Evaristo Fuentes Melián
Hace entre un año y dos se nos
fueron Jesús, Pepe y Peña, tres de los llamados amigos. Fue mucho tiempo después de aquellas tardes noches sabáticas
en que íbamos a cenar Cas Doña Esperanza, donde Francisco nos recibía tan
comedido, con su herida de bala en la pantorrilla, fruto natural de la guerra del 36/39, en la
batalla del Ebro, la más fratricida y sangrienta.
Ahora se nos van Dardi, Saturio
y Juan Manuel, tan metidos en mi alma callada de receptor de puching ball. Dardi era promesa cuando yo actuaba de vieja
gloria del baloncesto local; en un recordado partido, Dardi improvisó un pase
hacia atrás entre sus propias piernas, con lo que quedó inventado el regate con
‘túnel’ a uno mismo; también fue ingeniero técnico y empresario de altos
vuelos, con proyectos ecológicos de gran capacidad mental y dineraria.
Saturio, por su parte, viajaba
constantemente en los años sesenta, con su residencia familiar en el Paseo de
La Bomba, de Granada. Allí fui una vez a saludarlo. No estaba. Andaba de gira
por las tierras de la España del Norte peninsular; era feliz con su guitarra y
sus gestiones farmacéuticas. Medio siglo más tarde, en sus tertulias del hotel
Marquesa portuense, o en la cafetería Venecia de La Orotava, desgranó, también
feliz, sus últimos años.
Y ahora mismo, acabo de
enterarme de la retirada definitiva de Juan Manuel, que fue agarrándose a la
vida como un ciclista de competición se agarra al asfalto a golpe de pedal. El
buen carisma de Juan Manuel, alguna vez tuve la buena suerte de poder compartirlo
en familia; sus jóvenes amigos y parientes cercanos le admiraban, mientras él
contaba chistes y anécdotas jugosas con su gracejo natural fuera de toda
afectación.
Así es la vida, unos se van
pronto cuando aún no deben irse, y otros
se quedan en una suerte de sortilegio, con el que solamente están conformes los
que creen en el Más Allá.
Descansen todos ellos en
paz.
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