Lorenzo
de Ara
Borrell
ha advertido que “lo peor todavía puede estar por llegar”. Así da inicio la
nueva columna firmada por Teodoro León Gross en “El País”. Ciertamente, las
cosas pueden tender a empeorar cuando se dejan en manos de charlatanes o,
sencillamente, mala gente. Y de mala gente está llena la política. Y la
sociedad.
En el
periodismo hay mala gente. Usted lo sabe, sapientísimo lector. Y gente boba.
Estúpida. Es así, como lo están leyendo. Verdaderos hijos de puta, también. O
sea, que además de cretinos, bocazas y juntaletras, proliferan en la profesión
los peor depredadores.
España
no está ajena a dicho mal. En Canarias, naturalmente, sucede lo mismo. De ahí
que el desprestigio de los medios de comunicación se consolide como un hecho
que les conduce a la irrelevancia.
Las
redes sociales, que no son medios de comunicación, están ocupando el espacio
que ya no pueden llenar los periódicos, las televisiones y las radios.
Rematadamente mal se ha hecho el trabajo hasta la fecha y, como consecuencia de
la aberrante realidad en el desempeño del oficio, Facebook, pero especialmente
Twitter, han conseguido constituirse como los sitios ideales para recabar
información rápida y “fiable”.
Porque
la fiabilidad de la información en las redes sociales es hoy la misma que se puede
encontrar en los medios de comunicación tradicionales. ¿Duele?
La
enfermedad letal del papel de los medios no se cura con la invasión a través de
las redes sociales, o sea, poniendo a disposición de los navegantes toda la
información y cuanta más información mejor. Qué va. Ni siquiera es un
salvavidas anunciar que se tendrá que pagar por el mejor periodismo en
Internet.
El
tiempo de la redención terminó ayer.
Y menos
aún se logrará salvar el viejo periódico (en papel o digital) mostrando
titulaciones a diestro y siniestro. No cabe la formación, la cultura, la
lectura, la curiosidad, la observación, la devoción; no existe palanca
milagrosa de la que tirar para que un leve intersticio de luz se cuele en el
abismo donde cae el periodismo internacional, nacional, regional y local.
Facebook,
Twitter (qué más) son hoy herramientas vivas que alimentan la vaciedad de mucha
gente. Es más, nutren de la necesaria dosis de información a quienes no están
dispuestos hoy, ni lo estuvieron ayer, ni lo aceptarán mañana, rascarse el
bolsillo para leer un periódico de papel o en Internet, ver la tele o escuchar
la radio. El gratis total no evitará que el olor a muerto en descomposición
alcance la totalidad de los rincones.
José
Antonio Zarzalejos en El Confidencial escribe: “Es desolador el adanismo
político de algunos dirigentes españoles de hoy.” En política es una realidad,
ciertamente, pero en el periodismo también.
YouTube
es un contenedor donde depositar toda la basura que generamos a diario, pero
también una herramienta (falso progreso) que emplean los usuarios (centenares
de millones, ¿miles tal vez?) para tener la certeza absoluta de que en un mundo
con más información (desinformación) que nunca, ellos son los privilegiados,
porque al segundo están al tanto de todo cuanto acontece al su alrededor
(mundo-tribu).
El
dramaturgo estadounidense Arthur Miller dijo que “un buen periódico es una
nación hablándose a sí misma.” En España, país de sordos, un periódico, bueno o
malo, es un objeto que comienza a tener interés arqueológico. Televisiones y
radios están en el mismo sarcófago.
““El
periodismo es el mejor oficio del mundo” pontificaba Gabo. Puede que tuviera
razón.
Hoy el
periodismo es un agónico éxodo de paquidermos en busca de agua para salvarse de
la extinción.
Pero
sólo hay espejismo.
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