud ya presagia olvidos mayores¡) dónde estaba
ubicada, creo recordar que por los alrededores del edificio Ayuntamiento. Fue
un buen rato, con el aditivo de una copa de vino o cuba libre, sin la cual yo,
con mi timidez innata, era incapaz de sacar a una chica a bailar.
Graciano siempre estuvo metido en el
entretenido mundo del futbol regional, y
tuvo como aficionado momentos de gloria, como aquel del año 1961, cuando el
Iberia y la UD Orotava quedaron campeones de Tenerife en sus respectivas
categorías. O, más recientemente, en el
año 2000, en partido nocturno, diciembre
con luna llena, cuando fuimos eliminados de la Copa del Rey en nuestra cancha
por el Rayo Vallecano, con muy mala suerte en la tanda de penaltis.
Siempre veía a Graciano en los encuentros
domingueros del estadio Los Cuartos. Y
una vez al menos fuimos al Sur, en la
guagua ‘calducha’ alquilada. No había autopistas, fuimos por la vieja
carretera, incluida la sinuosa candelariega Cuesta de Las Tablas, a ver a
nuestro equipo UD Orotava enfrentarse al Güímar en su campo de Tasagaya. Varias
veces más fuimos al Heliodoro santacrucero, en coche pirata alquilado, con la
obligada parada para la perra de vino y
la tapa de carne con papas, en más de un bar o casa de comida del trayecto.
En fin, qué tiempos. Así fuimos por este mundo. Luego llegó la
madurez. Y Graciano ha llegado a su fin. Yo le seguiré impepinablemente por ley de vida. Y de
muerte.
¡Descansa en paz, amigo
Graciano!
Espectador
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