Juan Calero
Corre abril
azorando el frío como cada año y volvemos a celebrar el Día del Libro, ese
amigo que con tantos brazos nos desbroza la maleza y nos despeja la mente. Se
repiten las ferias del libro por toda la geografía nacional; las rebajas en las
librerías intentando vender alguito más; las lecturas públicas a la primera
página, pero solo a la primera página de El Quijote, o Don Quijote de la Mancha
o El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, o como quieran llamarlo, pero
solo a la primera página, no más que a la primera página por parte de
políticos, figuras del espectáculo y presidentes de organizaciones sociales. Se
convocan concursos de cuentos entre los niños y jóvenes de las escuelas e
institutos, algún que otro escaso regalo de libros, etc. Abril se abre a la
primavera, la luz y los libros. Qué lindo es el mes de abril, ¡todos nos felicitamos
por el día del libro!
Nada por la
UNESCO, ni por el Ministerio de Cultura de España, ni por la Consejería de
Cultura del Gobierno de Canarias. Óigame, no se conmemoran todos los días
cuatrocientos tres años de la muerte de los dos grandes de la literatura
inglesa y española.
Volvamos sobre
el párrafo inicial:
Ahora cuando
más se publica, cuando las editoriales salen de debajo de cualquier piedra como
negocio emergente, cuando las redes sociales han abaratado la polaridad
existente entre el escritor y los lectores, cuando cualquiera se auto edita,
incluso, sin gastarse un duro, gracias a ese invento del micro mecenazgo mal
escrito y peor pronunciado ‘crowdfunding’; el vendedor de libros se queja de
que nadie los compra, mientras que el escritor va tocando puerta por puerta con
un par de ejemplares debajo del brazo poniendo en apuros a vecinos y amistades.
La verdad es que cada día se lee menos o nadie lee. O, mejor dicho, solo leemos
las banalidades que comparten nuestros amigos en Facebook.
Desde hace
años me llaman a integrar el jurado de algún concurso de cuentos escolares. De
aquella cantidad de niños que competían tiempos atrás, ahora solo se presentan
muy pocos trabajos, hay categorías que dentro del sobre solo hay un trabajo y
de otras categorías, ni sobre entregan. Cabe pensar y podemos justificarlo que
con la crisis económica que sufrimos evitamos tener hijos como antes, que los
medios anticonceptivos han llegado para quedarse, que por lo tanto desciende
cada año la demografía nacional, que España envejece, que la infertilidad
masculina desciende debido a la alimentación y los malos hábitos.
Todo eso es
cierto, pero también es cierto que la calidad de los trabajos ha descendido
tanto, que ya no tienen ni un fisco. La dificultad actualmente no es elegir el
mejor de los trabajos, sino a cuál trabajo elegimos.
El papel de
maestros y profesores encauzando ese rebaño dónde queda. No se revisa ni
redacción, ni ortografía, ni la madurez de lo que se escribe. El maestro o
maestra es solo parte del hilo conductor entre el niño que quiere participar y
los miembros del jurado. Apenas difiere un cuento de un niño de tercer curso
que uno de noveno.
El
ayuntamiento organiza el concurso para rellenar sus actos, entrega la
convocatoria a la dirección del centro, éste a los maestros, éstos les dicen a
los alumnos que hagan un cuento antes de tal día, el que quiere lo entrega, y
así sucesivamente vuelve al inicio y de ahí a las manos del jurado.
Y para qué
participamos como tal, basta con ver la carita de esos niños cuando escuchan su
nombre y se acercan a recoger su reconocimiento en el acto de premiación.
Mientras los
niños, cada vez más pequeños portan un móvil cada más grande, con más
aplicaciones, con los cascos más estrafalarios a los oídos haciéndose un
selfie. Es el regalo más común el Día de Reyes y cumpleaños. ¡Y que se
entretengan viendo Sálvame!
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