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viernes, 25 de octubre de 2019

COMO AMANTES


Juan Calero Rodríguez


- ¡Póngase en la fila!
- ¡Humberto Fernández García!
- ¡Presente!
- ¡Póngase en la fila!
- ¡Lázaro Martínez Díaz!
- ¡Presente!
- ¡Póngase en la fila!
- ¡Mario…

Tres militares con estrellas en los hombros sentados tras una tabla en función de mesa extendían por última vez el papel que debía ser firmado por aquel batallón de hombres uniformados llamados uno a uno a pasar, donde se comprometían a ser fiel al llamado del deber de la patria, a olvidar su identidad, convirtiéndose en un número tatuado en la mente  antes de subir al barco mercante fondeado en la ribera del puerto que los llevaría a una guerra que no comprenden en otro continente, lejos de su vida.

Tener un manojo de recuerdos o ser un manojo de recuerdos para otros.

La mayoría nunca habían conocido el arrullo del vaivén del mar, unos por ser de tierra adentro donde se pesca cualquier otra cosa, entre otros que solo habían subido la lanchita a Regla.

El procedimiento empleado fue una citación por telegrama, Humberto apenas se despidió de su madre y hermanos aquella mañana en que un camión militar lo apuraba a subir, frente a la oficina de Reclutamiento, llamadas Comité Militar.

Lázaro solo alcanzó a darle un beso al mayor de sus hijos que ya salía para la escuela con el uniforme de pantalón rojo y camisa blanca entonando la consigna “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che” ante la cara compungida de una esposa llamada como la madre de los Maceo.

Humberto nunca había recibido entrenamiento militar ya que se le escapó al reclutamiento del Servicio Militar Obligatorio donde Lázaro había sido dado de baja por ser asmático crónico, tras varias crisis que lo llevarían casi muerto al hospital más cercano.

Ya subiendo a la bodega del barco tropiezan Humberto y Lázaro donde a este se le cae la cantimplora por el estrecho margen que separaba el muelle del casco de acero.

-¡Carajo! Mal presagio, murmuró Lázaro
-No temas, compartiremos la poca agua de mi cantimplora.
Y detuvieron la mirada frente a frente por un instante que pudo parecer horas.

Aquellos ojos acuosamente verdosos los de uno y castaño fuerte los del otro imploraban misericordia a un Dios al que no habían sido educados a amar.

¿Por qué?, ¿por qué…, aquí, ahora, cojones…? -pensó- y no antes.

Los barcos que transportaban carne de cañón y cañones de guerra eran mercantes para no despertar sospechas en alta mar.

En la barriga de aquel enorme monstruo que había sido diseñado para absorber cuanta mercancía cupiera, se masificaban cientos de hombres en su mayoría jóvenes, entre literas muy unidas entre sí, cajas de municiones entongadas, carros blindados, explosivos y armamentos a una guerra lejana tanto en millas náuticas, como explicaciones.

Henry Kissinger le dijo en privado al presidente Carlos Andrés Pérez: "Cómo estarán de deteriorados nuestros servicios de información, que no nos enteramos de que los cubanos iban para Angola sino cuando ya estaban allí"

- Oí decir que somos el refuerzo para una importante batalla que perdimos.
- ¿Quién?
- Nosotros
- ¿Quiénes somos nosotros?
- Aquellos ojos acuciosamente verdosos como linternas en una absoluta oscuridad miró a ninguna parte.

- Nosotros no somos nadie, bolos en un carril de bolera.
- ¿Me prestas un poco de agua?
- ¿…Prestas?

Las voces eran dos susurros frente a frente.
- Te prometo devolver el favor algún día.
- Toma, bebe, no digas pendejadas.

Dos manos tanteando en la densa tiniebla hasta tropezar sienten la proximidad del prójimo como un tronco salvador en alta mar. Con una cantimplora por medio se rozan piel con piel, ni ellos mismos saben cuánto, quizás segundos.

- Qué raro todo esto.
- ¿El qué?
- No sé, será el momento, lo que nos depara el futuro más próximo…
- Será algo más allá de nosotros mismos hasta hoy.
- Qué pinga dices…
- Disfrutemos esta calamidad.
- ¡Ni cojones!

Hubo tantos barcos cubanos anclados en la bahía de Luanda, que contándolos desde su ventana el presidente Agostinho Neto, le extendió el comentario a un funcionario amigo. A este paso, Cuba se va a arruinar.

Para los amantes de las estadísticas, el contingente militar cubano llegó a tener 52.000 hombres y unos 1.000 carros de combate y 2.655 cubanos perecieron en el conflicto, naturales de todos los rincones de Cuba, menos Santa Cruz del Norte, el único municipio que no tuvo que hacer un mausoleo en su cementerio para depositar los restos de alguno de sus hijos.

Una mañana cualquiera, en el enclave de Cabinda, tropiezan una vez más dos miradas dentro de una herida en la tierra, una zanja de no muchos metros convertida en coraza, …una trinchera.

Ya no quedaba nada que ocultar, se habían contado sus miserias entre serpientes y caníbales y se habían visto hasta cagando. Habían nadado desnudos entre otros tantos en un río infectado; habían comido mono sin sal, solo pasado por la brasa; habían sido comidos por mosquitos entre tantos insectos; habían reído; se habían visto llorar…; y masturbarse, porque es una necesidad humana. Así es la guerra, donde uno conoce quién es quién, hasta hacerse verdaderos hermanos.

- Me prestas otro poco de agua.
- Toma, bebe, pero no toda, es escasa.
- Nunca hay suficiente agua en una guerra.

El 5 de noviembre de 1843, una esclava del ingenio Triunvirato de la región de Matanzas, a quien llamaban la Negra Carlota, se había alzado machete en mano al frente de una partida de esclavos, y había muerto en la rebelión. Como homenaje a ella, la acción solidaria en Angola llevó su nombre: Operación Carlota.

El 5 de noviembre de 1975 la dirección del Partido Comunista de Cuba no tuvo más de veinticuatro horas para tomar la decisión de enviar tropas cubanas a Angola, por eso se llamó Operación Carlota y terminó en 1991 con la salida del último soldado cubano.

Su misión específica era detener la ofensiva para que la capital de Angola no cayera en poder de las fuerzas sudafricanas y zaireñas antes de que se fueran los portugueses y luego sostener la resistencia hasta que llegaran refuerzos por mar.

-Qué pinga Carlota ni su madre, los jodidos somos nosotros.

En eso comienza una lluvia de fuegos sobre el campo donde se disparaban desde muchos lados, nadie sabía de nada, ni de dónde, ni de nadie, nadie se acordó rezar un Padrenuestro, ninguno de esos jóvenes lo sabían, solo pensaron en sus seres queridos y en los cuerpos que iban cayendo como bolos en una bolera, hasta quedar Humberto y Lázaro, como amantes y una cantimplora perforada, sin agua.

COMO AMANTES

Y quedamos tendidos boca arriba
como dos amantes extenuados, fatigosos
no mirábamos ningún techo
así cabe pensar
sino un cielo extremadamente hermoso
que, desde allá arriba, nos enlazaba
en esta historia
y no merecía tenernos
tirados en una zanja
tú, con tres balazos
y yo, con dos.

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