Evaristo Fuentes Melián
El ectoplasma sudoroso
Comparto, incluso con cierta ferocidad, las críticas
vertidas sobre la generosidad de los cabildos de Gran Canaria y Tenerife con la
UD Las Palmas y el CD Tenerife respectivamente. Sea quien sea el presidente de
las corporaciones insulares en ambas islas debe rendir pleitesía al equipo de
fútbol y a la virgen del terruño, aunque no necesariamente por ese orden. El
círculo de la estupidez popular y consuetudinaria se cierra con la visita de
los jugadores de una y otra empresa a los santuarios marianos rodeados de
fotógrafos y cámaras de televisión. Cuando los propietarios de los llamados
representativos sobre los que cae el maná subvencionador son empresarios tan
ejemplares y ajenos a procesos judiciales escandalosos como Miguel Concepción y
Miguel Ángel Ramírez el deseo de que ambos equipos entrenen en pelota picada
subiendo y bajando barrancos con una bolsa de plástico en la cabeza crece
exponencialmente.
Por desgracia la nuestra, queridos críticos y desganados del
balón, es una actitud minoritaria. El común de los mortales quizás gruña un
instante al enterarse de los cientos de miles de euros gastados en esta frívola
estupidez, pero se irritarían mucho más si sus equipos se vieran abocados a la desaparición
o no pudieran fichar a un genio posadolescente al que echar la culpa del
desastre al final de la inminente temporada. Y precisamente por eso los
presidentes cabildicios sueltan las perras y se fotografían con estos héroes
que generalmente nunca son coronados con los laureles del éxito, sino con las
retamas del olvido. Es un ritual y, al mismo tiempo, un formato publicitario.
Debe admitirse, igualmente, que no hay nada endémico en esta
terrible fauna. Todos los equipos españoles de primera división y la abrumadora
mayoría de los de segunda reciben apoyos financiaros de origen público. El
Gobierno vasco le pagó el nuevo estadio de San Mamés al Athletic de Bilbao, que
recibe apoyos millonarios del ayuntamiento de Bilbao y de la Diputación Foral.
El Barcelona recibe más de cinco millones de euros anuales como patrocinio de
la televisión y la radio públicas catalanas. La Generalitad de Valencia admitió
rápidamente convertirse en avalista en una alocada operación por la que el club
de la capital cambiaba el solar del viejo estadio de Mestalla por terrenos
públicos cedidos graciosamente: la torpeza de la operación y la quiebra de
Bancaja ha significado una deuda próxima a los cien millones de euros para el
gobierno valenciano. La lista de desafueros, despilfarros, regalías y favores
resulta infinita y se basa, siempre, en un supuesto perverso: los clubes no son
sociedades anónimas, sino una representación fantasmal de nosotros mismos. Un
ectoplasma peludo y sudoroso de nuestros sueños y nuestros anhelos, de nuestras
esperanzas y nuestros deseos de grandeza, de lo mejor y más sencial de nuestra
estirpe. Que se siga vendiendo (y comprando) esa miserable mercancía
metafórica, cuando casi todos los clubes están en manos -jurídica y
accionarialmente- de empresarios inescrupulosos, mercachifles, oportunistas y
majaderos salvapatrias no deja de ser una de las paradojas insoportables del
postureo universal y la ficción compartida como estrategia comercial que
llamamos ahora posverdad.
www.alfonsogonzalezjerez.com
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