Evaristo
Fuentes Melián
A los
aficionados orotavenses les entraba cagalera cada vez que el CD Puerto Cruz--
años sesenta/setenta--, aquella formación agresiva, inspirada y dicharachera,
atacaba en tromba la portería de El Peñón, La Roca emblemática; aquello era
Troya. La cagalera en la afición villera se podía materializar en cualquier
momento...
Tito del Pino
era uno de aquellos demonios familiares con los que tenía pesadillas Villar, el
medio enlace de la UD Orotava. Villar ha
muerto recientemente; Del Pino, que murió hace tiempo, peloteaba y tocaba las
pelotas al contrincante, con frases desmoralizantes por lo agresivas, a los
enemigos que se tropezaba en su camino obsesivo de hambre de gol, hacia la meta
bajo El Peñón. Tal le sucedía a Quillo, ese medio fabuloso sempiterno de los de
la Villa, treinta años de titular; pongamos que hablamos de Quillo, que hoy
está postrado y al que deseamos de todo corazón que se mejore, que vuelva por
sus fueros de madridista acérrimo…
Del Pino, por
sus partes, murió hace tiempo. Las últimas veces que intenté hablar con él, fue
en ese Lago tan controvertido de Manrique, que según algunas opiniones obscenas
está, El Lago, peleado con el ecologismo de aquellos Bajíos rocosos llenos de
cangrejos, burgados y otras especies marinas de la fauna y la flora
autóctona...
Del Pino, Tito
del Pino, terminó la etapa final laboral de su vida de adulto, poniendo
colchonetas en El Lago manriqueño. En cierta ocasión, yo estaba de bañista
mirón (voyeur, en el lenguaje semántico de la gente rica), mirando de soslayo o
de frente (según) a las tetas de las chicas veinteañeras en monoquini, cuando
se cruzó en mi mirada Tito del Pino con una hamaca, una colchoneta. Intenté
saludarlo y decirle unas palabras como recordatorio de su naturaleza interior
izquierdista del Pequeño Real Madrid (léase CD Puerto Cruz ); me contestó con un murmullo que movía a la
conmiseración; ya no coordinaba una frase hecha, tenía el coco lleno de dribles
metafóricos; seguramente estaba embebido en el recuerdo de sus lances
peligrosos y gambeteos fantásticos, cada vez que atacaba la portería sita al
socaire emblemático de El Peñón, con la cagalera correspondiente de los aficionados de la Muy
Noble y Leal Villa, que tenían los ‘coooojines’ de sentarse en la grada junto
al mar Atlántico, los días del enfrentamiento del Derby del Valle.
Villar y Tito,
descansad en paz. Y César también, por supuesto.
Espectador
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