Pedro
Ángel González Delgado
Ya
nos hemos pronunciado con anterioridad a las tesis supremacistas de los
independentistas en Cataluña, como si estos conformaran una nueva raza aria. Lo
hacíamos antes de la conocida Sentencia del denominado procés (proceso) del
Tribunal Supremo por el que se condena por sedición, además de por los delitos
de malversación de caudales públicos y desobediencia, a los líderes del
referido proceso independentista por el que se procedió a la declaración
unilateral de independencia por el fugado Carles Puigdemont. Estos, y sus
seguidores, defienden que esa Comunidad Autónoma, tarde o temprano, será un
nuevo Estado, y para ello reconocen que deben hacer desaparecer el sentimiento
de fuerte nacionalidad que tiene aún los que nacieron fuera de Cataluña y sus
respectivos hijos, es decir, lo que antes llamaban “charnegos” y que ahora no
les resulta tan usual utilizar pues, no olvidemos que, por ejemplo, Gabriel
Rufián (ERC) es de origen andaluz, así como aquél otro nacido Jaime y
reconvertido a Jaume.
“Tú
no piensas como yo, pero tus hijos me pertenecen”. Con esta frase es como se
explica lo que hemos visto estos días en las calles de Cataluña, en las que los
jóvenes independentistas han tratado de crear una especie de guerrilla urbana y
que se explica con una sola palabra: adoctrinamiento. La instrucción ideológica
previa para lograr que estos adolescentes incendiaran las calles no ha sido
cuestión de un día ni hecho a la ligera. Se ha estructurado a partir de las
competencias, no exclusivamente, en Educación. Allí se ha creado una especie de
liga de profesores nacionalistas que ilustran con los parabienes de la
independencia a niños y, por otro lado, demonizan todo aquello que suene a
español, inculcándoles un odio que llega a formar parte de su acervo
intelectual. Los niños de entonces, jóvenes de ahora, han sido educados para
ver a los líderes independentistas como seres superiores e infalibles que
vienen a salvarlos del opresor Estado español. Han creado un pensamiento único
bien definido a través de la formación de los imberbes catalanes, una de las
piedras angulares de la república catalana, con un - reiteramos -
adoctrinamiento sistemático y eficaz. Gracias a él, los Comités de Defensa de
la República (CDR), nacidos para garantizar la autodeterminación, no dudaron en
utilizar la violencia cuando fueron incitados a ello, con la preparación de
bombas incluida. El líder independentista ha logrado crear el verdadero catalán
puro que estaba buscando, aquél al que Oriol Junqueras se refería como una raza
diferente a la española. Cuando los ve arremeter en las vías catalanas
ataviados con la estelada piensa para sí: “Tú no piensas como yo, pero tus
hijos ya me pertenecen”.
El
segundo paso era obvio. La propaganda mediática. Y ahí han trabajado durante
más de cuarenta años los medios de comunicación, con especial relevancia de
TV3, la televisión pública catalana al servicio del régimen. Con ella han
intentado formar una familia ideológica que estuviera por encima de la
biológica y, de esa manera, muchos padres pueden observar como su propia
descendencia los llama “fascistas” en televisión por no ser independentistas.
Han perdido el control sobre ellos, porque se les ha inculcado que primero está
la lealtad a la causa de la autodeterminación y luego, si acaso, la familia,
que no dejan de ser unos traidores si no comulgan con la doctrina impuesta.
Cuarenta
años se lleva mirando para otro lado mientras la matraca machacaba la cabeza de
los más mancebos, dejando solos, por intereses partidistas, a quienes trataban
de luchar contra este delirio que todos sabemos que acabará mal, en el que el
lavado de cerebro generalizado da miedo, y que se ha ocultado, porque la
izquierda de este país se ha puesto de lado, la verdadera naturaleza del
régimen nacionalista catalán. Se ha hecho creer que la independencia de
Cataluña es un ejercicio de voluntad popular de una nación con identidad e
idioma propio, que tiene igualmente sus particulares instituciones, con una
ideología delirante basada en que “España nos roba”, en la que se ha adentrado
tanto en la conciencia del catalán que es difícil separar el mito de la
realidad. Ahora bien, qué sucedería si en lugar de España se utilizase “los
judíos nos roban”. Quizá así podríamos darnos cuenta de que esta forma de hacer
creer que a Cataluña le iría mejor fuera de España porque no se vería obligada
a aportar fondos a otras regiones, y que tendría un gobierno únicamente
centrado en sus intereses, y que podría hacer grandes inversiones que ahora no
se pueden llevar a cabo por culpa de los españoles, ya fue utilizada en Europa
hace más de medio siglo. La diferencia es que entonces los responsables no eran
los españoles, sino se decía que los judíos.
El
independentista está por encima de la Constitución, las tradiciones y las
leyes, porque éstas deben ser constituidas por un bien superior, la República,
con el que se creará un nuevo orden, y ahora, para evitar la condena por la
corrupción del 3 % descubierta en 2012, todo el plan se ha apresurado, haciendo
que los niños de la matraca se conviertan en fanáticos dispuestos a las
batallas callejeras, que provoca un dilema moral. Cómo se combate con pequeños
demonios entre las ruinas del proceso pero que, es claro, no dejan de ser
jóvenes, y que, a través de la educación y la propaganda se les ha aleccionado
a través de aquello que el líder hoy repudiado decía consistente en que “sólo
la repetición constante puede lograr finalmente que una idea quede grabada en
la memoria de las masas”.
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