Salvador García Llanos
TRAZOS Y PINCELADAS
Velina Ivánova y Eugenio Díaz
La Ranilla Espacio Cultural
Puerto de la Cruz
Diciembre 2/2016
Velina y Eugenio han unido sus vidas y ahora su creatividad
artística. Se diría que esta es la fusión -al menos, formal- del figurativismo
de Díaz y la minuciosidad politécnica de Ivánova. Es una fusión respetabilísima
con sus respectivas concepciones pictóricas, con sus ideas y sus tendencias.
Por eso, los elementos fluyen para realzar las impresiones paisajísticas y la
interpretación naturalista del Puerto, muy poco apreciada por cierto, pese a su
exuberancia.
Fluyen hasta resultar singularmente atractivos. Tahíche Díaz
Peña, uno de sus críticos, pintor y escultor, habló hace unos años de la mirada
de Eugenio, qué decía esa mirada: “Ensoñaciones que son miradas desde su mirada
-escribe-, desde la vida diaria, desde la nostalgia, desde las pesadillas, miradas
desde el sujeto, desde el oriente u occidente, miradas a la tierra desde la
tierra, miradas donde se encuentran miradas perdidas, miradas ingenuas; pero
todos sabemos que la mirada no es ingenua y está claro que Eugenio, pintor,
científico, que busca e indaga en las razones por las que el mundo es como es,
nos muestra una mirada (la suya), una preocupación (la universal), una postura
(dirección), una devoción (pasión) que decide. Y decide pintar”.
¿Qué? Ahí lo tienen: los paisajes del norte tinerfeño, la
Mesa Mota, el trigal, campo de amapolas, el verde tejinero, la retama copiosa y
rebelde, el Teide níveo, la peculiaridad de Bajamar, rincones cuyo paso es
probable que frecuentemos pero sin reparar en su plasticidad, lo rural
desencadenante del bucolismo, incluso en los tonos pasteles empleados para
armonizar el impresionismo, modulando la escala policromática que favorece la
imaginación de la mirada, fijada con devoción, que también es pasión, como dice
Tahíche. A la tierra desde la tierra.
En el silencio impregnado de serenidad que en su pintura
descubriera el crítico Joaquín Castro, se adivina la sutileza de quien hace
bascular la luz de modo que los colores ofrezcan calidades que hacen remirar
reflexivamente su creación hasta hacer dudar: fría o cálida, ¿cuál de verdad
transmite? Cuando el propio Castro habla de Eugenio Díaz como “pintor
pletórico, intenso, colorista, lírico, soñador...” está hablando de un autor
que adversó el estancamiento para avanzar, siempre libremente, hacia horizontes
que armoniza con trazo rápido y tonalidades apropiadas. El resultado es siempre
llamativo, ese que es todo, menos indiferente. Lo acreditó en entregas
anteriores con sus figuras y figurantes, con sus paisajes, con sus bodegones y
con sus óleos. Ahora, nuevas ensoñaciones expanden su mirada que, en el fondo,
desvela la apacible insatisfacción pictórica.
Velina Ivánova es búlgara. Hay algunos rasgos biográficos
que debemos citar para general conocimiento. Se formó en la Escuela de
Especialidades Artísticas de Troian, en su país. Avanzados los años noventa,
trabajó en los talleres privados de dibujo y pintura con los profesores Motco
Bumov y Gueorgui, dos catedráticos de la Universidad de Bellas Artes Veliko
Tarnovo. Ingresó para especializarse en pintura en la Universidad San Cirilo y
Metodio. Hasta que ya en el año 2000 accedió a una beca otorgada por la
Fundación ARAUCO (Artes y Autores Contemporáneos) e impartida por el pintor
español Guillermo Muñoz Vera, con la se especializó en “Procedimientos
pictóricos de la pintura europea del siglo XVII”.
Es componente de la Asociación Búlgara de Pintores y
Escultores y de su homóloga española con sede en Madrid. Está en posesión de
varios premios individuales; ha sido jurado de distintos concursos artísticos;
ha expuesto, además de en su país, en Madrid, Toledo, Santa Cruz de Tenerife y
La Laguna. Su obra ha sido adquirida por la Casa Real española, el Museo Casa
de la Cultura de Elda (Alicante), el Museo Casa del Reloj de la Villa de Santa
Cruz del Valle (Ávila) y por el ayuntamiento toledano de Borox.
Estamos, pues, ante una artista consumada. Dotada de una
versatilidad asombrosa a poco que se descubra la vivacidad de sus pinceladas
sobre tinta china y con aguada, sobre otros colores o con lápiz sobre acuarela
y óleo.
Velina no solo ha rescatado sino que ha elevado la
miniatura. El retrato o las escenas cortesanas caracterizaron este género a
partir del siglo XVI. Se trata de cuadros pequeños, a veces encajados en
medallones, relojes de sobremesa o joyeros. Las miniaturas se ejecutan con una
cierta variedad de técnicas pictóricas a las que Ivánova no es ajena: óleo
sobre cobre, estaño, esmalte o marfil, aguadas sobre pergamino o cartulina y
hasta sobre papel vitela.
Algunos estudiosos señalan que la aparición y el desarrollo
de la fotografía acabaron con la miniatura. Pero Velina Ivánova parece haberse
empeñado en lo contrario. La frondosidad de la vegetación portuense, la del
parque Taoro, incluso la más próxima, la que envuelve al barrio donde habita,
El Durazno, es una auténtica tentación para los dibujos rápidos y los trazos
variados de su lápiz hasta lograr un pulcro y filigranesco detallismo que
otorga más valor a su obra.
Esos rincones de generosidad floral, las buganvillas, los
rosales, los glaucos y la multiplicidad de tantos matices -hasta en una marina
de Martiánez- se rinden ante la meticulosidad de la autora. Hace bueno el
principio de que la luz natural es la más recomendable para pintar. Las suyas
son obras delicadas ya en acuarelas ya en óleos. Velina Ivánova induce a una
suerte de introspección y a un diálogo con el espectador. Ella misma lo ha
confesado, “explorando -son sus palabras-
un acoplamiento de dos estilos en la pintura, realismo y abstracto,
obtengo una unión paradójica de los mismos en los que trato de transmitir y
reflejar de un modo analógico a la misma vida real, auténtica y a la vez
abstracta, universal y global”.
Un artista anteriormente citado, licenciado en Bellas Artes,
Tahíche Díaz, define con soltura la obra de Ivánova, después de destacar su
destreza para el retrato, siempre ejecutado con exquisitez: “Un ejemplo de
realismo y naturalidad gracias a un minucioso, exhaustivo y paciente proceso,
unido a una sensibilidad exquisita”.
La pintura en miniatura, entendida como expresión del arte
universal, permite contrastar la intención de la artista, sus sentimientos y
sus pasiones. Lo mismo puede decirse del resto de su producción en sus
distintas vertientes.
Hoy, en Trazos y pinceladas, Eugenio y Velina fusionan, en
cierto modo, sus estilos, sus peculiaridades para terminar hablando un
pluralista lenguaje pictórico que contiene la evolución de sus creaciones no
solo al calor de los sentimientos unidos sino de un espíritu de superación que
les hace amar el arte y sus infinitos caminos como personas sensibles y extraordinarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario