Iván López Casanova
En la convivencia íntima entre dos personas resulta
imposible que no aparezcan algunos momentos de crisis. Y estas circunstancias
son valiosas, pues capacitan al amante para aprender a pedir perdón o a
perdonar, para conocerse mejor, para modificar su modo de ser y de actuar, para
quedar transformado por el amor y hacerse más amable. ¿Cómo podrá crecer
robusto el árbol amoroso, sino superando la lluvia y el viento de las
dificultades?
Pero en nuestras sociedades «del cansancio», como las
caracteriza Byung-Chul Han, ocurre algo en parte lógico, pero de funestos
resultados: ante un problema complejo se tiende a la solución que requiere
menos esfuerzo, y muchas veces ni a eso, sino al abandono del conflicto para
evitar el sufrimiento.
En consecuencia, si alguien tiene parte de culpa en un
problema de amor y ni lo conoce −por ser superficial−, si no lo ha resuelto o,
sencillamente, ha huido, esa carencia volverá a afectarle de nuevo; e incluso,
con mayor envergadura, puesto que el paso del tiempo solidifica los defectos de
carácter. Así se termina en el círculo vicioso del desamor de quien se
desconoce mucho a sí mismo y, posiblemente, ya no sabe cómo amar; o como le
sucede a muchos, que ya no creen en el amor.
Sin juzgar a nadie –por supuesto−, ¿qué hacer para que las
crisis del amor lleven al fortalecimiento de los vínculos afectivos, tras
superarlas? Esbozo algunas posibles respuestas.
Me parece importante recuperar, en primer lugar, la cultura
del perdón, pues se encuentra devaluada.
Explicaba, Hannah Arendt que el ser
humano debe manejarse en el tiempo a través del perdón –respecto del pasado− y
mediante la promesa –sobre el futuro−. Par Arendt, sin el perdón seríamos
«semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula mágica para romper
el hechizo». Por eso, hay que valorar mucho –amar− y no cansarse de admirar la
maravilla de perdonar y ser perdonados.
También puede ayudar a resolver las crisis de pareja,
ampliar la propia comprensión del mundo emocional. Para no confundir la
igualdad absoluta en el plano de la dignidad entre varones y mujeres con la
maravillosa pluralidad de modos de ser y de entender, que pueden ser −que son−
tan diferentes. Me refiero a lo que Julián Marías describía como realizarse
«disyuntivamente: varón o mujer»; es decir, que entendemos y vivimos la
realidad de modo diverso y eso exige un esfuerzo por abandonar la simpleza y el
juicio moral, y por comprender al otro. En definitiva, lograr una comunicación
interpersonal transparente, preguntando con sencillez cuando no comprendemos algún
comentario o modo de actuar, y sin juzgar nunca la intención ajena.
Por último, el amor incondicional. «Prefiero vivir como un
ciego / y a tu lado / que aspirar / por cada poro / toda la luz del mundo y sus
olores», dice María Eugenia Reyes Lindo en el poema “Gracias pero no”. Porque
amar sin condición es una decisión personal. Cuando se toma, ante un problema
se busca, a fondo, cómo solucionarlo, puesto que con esa persona se va a
compartir toda la vida, la interioridad, la desnudez y los hijos. Al final, se
remedia y se consolidan los lazos afectivos.
«Vivir a oscuras de tu mano / y para siempre / será más luz
/ que aquellas otras sendas / a las que dije no por ir contigo», sigue Reyes
Lindo: el amor incondicional tiene su lado difícil, pero también, ¡de cuántos
padecimientos interiores libera!
Solo se disipan las dudas sobre el suelo sólido del amor
sin condiciones. Sin esto, las crisis suscitan las vacilaciones, y cuánto duele
percibir la sombra de la inseguridad: «Un solo instante contigo hace aullar /
la duda como a un perro moribundo. / Prefiero el dolor compartido / de tus
cargas / a vivir / sin ellas de otros besos, / a morir / por otras manos que
parecen / pero no».
Iván López Casanova, Cirujano General.
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