Iván López
Casanova
Últimamente me
he topado con muchas personas que vienen a decir que la vida les va bien y que
no necesitan más; también, a mucha gente solitaria y decepcionada ante las
relaciones de pareja. Curiosamente, en ambas situaciones se admite un mínimo de
comodidad y satisfacción para no modificar el rumbo de la existencia. Pero,
contrariamente, yo postulo la necesidad de mantener durante toda la vida una
disposición de apertura, de olvido de sí y de reconocimiento de nuestra
fragilidad, porque solo así somos capaces para el amor pleno.
Toda la
filosofía coincide en reconocer la vulnerabilidad intrínseca a la existencia
humana, nuestra condición frágil. «Es, por lo tanto, miserable puesto que lo
es; pero es muy grande, puesto que lo sabe», decía Pascal del ser humano. Pero
las personas satisfechas y dominadoras no quieren reconocer ninguna dependencia
y, entonces, pueden despistarse, distraerse o engañarse. Tal vez, su fondo
vital sea el triste reflejo de la sociedad de mercado, y dirijan la vida a
obtener ganancias existenciales, a ir cubriendo sus necesidades de estudios,
deportes, aficiones y, por último, de amor.
Ahora bien,
por más que se plantee la vida como un juego a ganar, surgirán problemas;
porque quienes no necesitan de los otros no advertirán las carencias ajenas; y
cuando, por ejemplo, llegue la enfermedad de los demás, ¿qué capacidad de
consuelo poseerán?
Pero el
conflicto mayor lo tendrán con su concepción del amor que, en buena lógica,
será una consecuencia de su fondo existencial mercantilista; en consecuencia,
enamorarse será «una rara suerte que
ocurre cuando se da con otra persona cuyas necesidades se ajustan, más o menos,
a las nuestras», como, irónicamente, describe Thomas Merton en un ensayo
titulado, precisamente, Amor y necesidad. Además, esta concepción cuantitativa
de la vida, con su idea de amor asociada a la de prosperidad propia, nace
resquebrajada ya de comienzo; y su idea consiguiente del amor como necesidad a
cubrir encierra una gran inmadurez, y una actitud regresiva ante la vida y
frente a las demás personas: una imposibilidad para amar con compromiso y
fidelidad.
El ser humano
lleno de sí mismo es incapaz de trascenderse a los demás o a los valores
religiosos, sencillamente porque no los capta. Como mucho, interpreta el
sufrimiento ajeno como mala suerte y la religión como una praxis mágica pasada
de moda, como un jueguito para engañar las decepciones. No ve más.
En estos
tiempos de tanta deformación publicitaria y propagandística del concepto del
amor, para asociarlo a objetos costosos y crear necesidades fuertes de consumo
o para conseguir canalizar el dolor del desamor hacia objetivos políticos,
resulta valioso escuchar el consejo de Merton, maestro del silencio: «El amor
no es simplemente conseguir lo que se quiere. Todo lo contrario. La insistencia
en conseguir siempre lo que se quiere, en estar siempre satisfecho, hace
imposible el amor. Para amar hay que salir de la cuna, donde se consigue todo,
y crecer en la madurez del dar, sin preocuparse de si se va a recibir algo
especial a cambio. El amor no es un trato, es un sacrificio, No es marketing,
es adoración».
Quien no lo
entienda y viva así, jamás saldrá de un pobre narcisismo. Porque no existe amor
sin una gran capacidad de entrega y de sacrificio por la otra persona. Y lo
contrario es mentira.
Lo expone bien
el tinerfeño Carlos Javier Morales en su poema “Definición”:
«Uno nunca es
quien es: aquel que nace / y que, pues nada tiene, todo habrá de buscarlo, /
será aquello que busca. Si lo encuentra, / como yo te he encontrado y te he
elegido, / llegará a ser un hombre. Si lo pierde, / que todo puede ser, pues
nada es suyo; / si lo pierde, se habrá perdido él, / no será nadie.
Tú eres quien
me define / por eso corro el riesgo / de quedarme algún día indefinido».
Iván López
Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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