Agustín Armas
Hernández
¿Qué se puede decir o escribir sobre aquel mi
querido pueblo llamado Puerto de la Cruz
de los años 5o, que ya no se haya dicho o escrito? Por mucho que se
hayan propagado sus avatares y eventos siempre habrá algo que difundir acerca
de su historia o de sus ciudadanos, puesto que mi pueblo, ni cuando era
pequeño, como entonces, ni ahora que es grande y además ciudad turística de primer orden, ha sido, en general, ni
vulgar ni retrógrado. El Puerto de la Cruz de aquellos años, que yo y tantos
otros portuenses recordamos, era pequeño, pero encantador, sus floridos
jardines, sus recoletos rincones, sus casas con balcones de madera y tapias
salpicadas de coloridas buganvillas, hacían del Puerto de la Cruz el pueblo más
pintoresco y acogedor de cuantos existen. Si a todo ello unimos su benigno
clima y el peculiar y simpático modo de ser de sus gentes, comprenderán
fácilmente el porqué lo eligen, para siempre, los turistas extranjeros y
forasteros que por primera vez lo visitan. En la época antes citada el pueblo
vivía algo aletargado, mas no dormía, tenía nervio, soñaba con las grandezas
que poseía en otros tiempos y que no se resignaba perder. Aquellas que tuvieron
en los siglos XVlll y XlX cuando el movimiento de su muelle y su próspero
comercio eran lo más importante de Canarias. La prueba evidente de que el
Puerto de la Cruz nunca ha dormido lo demuestra el hecho de que ha vuelto a
ser, como antaño, grande y boyante. Todo
ello conseguido, ya no gracias a su muelle, sino al ingenio de sus hijos, que
promocionando el turismo y construyendo hoteles y apartamentos, han logrado
absorber a la mayoría de turistas que se desplazan a Canarias en busca de
tranquilidad y tonificante clima.
Pero vayamos
al objeto de este articulito que no es otro que, entrar en los eventos más
importantes ocurridos en el Puerto de la Cruz en el año 1951, dentro de sus fiestas
mayores y fuera de ellas. Tengo para ello que valerme, aparte que recuerdo
algunos de aquellos sucesos, del programa de las fiestas aquel año
difundido. Con una magistral introducción que hace la comisión de fiestas
comienzan los actos programados. En las páginas siguientes aparecen cuatro
magníficos artículos y dos bonitas poesías. Propago a continuación los nombres
de los eminentes actores que ponen su firma al pie de sus respectivos escritos,
títulos de los mismos, y a quienes van dedicados:<< La ñamera de la Plaza
del Charco>> es el título del escrito que la profesora María Rosa Alonso,
ahora fenecida, dedica a la popular y frondosa ñamera, símbolo central de la
conocidísima plaza portuense. <<En torno a la imagen del Gran Poder de Dios>>
es el interesante trabajo histórico
sobre la venerada imagen que nos transfirió el inolvidable investigador
portuense Antonio Ruiz Alvares. << Loa al Puerto de la Cruz >> es el título del
espléndido artículo que, en prosa
poética, nos legó para la posteridad el también querido, de todos los
portuenses, y siempre recordado Luis Castañeda.
<<La cópula del crepúsculo>>es el nombre del magnífico
artículo que S. Padrón Acosta escribe y dedica a Clementina Álvarez
de Ruiz. El nombre de la primera poesía corre a cargo de Joaquín de Entrambasaguas, que titula <<El
Puerto de la Cruz>> y está dedicada a los señores de Luz. Veamos la
primera estrofa de esa bonita poesía: Ofrenda de la tierra, al mar, el puerto.
/en sus brazos azules se adormece/ y la voz de las olas enmudece/ ante el
temblor del bien seguro y cierto/. La otra poesía es de E. Gutiérrez Albelo y
está dedicada <<Al Cristo del Gran
Poder>>.
Así dice la
primera estrofa: Yo te veo en tu trono, maniatado,/ en el pavor nocturno del
martirio,/ Te veo con el rostro amoratado,/ doblado sobre el pecho, como un
lirio./
De entre estos
cinco doctores de las letras, que aparecen con sus firmas en el programa de las
fiestas de Julio 1951, escojo a uno de ellos para reproducir integro su
escrito. Lo hago sin desmerecimiento de los otros, puesto que todos ellos son
de una exquisitez incalculable. Quizás en otra ocasión reproduzcamos en su
totalidad el resto de estos interesantes artículos y poesías, sin ningún
problema de espacio.
Mas de
momento, deleitémonos leyendo el de Luis Castañeda en su <<Loa al Puerto
de la Cruz>>: Indudablemente el Puerto de la Cruz ejerce una poderosa
atracción sobre la gran mayoría de sus visitantes, y aquellos que desandando
rumbos lejanos venimos a morar aquí, quedamos bien pronto prendidos de él o,
mejor dicho, queda él prendido a nosotros como una parte indisoluble de nuestro mundo afectivo.
Enmarcado en el ribete costero del solemne Valle de la
Orotava, recibe de este la armonía de su bello y grandioso fondo escenográfico, del cielo una luz que hace
ingrávidas todas las cosas y del mar la brisa y la música de su canción bronca
y eterna que parece arrullar el sueño de una adormecida y remota potencia
cósmica.
En esta ciudad
ribereña todo traspira un encanto inefable. Los dos ramales de la carretera que
a ella conduce, con sus márgenes apretadas de policromía floral, provocan una
reacción de pasmo al degustador de paisajes y colores. Su conjunto con el rojo
color de sus tejados antiguos, con la pétrea austeridad de sus castilletes
sonoros, con la explosión florida de sus trepantes y numerosas buganvillas y
con la anarquía de sus calles breves y entre cruzadas, visto desde lo alto,
tiene una gracilidad atrayente y el poder evocador de un grabado colonial. Su Jardín Botánico_ artificial
remedo de selva primitiva _ propicio al ensueño y el amor, exhala un vahído
enervante, tiene la blancura de las
cosas virginales y el encanto de la Naturaleza en su salvaje plenitud. En este
preciso momento posee una fascinante nota de color y belleza: un corpulento
plátano del Líbano inclinado sobre la carretera, del que brota la cascada
florida de una buganvilla como explosión de rojas luminarias que semeja los
fuegos de artificio de la famosa <<entrada del Cristo>>. En las
apacibles tardes septembrinas, cuando la luz parece venir de un filtro mágico
porque alcanza su mayor pureza y diafanidad, a la hora en que el sol incendia
todo el horizonte y riega de oro, de añil y de sangre el lomo quebrado de la isla de la Palma y el valle se agiganta
y se ahonda en du enorme perspectiva por efecto de las sombras que de él
proyectan las sierras circundantes, visto desde las alturas parece el Puerto de
la Cruz su pupila tenuemente iluminada y adquiere la ingravidez de lo aéreo y
de lo ideal.
Y en esas
mismas tardes de septiembre, cuando el mar depone todas sus furias y el viento
reposa muy lejos sus fuerzas, toda la restinga de su litoral se hace
musgosa policromía y musicalidad sonora
venida como de misteriosas y lejanas caracolas. Por lo contrario cuando el
viento suscita la furiosa y desmedida actividad del mar y el viento y las olas,
como en un afán de irreprimible de posesión de la ciudad rompen su colosal
volumen contra la costa, y su sinfonía estruendorosa invade todo el contorno de geológicas
resonancias, y las avalanchas de espuma
despiden continuas lloviznas iridiscentes y todo queda impregnado de un
picante, olor salino, espectáculo que nos ofrece el Puerto de la Cruz es
maravilloso y de una apoteosis inenarrable.
Por brevedad
del espacio siento no poder aludir, aunque fuera fugazmente, a
todas las cosas y lugares del Puerto que continuamente suscitan mi
afecto y mi emoción: la ermita de San Telmo, tristemente solitaria. Sin
feligresía y sin lengua de bronce que cante sus viejas nostalgias; la costa de
María Jiménez, entre cortada, riente, sinuosa, cuyos estremecimientos
volcánicos fueron vencidos por la furia de la mar; la playa de Martiánez,
indócil remate del barranco de su nombre, frente a uno de los paisajes costeros
que más evocaciones despiertan en mí; los parques de Taoro y los jardines de
los chalets inmediatos, de tan exactos juegos de coloreas que superan a los de
las revistas cinematográficas; los balcones antiguos, llenos de encanto
colonial u rebeldes a la copia de cemento y aun a la tea moderna; las viejas
bodegas de paredes aún rezumantes de un olor añejo que es o de historia o de
malvasía o de Malvasio y de historia a un mismo tiempo espacioso y enelvante
cuadrilátero de la Plaza del Charco, ático parlamento donde se debaten todos
los problemas humanos y divinos de la
localidad y del universo y… ¡alto!, que así no llevaría nunca al punto final.
Perdona Puerto de la Cruz, mi irreverencia; pero, quieras o no, te he de
cantar, siempre, siempre calladamente, en recogido silencio con versos
inarticulados que me salen del alma, porque te metiste dentro de ella y yo ya
no sé si soy tuyo o si tú eres mío, si eres de << todo el
mundo>>…¡o si eres del mundo entero!
Por el motivo
anteriormente aludido, hacemos a continuación un efímero resumen sobre los
actos culturales que se programaron en el Puerto de la Cruz entre el 2º
semestre de 1950 y el 1º del 51.
Año 1950:
Julio, 7._ Se inaugura en los en los grupos escolares la exposición de óleos y
dibujos del gran artista tinerfeño Alfredo Reyes Darias. El discurso de
apertura estuvo a cargo del laureado poeta E. Gutiérrez Albelo. Julio, 22._ En
el casino <<Puerto Cruz>> inauguración de la exposición de
bajos-relieves, figuras, bustos u dibujos del artista Emilio Luis, así como la
de caricaturas del portuense Vicente Jordán. El discurso de apertura estuvo a
cargo del notable poeta Felipe de Lorenzo.
Agosto, 14._ En
el salón de fiestas del gran hotel Taoro, exposición de acuarelas del genial D.
Francisco Bonnín Guerín. Agosto, 20._ En
la Peña de Francia, entrega de un
valioso manto a la Virgen. La donación la hizo la ilustre poetisa cubana
Dulce María Loynaz. En el acto de entrega hicieron uso de la palabra los
siguientes personajes: D. Ramón Baudet, D. Domingo Cabrera Cruz, Mon. Flores
Ghöbber, párroco de <<La
Peñita>> Lic. D. Federico Afonso, párroco de <<La Peña de
Francia>> el obispo de la diócesis, D. Domingo Pérez Cáceres, y el señor alcalde, D. Isidoro Luz
Cárpenter. Septiembre, 18._ Se celebra el
bicentenario del nacimiento del
inmortal fabulista y comediógrafo D. Tomás de Iriarte y Nieves Ravelo. Al acto
asistieron entre otras personalidades
los conferenciantes D. Joaquín de Entrambasaguas y el letrado D. Andrés
Arroyo y González de Chaves; interviniendo también en el evento la Orquesta de
Cámara de Canarias, bajo la dirección del maestro D. Santiago Sabina. En este
mismo día se inauguró el<< Jardín de Flora Canaria>>, en las
laderas de Martiánez, asimismo<< La Biblioteca y Museo Iriarte>>.
En este último acto pronunció una notable conferencia el escritor D. Diego M.
Guigou y costa.
Año1951:
Febrero, 16._ En el teatro Topham
notable conferencia por el catedrático de derecho político Sr. Hernández
Rubio en torno al tema: <<España y los españoles>>. Hizo la
Presentación del conferenciante el alumno de derecho D. Manuel López García.
Julio, 6._ En el teatro Topham. Extraordinario espectáculo artístico-folklórico
a cargo de la Masa Coral Tinerfeña de Santa Cruz de Tenerife. El mismo día y en
el mismo teatro, actuación del popular caricato Pepe Monagas. Terminamos por
ahora con unas sentidas palabras que
sobre el Puerto de la Cruz hacen
distinguidas personalidades en la página final del programa de las fiestas de
julio de 1951: <<…Con sus procesiones, que parecen navegar en oleadas de
perfúmenes, se abre este pueblo en la doble, Simbólica realidad de su nombre:
Puerto de la Cruz>>. E. Gutiérrez
Albelo. <<… El Puerto fue una avanzada de nuestra cultura y nuestra
cortesía debe ser hoy una avanzada de paz y fraternidad tinerfeña>>.
Dominga Cabrera Cruz. <<…Este gran “hall” de Tenerife, que es el Puerto
de la Cruz, tan claro y abierto, es, sin duda, la población que mayor impresión
hace en los extranjeros>>, María
Rosa Alonso. <<… ¡Qué mejor homenaje a los Iriarte, y más grato a su
memoria que dedicarle una biblioteca! En ella, precisamente, continuará viva la
tradición culta de este sin igual Puerto de la Cruz, donde nacieron, que es,
por si mismo, también un bellísimo libro abierto por la naturaleza en el
paisaje canario, como un ejemplo único, de incalculable valor>>. Joaquín de Entreambasaguas.
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