La frase es
del poeta y crítico literario Arturo Graf: “La constancia es la virtud por la
que todas las demás dan su fruto”. Se le puede aplicar a Santiago Pérez García,
político y profesor universitario. Ahora que se sigue concatenando las
consecuencias del caso Las Teresitas, la constancia de Pérez fue determinante
para llegar al final -¿el final?- y contrastar los valores de su iniciativa,
tomada cuando era secretario general de los socialistas tinerfeños, cuando,
comprobando que se agotaba sin fruto la vía política decidió residenciar el
asunto en los tribunales de justicia para esclarecer los entresijos y las
irregularidades de una operación urbanística claramente especulativa,
coloquialmente calificada para los restos como “un pelotazo de libro”.
¿Un justiciero
empecinado? Ni mucho menos. Quienes así opinen, seguro que desconocen la
personalidad de Santiago Pérez, al que animaba -como en otras causas- la
defensa de los intereses generales. El político no es de los que se arrugan
ante las adversidades. Interpretó que, bajo su responsabilidad, debía evitar
que su partido se viese involucrado en un asunto demasiado turbio, como la
justicia se ha encargado de resolver.
Dotado para la
política, su ideología progresista, bien sustanciada, le permitió salir airoso
en no pocos debates. Estudioso a fondo de los asuntos que habría de afrontar,
procuraba dejar para la improvisación los pormenores justos. Bregado en
responsabilidades de todas las escalas de la Administración, no le ha molestado
el fragor del cuerpo a cuerpo. Sus críticos le reprochaban la visceralidad y
hasta una cierta obcecación, aunque ésta no obedeciera a episodios de ceguera
mental. ¿Obstinación? Es seguro que muchas personas, compañeros y adversarios
políticos, hayan descubierto tal circunstancia en su comportamiento y en
algunas de sus decisiones.
Pérez ha sido
constante, nadie puede ponerlo en duda. Y menos ahora. A sabiendas de los
costes de aquella doble decisión que significaba tratar de impedir el apoyo de
los socialistas del ayuntamiento capitalino a aquella operación y promover la
denuncia que quedaría residenciada en los tribunales, perseveró porque creía
razones suficientes para hacerlo. Era desagradable, claro que sí. La
determinación significó una fractura de marca mayor para los socialistas de
Tenerife. Luego, como la política es sangre que corre por las venas, se salió
de la organización -sin dejar de sentirse socialista, como él mismo confiesa- y
siguió desenvolviéndose en los intrincados avatares del municipalismo lagunero.
Pero no tiene
espíritu de justiciero ni de artífice. Es así: sobre todo, constante. Le
apasiona hacer las cosas bien y las cosas justas. Eso, en su ámbito, no es
fácil, desde luego.
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