Salvador García
Llanos
Mañana
miércoles se cumplen cuarenta años de las primeras elecciones democráticas
municipales que significaban un avance en la construcción de la nueva
institucionalidad, otro paso hacia la consolidación del sistema y la voluntad
clara de abrir un nuevo ciclo en los centros de poder más próximos a la
ciudadanía. Era un salto importante en un proceso social lleno de innovaciones,
de aspiraciones, de afanes modernizadores y que habría de ser determinante -eso
que muy bien podría definirse como un antes y un después- para transformar la
vida de los ciudadanos. En efecto, el norte era claro: rumbo a la democracia.
Algo hemos
escrito sobre el valor de esa fecha. Al menos, el que concedemos los municipalitas
o los que hemos tenido responsabilidades públicas en su ámbito. Los
ayuntamientos han sido y serán una excelente escuela de aprendizaje político. A
ella llegaron numerosos vecinos sin mayor experiencia que la atesorado en
asociaciones más o menos reivindicativas. En ellas, en el tránsito hacia un
nuevo modelo convivencial en el que tanto había que descubrir, aprendieron que
lo importante era el interés general. O lo que es igual, el trabajo
comunitario, para que cristalizara cualquier proyecto o para que, más
llanamente, se llevaran a cabo las fiestas del pueblo o del barrio.
Hubo que
reestructurarlo todo. O casi todo. Hubo que invertir notables esfuerzos
mientras las modificaciones legislativas iban aplicándose, y las nuevas
estructuras y el nuevo funcionamiento nos acercaban a las concepciones y a los
esquemas de desarrollo democrático.
Es bueno
volver a referirse a aquella fecha. Hay una plaza con el rótulo '3 de abril',
en el Puerto de la Cruz. La misma denominación puede encontrarse en otras
ciudades y municipios de Canarias y de España. Es como si fuera un homenaje
permanente a la democracia. Y en la memoria hay que consignar los nombres de
aquellas personas, mujeres y hombres, que integraron las primeras corporaciones
locales salidas de las urnas y que trabajaron para engrandecer sus localidades,
pero, sobre todo, para dar sentido a la convivencia a la convivencia
democrática, al diálogo, al consenso y a la eficacia que los vecinos también
iban aprendiendo sobre la marcha, igual de ilusionados, igual de entusiastas.
Hasta quienes gozaron de mayorías absolutas supieron repartir delegaciones y
competencias para acentuar la pluralidad y la corresponsabilidad. Y allí donde
hubo que pactar pues se impartieron cursos acelerados de cultura política para
acreditar que el entendimiento era posible y que de ello se beneficiaba la
ciudadanía.
Aquel primer
mandato municipalista fue un ciclo lleno de experiencias, de avances sociales y
participativos, de aprendizaje y de ganas de aportar todo lo que podía
esperarse en la nueva etapa sociopolítica que se iniciaba en el país.
La fecha quedó
en la memoria. Y es positivo recordarla y rendir tributo testimonial. A la
fecha y a todas aquellas personas que ejercieron sus cometidos de alcalde y
concejales, aprendiendo y ejecutando a la vez, sobre la marcha, pero con
voluntad indiscutible de crecer y cualificarse.
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