Agustín
Armas Hernández
Me
pregunto siempre el porqué mi cuerpo va avejentando. No obstante, los recuerdos
y vivencias pasadas, aunque lejanos en el tiempo, frescos y lozanos a mi mente
siguen afluyendo.
HOY,
voy a escribir algunas cositas acerca de un amigo, apreciado amigo, que se nos
fue, atendiendo a la llamada del Señor Todopoderoso, Creador del cielo y de la
Tierra, a ocupar una de las mansiones que Dios no tiene preparadas para cada
uno de nosotros al final de nuestros días. Allí se ha ido. ¡Que el Divino
Hacedor le conceda una de las mejores! pues, por su intachable conducta y
humanitario proceder a lo largo de su vida, le acredita como merecedor de la
misma. ¡Que así sea!
Empecé
a tratar íntimamente al afectuoso, servicial e inolvidable amigo Agustín Ruiz
Domínguez, ahora fallecido, hace unos veinticinco años. El hecho aconteció por
casualidad, al coincidir, ambos, en unos cursillos prematrimoniales que se
programaron en Puerto de la Cruz. Antes de dicho evento sólo lo conocía de
vista, aunque siempre nos saludábamos en nuestro cruzar por las calles, como
era costumbre en aquel entonces.
AGUSTÍN
RUIZ DOMÍNGUEZ
En
dichos cursillos, Agustín Ruiz participaba como ponente de un tema relacionado
con el vínculo matrimonial; y yo, como tantos otros, de oyente, puesto que
pensábamos casarnos, como así fue, al menos en mi caso.
A
lo largo de su docta e interesante disertación pude apreciar, avistas de lince,
no solamente los profundos conocimientos que poseía sobre el tema tratado, sino
también lo religioso y humanitario de su proceder.
Aquel
trascendental acontecimiento me granjeó con el personaje, hoy difunto, una
sincera y noble amistad que iría en aumento con el transcurrir de los años.
Desde entonces, muchas ocasiones tuvimos para hablar o cambiar impresiones
acerca de diferentes asuntos. Más, aunque hablábamos de muchas cosas, como
queda dicho, a Agustín Ruiz le gustaba sobre todo comentar conmigo los escritos
que aparecían (casi siempre en el rotativo EL DÍA) relativos a alguno de los
tres pueblos de sus amores y desvelos. Sus predilectos: Icod de los Vinos,
Villa de la Orotava y Puerto de la Cruz. Agustín Ruiz se desvivía por estos
tres pueblos por una sencilla razón. Por Icod, por ser el pueblo que le vio
nacer; por la Orotava, porque allí transcurrió su niñez y juventud (desde
tierna edad pasó a vivir a la muy noble y aristocrática Villa, exactamente
cuando sólo contaba tres años de edad), y por Puerto de la Cruz, porque en esa
Ciudad fundó su hogar y por ende pasó el resto de su vida. Y aunque dije que
amaba mucho a esos tres pueblos, no por eso dejaba de apreciar a todos los
demás de la Isla. Téngase en cuenta que Agustín Ruiz era canario de pura cepa,
defensor del todo lo que oliera a tinerfeño o canario, en general.
A
esos pueblos antes mencionados y a sus gentes escribió Agustín Ruiz con sumo
cariño. A él le debemos el conocer muchas cosas de Icod de los Vinos y de su
pasado histórico y otro tanto de Puerto de la Cruz y La Orotava.
Bellísimos
e interesantes artículos publicaron el periódico EL DÍA con su firma al pie,
aludiendo a sus conventos, plazas, iglesias, alfombras de flores, playas, etc.
Y también, cómo no, a la vida y la obra de sus personajes más ilustres.
Mi
amistad con Agustín Ruiz culminó cuando éramos vecinos, en nuestros respectivos
trabajos: el, como director del extinguido banco de las Islas Canarias
(sucursal en Puerto de la Cruz) y yo, como pequeño comerciante, ambos en la
Plaza del Charco. Plaza que, en otros tiempos, no muy lejanos, era alma y vida
del ciudadano portuense. Hoy, desgraciadamente, no se puede decir lo mismo.
¡Qué pena!
Nace
Agustín Ruiz Domínguez hace 67 años en los aledaños del drago milenario (Icod
de los Vinos), como quedó dicho anteriormente. El 23 de junio de 1956, contrajo
matrimonio con, doña Marisol Hernández Torrens (hija de D. Lorenzo Hernández,
uno de los pioneros del transporte público, con guaguas y coches en la Isla de
Tenerife, sobre todo en el Norte de la Isla). De dicho enlace nacieron seis
hijos: Lorenzo, Agustín, Laura, Marisol, Ismael y Emilio. De todos ellos
Agustín Ruiz se sentía muy orgulloso. Y tenía razón, puesto que todos ellos son
excelentes personas.
La
Isla, toda, ha llorado la muerte de este noble y humanitario personaje, amigo
mío y de todo el mundo, como así lo pueden afirmar cuantos le conocieron y
trataron. Hombre dispuesto, siempre, a colaborar con cualquier empresa que
significará ayuda al prójimo a disipar sus desgracias. Entre otros organismos
colaboró con Cruz Roja del Puerto de la Cruz, ocupando el cargo de
vicepresidente; y como hombre de profunda Fe religiosa, fue hermano del Cristo de
la Columna, del Calvario de la Orotava, y también del gran poder de Dios de
Puerto de la Cruz.
Lo
dicho ¡¡Qué Dios lo premie con lo mejor!! Lo deseamos de corazón.
Posdata:
según nota de mi querido amigo Bruno Álvarez, este escrito se lo mandé, para su
publicación el año (2013)
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