Juan
Calero Rodríguez
- ¡Póngase en la fila!
- ¡Humberto Fernández García!
- ¡Presente!
- ¡Póngase en la fila!
- ¡Lázaro Martínez Díaz!
- ¡Presente!
- ¡Póngase en la fila!
- ¡Mario…
Tres militares con estrellas en los hombros sentados tras una
tabla en función de mesa extendían por última vez el papel que debía ser firmado
por aquel batallón de hombres uniformados llamados uno a uno a pasar, donde se
comprometían a ser fiel al llamado del deber de la patria, a olvidar su
identidad, convirtiéndose en un número tatuado en la mente antes de subir al barco mercante fondeado en
la ribera del puerto que los llevaría a una guerra que no comprenden en otro
continente, lejos de su vida.
Tener un manojo de recuerdos o ser un manojo de recuerdos para
otros.
La mayoría nunca habían conocido el arrullo del vaivén del mar,
unos por ser de tierra adentro donde se pesca cualquier otra cosa, entre otros
que solo habían subido la lanchita a Regla.
El procedimiento empleado fue una citación por telegrama, Humberto
apenas se despidió de su madre y hermanos aquella mañana en que un camión
militar lo apuraba a subir, frente a la oficina de Reclutamiento, llamadas
Comité Militar.
Lázaro solo alcanzó a darle un beso al mayor de sus hijos que ya
salía para la escuela con el uniforme de pantalón rojo y camisa blanca
entonando la consigna “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che” ante la
cara compungida de una esposa llamada como la madre de los Maceo.
Humberto nunca había recibido entrenamiento militar ya que se le
escapó al reclutamiento del Servicio Militar Obligatorio donde Lázaro había
sido dado de baja por ser asmático crónico, tras varias crisis que lo llevarían
casi muerto al hospital más cercano.
Ya subiendo a la bodega del barco tropiezan Humberto y Lázaro
donde a este se le cae la cantimplora por el estrecho margen que separaba el
muelle del casco de acero.
-¡Carajo! Mal presagio, murmuró Lázaro
-No temas, compartiremos la poca agua de mi cantimplora.
-No te preocupes, nunca hay suficiente agua
en una guerra.
Y detuvieron la mirada frente a frente por un instante que pudo
parecer horas.
Aquellos ojos acuosamente verdosos los de uno y castaño fuerte los
del otro imploraban misericordia a un Dios al que no habían sido educados a
amar.
¿Por qué?, ¿por qué…, aquí, ahora, cojones…? -pensó- y no antes.
Los barcos que transportaban carne de cañón y cañones de guerra
eran mercantes para no despertar sospechas en alta mar.
En la barriga de aquel enorme monstruo que había sido diseñado
para absorber cuanta mercancía cupiera, se masificaban cientos de hombres en su
mayoría jóvenes, entre literas muy unidas entre sí, cajas de municiones
entongadas, carros blindados, explosivos y armamentos a una guerra lejana tanto
en millas náuticas, como explicaciones.
Henry Kissinger le dijo en privado al presidente Carlos Andrés
Pérez: "Cómo estarán de deteriorados nuestros servicios de información,
que no nos enteramos de que los cubanos iban para Angola sino cuando ya estaban
allí"
- Oí decir que somos el refuerzo para una importante batalla que
perdimos.
- ¿Quién?
- Nosotros
- ¿Quiénes somos nosotros?
- Aquellos ojos acuciosamente verdosos como linternas en una
absoluta oscuridad miró a ninguna parte.
- Nosotros no somos nadie, bolos en un carril de bolera.
- ¿Me prestas un poco de agua?
- ¿…Prestas?
Las voces eran dos susurros frente a frente.
- Te prometo devolver el favor algún día.
- Toma, bebe, no digas pendejadas.
Dos manos tanteando en la densa tiniebla hasta tropezar sienten la
proximidad del prójimo como un tronco salvador en alta mar. Con una cantimplora
por medio se rozan piel con piel, ni ellos mismos saben cuánto, quizás
segundos.
- Qué raro todo esto.
- ¿El qué?
- No sé, será el momento, lo que nos depara el futuro más próximo…
- Será algo más allá de nosotros mismos hasta hoy.
- Qué pinga dices…
- Disfrutemos esta calamidad.
- ¡Ni cojones!
Hubo tantos barcos cubanos anclados en la bahía de Luanda, que contándolos
desde su ventana el presidente Agostinho Neto, le extendió el comentario a un
funcionario amigo. A este paso, Cuba se
va a arruinar.
Para los amantes de las estadísticas, el contingente militar
cubano llegó a tener 52.000 hombres y unos 1.000 carros de combate y 2.655 cubanos
perecieron en el conflicto, naturales de todos los rincones de Cuba, menos
Santa Cruz del Norte, el único municipio que no tuvo que hacer un mausoleo en
su cementerio para depositar los restos de alguno de sus hijos.
Una mañana cualquiera, en el enclave de Cabinda, tropiezan una vez
más dos miradas dentro de una herida en la tierra, una zanja de no muchos
metros convertida en coraza, …una trinchera.
Ya no quedaba nada que ocultar, se habían contado sus miserias
entre serpientes y caníbales y se habían visto hasta cagando. Habían nadado
desnudos entre otros tantos en un río infectado; habían comido mono sin sal,
solo pasado por la brasa; habían sido comidos por mosquitos entre tantos
insectos; habían reído; se habían visto llorar…; y masturbarse, porque es una
necesidad humana. Así es la guerra, donde uno conoce quién es quién, hasta
hacerse verdaderos hermanos.
- Me prestas otro poco de agua.
- Toma, bebe, pero no toda, es escasa.
- Nunca hay suficiente agua en una guerra.
El 5 de noviembre de 1843, una esclava del ingenio Triunvirato de
la región de Matanzas, a quien llamaban la Negra Carlota, se había alzado
machete en mano al frente de una partida de esclavos, y había muerto en la
rebelión. Como homenaje a ella, la acción solidaria en Angola llevó su nombre:
Operación Carlota.
El 5 de noviembre de 1975 la dirección del Partido Comunista de
Cuba no tuvo más de veinticuatro horas para tomar la decisión de enviar tropas
cubanas a Angola, por eso se llamó Operación Carlota y terminó en 1991 con la
salida del último soldado cubano.
Su misión específica era detener la ofensiva para que la capital
de Angola no cayera en poder de las fuerzas sudafricanas y zaireñas antes de
que se fueran los portugueses y luego sostener la resistencia hasta que
llegaran refuerzos por mar.
-Qué pinga Carlota ni su madre, los jodidos somos nosotros.
En eso comienza una lluvia de fuegos sobre el campo donde se disparaban
desde muchos lados, nadie sabía de nada, ni de dónde, ni de nadie, nadie se
acordó rezar un Padrenuestro, ninguno de esos jóvenes lo sabían, solo pensaron
en sus seres queridos y en los cuerpos que iban cayendo como bolos en una
bolera, hasta quedar Humberto y Lázaro, como amantes y una cantimplora
perforada, sin agua.
COMO
AMANTES
Y quedamos tendidos boca arriba
como dos amantes extenuados, fatigosos
no mirábamos ningún techo
así cabe pensar
sino un cielo extremadamente hermoso
que, desde allá arriba, nos enlazaba
en esta historia
y no merecía tenernos
tirados en una zanja
tú, con tres balazos
y yo, con dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario