Iván
López Casanova
Precisamente
porque vivimos en un clima intelectual en el que no compartimos una concepción
común de la verdad o del bien, me parece fundamental una actitud moral para
evitar que en nuestra sociedad cada vez sean más débiles los lazos entre las
personas: la bondad. Porque, como afirma Josep María Esquirol, hay personas que
con su modo de ser bondadoso curan las heridas del mundo.
Este
pensador, Premio Nacional de Ensayo español en 2016 por su anterior libro, La
resistencia íntima, había expuesto su convicción de que el gesto por excelencia
del ser humano era el amparo. Ahora ha escrito La penúltima bondad, ensayo
sobre la vida humana. En su reflexión indaga sobre lo que denomina «los
infinitos esenciales» de la existencia humana: «vivir, pensar y amar» que
amplían la existencia y «la hacen vibrar»; y nos entrega un pensamiento alejado
de las secas abstracciones filosóficas. Para él, estar viviendo supone una
actitud que apunta a la hermandad con los otros que también viven.
En esta
obra, y como consecuencia de advertir la posición del ser humano a la
intemperie, profundiza sobre la bondad, sobre la necesidad estructural de dar y
recibir dones: «El dar tiene un amplísimo registro. Dar tiempo, dar medios, dar
acogida…, pero también dar amabilidad. Dar no es solo cosa de santos o de
héroes. Hay pequeños gestos, afables y cotidianos, que ya son donación».
Y sin
complejos, Esquirol también conecta la bondad con virtudes como la generosidad
o la humildad: «Los gestos amables tienen ya de entrada la capacidad de excluir
sus opuestos, el abrazo aleja el temor; la mano abierta, el odio; el movimiento
de hombros, el fanatismo; el masaje, el dolor, las caricias, el llanto; la
sonrisa endulza el aire que se respira; la humildad en la mirada deja hablar al
otro».
Además,
citando la maravillosa novela de Vasili Grossman, Vida y destino, el pensador
catalán nos explica cómo la bondad se junta con lo cotidiano y se aleja de lo
artificioso: «Son las personas corrientes las que llevan en sus corazones el
amor por todo cuanto vive; aman y cuidan de la vida de modo natural y
espontáneo. Al final del día prefieren el calor del hogar a encender hogueras
en las plazas».
Se
trata de recuperar la bondad por encima de teorías abstractas, de convicciones
políticas, religiosas o de cosmovisiones que nos pueden distanciar de los
otros. Porque cada individuo posee una dignidad infinita que lo hace merecedor
de nuestra bondad con independencia de su conducta y de sus ideas, solo por el
hecho de ser persona.
Si la
mayoría de los miembros de una sociedad no aspiran a una vida moral elevada,
como firme decisión libre, si no existen muchas personas que aspiran a aportar
una bondad lo más magnánima posible, esa comunidad estaría herida en su núcleo
vital. ¿Cómo va a progresar una sociedad en la que la mayoría de sus
componentes no aspiren a la excelencia ética individual?
Ya está
bien de desconectar la felicidad de la bondad, la generosidad o la donación.
Cuánto me alegra que un filósofo con un discurso antropológico contemporáneo
nos lo recuerde: «Convivir no es vivir unos al lado de los otros, sino darse
vida unos a otros».
Ante
tantos ejemplos de corrupción, trampas, enfrentamientos, incomunicación, abusos
y faltas de ética, resulta muy necesaria la toma de una decisión personal
revolucionaria: repartir bondad, generosidad y donación, para acoger a los
demás y cuidarlos porque hemos comprendido a fondo la intrínseca vulnerabilidad
humana.
También
que el individualismo lleva a una vida solitaria, desencantada, sensual y
triste. Como expresa genialmente el poema de Ana Blandiana, “Solos”: «Los miro
y me asombra / Su soledad. / Y lo culpables que son / De estar tan solos. / Los
miro largamente / Y me pregunto - / ¿Cuánta soledad / Es capaz de aguantar cada
uno, / Antes de morir de soledad?».
Iván
López Casanova, Cirujano General.
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