José Sebastián Silvente
En torno a la mesa está la familia Romerales,
pues es día de Navidad y habrá muchos manjares:
Verduras de La Arboleja, marisco de Bastavales
pan de La Colegiala, jamón de Los Baltasares,
almendrados de Xixona y dulces de Los Frailes.
¡Qué rico que sabe todo y qué cuenta de ello daremos
regado con un buen vino, de allá… de Carrascalejo!
Entre tanta algarabía, Cuenta el padre, que te cuenta:
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡parecían como unos… treinta!
Todos…están preparados. Y hasta el gato mueve el rabo,
esperando, creo yo,
por el suculento pavo.
Y es que, el día de Navidad, es lo que en la mesa ponen
los ricos, la clase media, los ministros y los pobres;
todos, todos esperando por el codiciado pavo.
¡Cuántos nervios, qué emoción, cuando llegará el momento
de trinchar el rico pavo con cuchillo y tenedor!
Pero… he aquí que en
la casa algo nuevo ha ocurrido;
ellos no se lo esperaban, pero… el caso es que ha ocurrido,
lo mismo que sucedió el anterior mes de mayo,
cuando el negocio empezó a caer igual que si fuera un rayo:
no entraban los billeticos para rellenar la hucha
y cara a la Navidad eso daba pena…. ¡¡¡y mucha!!!
que si el pago del arriendo, que si el gas, que si la luz…
que si el ipad de Juanito, los pantalones de Pedro…
Los servicios y regalos, se lo habían llevado todo
y dentro de aquella hucha, sólo quedaba… el recuerdo.
¡Válgame Dios! ¿Cómo haremos para componer la mesa?
y por si algo nos faltaba, vienen los padres de Julio,
que, como todos sabemos, es el novio de Almudena.
¿Cómo vas a hacer, mamá, para ir hoy al mercado,
si no nos queda dinero ni para espina de pescado?
“A ver… vamos a aportar ideas para paliar esta sequía”
(dice el padre, Don José, que había estudiado economía)
“Pidamos crédito al banco”, dice doña Pura, con evidente
soltura
que por ser ella la
madre tenía la preferencia
de hablar la primera delante de la concurrencia.
“No, le responde Almudena (la mayor) que nos come a
intereses
y nos vacía con avidez, la ya exigua billetera,
y si pronto no pagamos, nos quita la casa entera.
Mejor pedir a nuestro buen tío Juan un préstamo a varios
plazos,
que él ya está acostumbrado a que le demos sablazos.
Total… con cien o doscientos euros, arreglamos el problema
y con un poco de suerte todos tendremos cena
y pavo de Navidad,
que eso sí que es cosa buena”.
“Me parece buena idea, dice Pedro (el segundo).
Me acercaré a casa de tío Juan, a ver si está de buen humor
y me da los billeticos sin ninguna objeción”.
Más… cuando a la casa llega, se entera, con estupor
de que a tío Juan le atracaron hace como un día… o dos.
Le robaron las tarjetas, la chequera y el reloj
y le dejaron los calzones, tan sólo por el pudor.
“¡Qué desgracia, vive Dios! ¿Y no te dejaron nada?
Algo, le responde el tío. Estas poquitas monedas que
guardaba en el cajón.
Tómalas, llévalas y a tu mamá se las das,
a ver si con muchos pocos, por aquí y por allá,
conseguís un capital que os permita ir a comprar,
pues nadie se debería quedar sin cena en Navidad.
Créeme, que si tuviera con qué, en esta, mi modesta casa,
os invitaría a comer a todos, carne de pavo a la brasa.
Pero justo cuando iba a reponer al mercado,
fue cuando esos mal nacidos todo me lo robaron.
Así que, ve en buena hora, que yo rezaré por todos
y que la suerte os sea propicia, y buena de todos modos.
Mil gracias tengas, mi buen tío. Haré lo que tú me dices,
le entregaré a mi mamá las monedas que me diste
y propondré, de otra parte, ir a hacer unas visitas
a tía Eugenia y los primos, al cura y a los vecinos
por ver si con mucha suerte, así a Dios se lo pedimos,
entre unos y otros sacamos otras pocas moneditas,
o tal vez, quién no lo asegura, billetes de curso legal
de 5, de 10, de 20, o… tal vez aún de más.
Pues, sabido es, querido tío que en fiestas de Navidad
se abren las billeteras por amor a los demás.
Así es, mi sobrinito. Y ahora ve a depositar
todas esas moneditas en las manos de mamá”.
Cuando llega Pedro a casa, lo reciben con pesar,
pues pensaban que traería como mínimo… un millar
de monedas de 50 que les diera para el pavo, el vino, dulces
y pan.
“¡Ay, madre mía qué hacemos!, se lamenta doña Pura,
¡y qué dirán mis suegros, mami!, le contesta Almudena,
¡qué bochorno, qué
vergüenza, hoy Navidad, y nosotros… sin cena!
mis amigos del colegio no querrán hablarme más, dice Juanito
(el menor) llorando,
cuando vean que no hubo pavo el día de Navidad,
porque yo les insistía, una vez y otra vez más,
que a todos les mostraría, en clase de don Gaspar,
el hueso del muslo del pavo que yo me iba a devorar”.
Aquella casa parecía el valle de Josafat
con tantos ayes y gemidos y ¡venga… y venga a llorar!
“¡Ténganse todos ahí!, interrumpe don José, muy firme,
que ahora mismo yo me acerco a casa de don Enrique (el cura)
pues sabe que en mejores tiempos, cuando aquí entraba
caudal,
buenos billetes doné, para arreglar el altar.
Tú, Almudena, irás a casa de tía Eugenia, a ver qué le
puedes sacar
y que te adelante algo de aquello que te prometió un día,
cuando te fueras a casar.
Tú, Pedro, irás a ver a tu primo Amador,
porque acaba de cobrar su sueldo y estará de buen humor.
Tú, mi querida Pura, ve a casa de doña Inés, la de la sexta
planta, letra A,
y prometiéndole ante
todo, que pronto lo devolverás,
le solicitas un préstamo a cuenta de su capital”.
¡Qué arrojo; qué valentía; qué firmeza en don José; qué
talento y qué estrategia!
semejaba un capitán mandando a su compañía,
y además, como sabemos, de estudiar economía,
parecía, en sus decisiones, hasta de familia regia.
Así que toda la “tropa” se puso manos a la obra:
uno iba para allá, el otro para acullá, la otra a casa de la
tía,
y doña Pura, que tenía artrosis y ya era algo mayor,
a casa de la vecina, pues se iba en ascensor.
Y verán lo que ocurrió con toda esta situación,
porque no es cosa de broma, ni mofa, ni vacilón:
Cuando fue a ver al cura, don José sólo logró
conseguir menos monedas de las que nunca pensó,
pues don Enrique le dijo que en ese mes, los feligreses
no habían hecho donaciones; tan sólo uva y arroz.
A Almudena no le fue ni siquiera algo mejor,
pues su tía se había gastado el dinero del regalo
en comprarse un abrigo y en pasillas de la tos.
Pedro tuvo ya más de suerte con su primo Amador
pues, en efecto, había cobrado y aún no se lo gastó,
y sacando unas monedas, de un euro y de dos,
le prestó, muy diligente, y hasta le invitó a jamón.
Y doña Pura, ¡ay, doña Pura! Fue a casa de doña Inés!
y como suele ocurrirles a los amantes del chisme
se lo pasaron habla, que te habla, habla, con tan suma
devoción,
que el tiempo pasó deprisa, y sin dinero regresó.
¡Qué situación más precaria; qué situación, madre mía!
don José se lamentaba, lleno de melancolía,
y suspirando sin tregua, hablando para sí, decía:
“¡Para qué me habrá servido a mí, estudiar economía!”
En tanto, el tiempo pasaba y nada en la casa había.
Pero… algo tenían que hacer con lo que habían recaudado
para poner algo en la mesa, aunque no pusieran pavo.
Así que pensarían algo creíble, que disimulara el fallo:
Irían al supermercado y comprarían coliflor,
patatas, cebolla, ajos y un poco de requesón
para hacer de primer plato un buen hervido al fogón.
De segundo alitas de pollo, acompañadas de arroz,
pues estaban muy baratas y habría, para cada uno, así, por
lo menos….dos.
A Julio y a sus papás les dirían, sin ningún rubor,
que… una vez tenían el pavo puesto en el asador,
doña Pura sufrió migraña, que casi la deja en coma,
y, claro, pasó el tiempo y del fuego se olvidó,
quedando el pavo más quemado que la Roma de Nerón.
“Con esa mentirijilla mantendremos la honra y la reputación”
dijo entonces don José, con evidente erudición.
¡Eureka, al fin lo conseguimos! Gritaron todos a una sola
voz.
Por fin habrá cena esa noche en casa de los Romerales,
pues con ideas y pocas perras todo se puede arreglar
y al fin comer pavo… sin pavo, el día de Navidad.
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