Pedro Ángel
González Delgado
De todos es sabido,
por público y notorio, que el Ayuntamiento de Puerto de la Cruz durante la
etapa de mayoría socialista gastó más que lo que tenía. Se olvidaron del riesgo
que suponía no poner límite a sus apetencias y el pueblo lo acabó apagando. Se trató
en un primer momento de poner freno a ese despilfarro compulsivo de la mano del
Alcalde Marcos Brito, que se nos fue hace ya un lustro. A través de operaciones
de ingeniería financiera, incluida la concesión del suministro eléctrico sobre
lo que los de izquierda vociferaron en su contra, salvó temporalmente la
situación. Pero fue un cuidado de la salud financiera del Consistorio efímera
porque de nuevo vendría el partido socialista a gobernar la ciudad con sus
excesos y con aquel ridículo pacto por la noche de Salvador García que gastó
más en vasos plásticos que lo que podría imaginarse.
Esa manera
supuestamente progresista de gobernar llevó de nuevo a la Administración local
a establecer de forma crónica unos hábitos poco saludables, con una mala y alocada
planificación financiera y una vida funcionarial poco eficiente, haciendo que
se prestara poco interés por la salud financiera del Ayuntamiento que, en
definitiva, es la de todos, y no la de nadie como creen los de la siniestra.
Ese trastorno económico provocó un problema enorme, que crecía día a día, hasta
que se hizo patológico y se llegó a una situación que hizo que se estuviera al
borde de ser intervenido. La operación quirúrgica de los hombres de negro del
ministerio quizá hubiera sido la solución, pero, seguramente, mucho más
traumática y arriesgada.
Ante esa situación
insostenible, no quedó más remedio, y se procedió a aprobar el Plan de Ajuste
con el que el Ayuntamiento se sometía a una estricta dieta financiera que fue
brusca en un primer momento, aunque necesaria, y muy equilibrada en el mandato
2015/2019 bajo la alcaldía de Lope Afonso. Gracias a las imperiosas
restricciones se consiguió adelgazar la deuda económica que como una losa
pesaba sobre todos los portuenses y, además, mejorando cada día los servicios
que se prestaban y planificando la fortaleza de los mismos para los años
venideros, y así que la ciudadanía pudiera disfrutarlos con vitalidad.
Sin embargo, la
sociedad portuense no llegó a apreciar del todo, probablemente porque tampoco
se hizo el suficiente hincapié en ello, la fortaleza interior que se había
conseguido aportar al Ayuntamiento que no sólo tenía robustez económica, sino
que también sus entrañas habían sido ordenadas para que funcionase
adecuadamente para lo que fue concebido, esto es, ofrecer el mejor servicio
público posible al ciudadano, aunque ello supusiera que los anteriores
gobernantes tuvieran que luchar contra todo, incluso contra ataques inmorales
y, por qué no decirlo, algunos ilícitos. Ese era el riesgo y el sacrificio de
sacar a algunos de su zona de confort y ponerlos a trabajar que, por cierto,
para eso cobran su jornal.
Lo preocupante
viene ahora porque los nuevos gobernantes vuelven a las antiguas andadas
socialistas en el municipio y han desechado llevar la imprescindible dieta de
mantenimiento, olvidándose de la racionalidad que hay que tener en el gasto. En
lugar de buscar el equilibrio y aprovechar las inversiones ya planificadas
anteriormente, no únicamente para la foto, han comenzado a dejarse llevar por
los excesos, sin ni siquiera hacer el mínimo esfuerzo por compensarlos. Una
subvención a la asociación de amigos por aquí, un pago de una actuación musical
por allá, el dispendio con una productora aliada con la que el incondicional se
va de vacaciones por allí, y fiestas para los propios por allende, entre otros
muchos ejemplos que ponen de manifiesto el riesgo de sufrir el efecto rebote en
todo su esplendor que va camino de hacer que, no sólo se recupere la deuda
antes superada, sino que ésta gane más peso aún si cabe a una velocidad con
consecuencias poco saludables para todos.
Se había conseguido
un estilo de vida de la Administración equilibrado, pero Marco - sin ese -
González se ha dejado llevar por la glotonería y no se ha resistido a la tentación
de derrochar para garantizarse la mayoría absoluta en los próximos comicios, en
la errónea creencia que no pasa nada por ceder ante el capricho y, sin embargo,
nos lleva a la fatalidad de destruir el metabolismo de las Casas
Consistoriales. En lugar de cambiar los hábitos que siempre los ha apoltronado,
se alejan de la vida financiera saludable que necesita el Ayuntamiento para
evitar tener de nuevo una deuda que pese sobre todos. No se debe volver a
gastar como antes, porque esas costumbres fueron las que llevaron a tener un
exceso de dispendio, y se debe retomar una nueva forma de gestionar, más
equilibrada, que se estableció en el mandato pasado, y conseguir que el cambio
logrado sea duradero. No olvidemos que ya Séneca lo decía cuando afirmaba que
se debía aprender a aumentar la continencia, a enfrentar la demasía, a templar
la gula, a mitigar la ira …
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